¿Un asesino en serie? (1996)

En criminología, con los términos “asesino en serie”,  se designa o se hace referencia a aquellos individuos que acaban con la vida de tres o más personas en un lapso de tiempo de 30 o más días con un período de enfriamiento entre cada suceso criminal y cuya motivación se fundamenta la recompensa o gratificación psicológica que le proporciona cometer el crimen. Los crímenes tienen que estar motivados en impulsos psicológicos concretos. Los más frecuentes son las ansias de poder y dominación, el placer por la observación del sufrimiento ajeno y la compulsión sexual. Estos individuos suelen seguir un mismo modus operandi e involucran a víctimas que a menudo comparten alguna característica afín como la ocupación (prostitutas, por ejemplo), la raza (negros, gitanos), la apariencia (cabellos rubios, ojos negros, etc.), el sexo y la orientación (mujeres, hombres, homosexuales), la edad (menores, ancianos) o cualquier otra capaz de concitar la atención o el deseo del agresor (enfermos, personas indigentes, etcétera).

El término serial killer —asesino en serie en inglés—, se atribuye comúnmente a Robert Ressler, agente especial del FBI que lo acuñó allá por los años setenta. Sin embargo, como tal modalidad de criminal ya había sido descrito mucho antes por Ernst Gennat, en 1930. Ambos lo diferenciaban de otros tipos criminales, principalmente de los asesinos en masa, que son aquellos que acaban con la vida de un número elevado de víctimas de manera simultánea en un período corto de tiempo, y de los asesinos relámpago, que son los que cometen múltiples asesinatos en un corto período, en lugares distintos. Otra categoría especial son los conocidos como los asesinos vagabundos o excursionistas, los spree killers, sobre los que todos conocemos notables ejemplos.

La mayoría de los serial killer tienen antecedentes neuróticos o psicopáticos. Casi todos los que se conocen y se han estudiado fueron víctimas de abusos durante su infancia y sufrieron agresiones físicas, sexuales o psicológicas, por lo que existe una correlación entre sus padecimientos y los crímenes que cometen. Se trata de traumas que tratan de atacar o de superar con su reacción criminal.

El elemento de la fantasía en su desarrollo delincuente es extremadamente importante. Todos los asesinos en serie sin excepción suelen fantasear con asesinar durante la adolescencia. Sueñan despiertos de modo compulsivo con episodios de dominación, sometimiento y asesinato que luego tratan de hacer realidad con sus crímenes. Muchos de ellos disfrutan leyendo documentos que relatan sucesos de gran sadismo o contemplando episodios de esta naturaleza donde la violación, la tortura y la muerte presiden tales acontecimientos. Padecen piromanía, suelen ser extremadamente crueles con los animales a los que matan o mutilan por simple deseo sádico o para llamar la atención y generalmente sufren enuresis más allá de la edad normal.

En Granada

A lo largo de la historia se pueden identificar numerosos asesinos en serie. Se les clasifica principalmente por el modo en que acomenten el suceso criminal del que son agentes principales e incluso por su capacidad mental. Se habla por ello de serial killer organizados y desorganizados atendiendo a su modo de actuar, lo cual guarda relación directa con su coeficiente intelectual. Los primeros suelen tener un alto coeficiente intelectual, no así los otros que suelen ser más impulsivos e imprevisibles. En consideración a los motivos de sus impulsos criminales se clasifican en cinco categorías distintas: esquizoides, misioneros, hedonistas, los que se mueven por lucro y los que lo actúan por deseos de poder,

En otros momentos y en otros foros he opinado que en Granada no se conoce la existencia de un auténtico serial killer. Cierto que hay algunos casos que se han querido tratar a determinados criminales locales de este modo, como el personaje que pudo cometer los sucesos conocidos como los crímenes de los Mantequeros (1910), el autor, si es que solo fue uno, del conocido como crimen de las extranjeras (1980), o los autores de los crímenes que se van a relatar en el presente capítulo y en el siguiente. Estos crímenes, los cometidos muy probablemente en solitario por el asesino de prostitutas que actuó en Granada entre 1995 y 1996 —si es que fue un solo personaje el autor de ellos como se pensó—, y los cometidos por José Fernández Pareja, el asesino de la luna llena, que de no haber sido detenido a buen seguro habría sido muy probablemente el más claro asesino en serie de Granada, son los propios de una secuencia criminal en serie, por definición.

El crimen del Viernes Santo

La primera de las víctimas de nuestro relato fue una mujer joven, sin familia conocida en Granada, perteneciente al submundo de la marginalidad social. Su cuerpo mutilado y con claros indicios de haber sufrido una brutal agresión fue hallado en la ribera del Genil la mañana del Viernes Santo de 1995. Su cadáver fue encontrado por dos mujeres que hacían footing por las proximidades de la barriada de la Lancha del Genil. Unos cientos de metros aguas arriba del río pasada la Piscina Paraíso. Estaba tirado entre unos matorrales en un declive del camino que discurre paralelo a la carretera de Sierra Nevada, por el paraje conocido como Fuente de la Bicha, el popular sitio de recreo y expansión de los vecinos de las barriadas de la zona Sur de la ciudad. Al paso por él, las dos mujeres advirtieron la presencia del cuerpo sin vida de la que parecía una adolescente. Nada más acercarse hasta él advirtieron que había sido salvajemente degollada y acuchillada, probablemente durante la madrugada de aquel mismo día.

La Policía constataría que la víctima presentaba una profunda herida en la garganta y varias puñaladas en distintas partes del cuerpo, siendo las más profundas las que le habían sido asestadas en la espalda. La mujer estaba semidesnuda. Vestía un traje rojo y unos leotardos que tenía bajados hasta la altura de las rodillas, por lo que desde el primer momento los investigadores policiales consideraron que el móvil del homicidio fue la agresión sexual.

Las pesquisas realizadas por la Brigada de Homicidios de la Policía Nacional dieron inmediato resultado y permitieron a las pocas horas del hallazgo del cuerpo establecer la identidad de la víctima. Se trataba de una mujer de 34 años de edad, Margarita Esther G.C., natural de Gran Canaria, residente en Granada desde hacía algún tiempo y que al parecer se dedicaba a la prostitución, lo cual fue establecido, entre otras razones, porque la zona en la que había aparecido era por entonces un lugar frecuentado durante la noche por toxicómanos y trabajadores del sexo. La autopsia le fue practicada aquel mismo día y puso de manifiesto que la mujer fue asesinada solo unas pocas horas antes de ser encontrada sin vida, entre las diez de la noche del día anterior y las dos de la madrugada de aquella madrugada del Viernes Santo.

El conocimiento del caso correspondió al Juzgado de Instrucción número 8 cuyo titular por entonces, la magistrada Rosa María Giner, ordenó las primeras diligencias. Sin embargo, la prontitud con la que fue identificada la víctima no se vio correspondió con el esclarecimiento de lo sucedido, porque meses después de ocurrido el crimen la Policía no tenía ninguna pista sobre el autor.

¿Un “Jack el destripador”granadino?

Para cuando apareció la segunda víctima de la serie granadina eran tres los esqueletos de mujer que habían sido hallados en la localidad castellonense de Villarreal, de modo que una especie de psicosis colectiva ante el temor de que un despiadado asesino en serie pudiera estar actuando libremente por el país, comenzó a hacer mella en la sociedad española. Los tres cuerpos putrefactos hallados entre los zarzales del cauce del río Mijares y sobre los cuales los investigadores trataban de trazar el perfil psicológico del peligroso delincuente que habría cometido tan terribles crímenes, habría la hipótesis de la posible conexión de estos sucesos con la violación y muerte de la profesora de Benicásim, Sonia Rubio, que había desaparecido el 2 de julio de 1995, tras salir de una discoteca, no siendo encontrado su cadáver hasta varios meses después, el día 20 de noviembre de aquel año, en una zona escarpada de Oropesa, en la urbanización “Les Playetes”.

De este modo se concluyó que la Policía podía estar enfrentándose a un auténtico criminal en serie viajero, a un spree killer, que podía estar actuando libremente en la zona de la Plana y en otros lugares. Así, los investigadores de las fuerzas de seguridad del Estado atendiendo a la secuencia temporal de los hallazgos, pensaron en la posibilidad de establecer una conexión entre los sucesos de Granada y los de Castellón, pero pronto se descartó esta teoría, no solo por la distancia que separaba los lugares en los que se habían producido los hallazgos, sino también por los distintos modus operandi que en tal caso debería poner en práctica el teórico único asesino.

El cadáver de la segunda mujer asesinada en Granada, otra prostituta, apareció otro viernes, el viernes 2 de febrero de 1996, en un lugar muy cercano a donde apareció el de Margarita Esther, la primera víctima. El cuerpo estaba junto al Genil en las proximidades del paraje de la Fuente de la Bicha. Estaba semienterrado en el barro. Lo hallaron unos operarios de la empresa INAGRA cuando limpiaban el cauce del rio deteriorado por el reciente temporal. Estaba desnuda de cintura hacia abajo y presentaba evidentes señales de haber sido estrangulada y violada. Un policía local que se hallaba presente identificó a la mujer como una conocida prostituta. Resultó ser María Ángeles L.O., que había sido vista por última vez el día anterior. La autopsia no dejó margen a la duda. Había muerto violentamente y había sido violada. Ello, además de la posible conexión con el crimen que acabó con la vida de la primera víctima, determinó que el juez de instrucción que se había hecho cargo del asunto, Manuel María Benito, decretara secreto el sumario.

La sospecha de estar ante un asesino en serie provocó el temor de la población, lo que llevó al gobernador civil a hacer un llamamiento a la calma. La Brigada de Homicidios de la Policía Judicial prosiguió con la investigación durante meses tratando de descubrir al autor de este nuevo crimen, pero no obtuvo resultado alguno. Si que por razones evidentes estableció la conexión entre las muertes de ambas mujeres.

Madame estrangulada

A mediados de la década de los noventa del siglo XX el conocido barrio de la Manigua, que está enclavado en el corazón de Granada, comenzaba a perder su carácter de arrabal donde se concentraban desde el siglo anterior, el XIX, los principales prostíbulos de la capital.

En 1991 el Ayuntamiento había decidido intervenir en él para sanearlo. Para ello aprobó un plan de reforma interior específico. Cierto que desde varias décadas antes, desde la de los veinte, la Manigua había sido objeto de varias iniciativas de remodelación y adecentamiento. Después, durante los primeros años del franquismo, se comenzó su transformación interviniendo en su área más delicada por estar más próxima al centro neurálgico de la ciudad. Surgió así la calle Ganivet que pasó a convertirse en una de las principales de la ciudad. Con estas intervenciones se pretendía también una adecuada regulación de los espacios, condicionando los usos que más la degradaban, lo cual vendría a redundar en la mejora de la salubridad. En 1996 la Manigua aparecía ya despoblada y con sus edificios más castizos y miserables en un avanzado estado de deterioro o de ruina. Casi habían desaparecido los últimos prostíbulos y con ello el tránsito de los clientes del sexo con el que contó antaño. “Con este proceso de transformación de la Manigua Granada perdía una parte importante de su más íntima memoria finisecular” (la frase es mía).

Favorecido por la despoblación del barrio y la poca presencia de transeuntes por sus calles, entre las 19 horas y 15 minutos y las 19 horas y 35 minutos del dio 8 de agosto de 1.996, un jueves muy caluroso en el que se registraron 37 grados centígrados a la sombra a las 16 horas, alguien que nunca pudo identificarse, penetraba en una vivienda sita en la calle San Matías, donde vivía una conocida madame. Carmen Moreno Yáñez tenía 68 años, el burdel que regentaba siempre había sido uno de los más afamados en el submundo de la prostitución local. El ignoto personaje debía conocer bien el inmueble o gozar de la confianza de la ama porque una vez dentro de la casa se dirigió sin titubeos hasta las habitaciones más íntimas de la mujer. Una vez allí, no se sabe bien cómo, pero bien con las manos, o bien con una toalla de las existentes en casa que se habría procurado, la abordó y le tapó la boca y la nariz hasta que le provocó la muerte por asfixia. Pocas horas después, ya madrugada del día siguiente, también viernes, día 9 de agosto, era hallado su cuerpo sin vida con una toalla introducida en la garganta.

A la víctima se le calculaba una gran fortuna amasada a lo largo de muchos años en el negocio de la prostitución. Probablemente fue esta la circunstancia origen del crimen, porque desde el principio la Policía barajó el robo como móvil del asesinato. Carmen Moreno Yáñez era propietaria del edificio en el que tenía ubicado su prostíbulo. Recientemente lo había enajenado al Ayuntamiento por 28 millones de pesetas, por lo que con el fin de trasladar su negocio a otro lugar próximo había adquirido otro edificio, por el que pagó unos cuatro millones de pesetas, en la calle San Matías —la víctima tenía otra importante propiedad en la ciudad, un bello carmen en el Albaicín valorado en 120 millones de pesetas, que había sido remodelado el año anterior—. Este importante movimiento de dinero y la posibilidad de que el criminal tratase de apoderarse de alguna suma de dinero existente en el inmueble fue la principal línea de investigación que siguió la Policía para tratar de esclarecer el suceso y descubrir al autor de la muerte. Aunque se siguieron otras pistas nada se pudo poner en claro sobre el responsable de la muerte de la profesional del amor, Carmen Moreno Yáñez.

La Policía granadina se enfrentaba así al tercer asesinato de una prostituta ocurrido en escaso tiempo. En el ambiente planeaba el recuerdo de las víctimas anteriores, Margarita Esther G.C. y María Ángeles L.O., las dos prostitutas encontradas asesinadas meses atrás, cuyos casos no habían sido resueltos. Tal vez por esta razón el titular del juzgado de instrucción número 5 de Granada que fue a quien correspondió el conocimiento del nuevo suceso criminal, decretó el secreto sumarial, principalmente porque por algunos indicios la Policía apuntó la posible relación de este nuevo crimen con los otros dos pendientes de resolver.

Una detención

Agentes de la Brigada de Homicidios de la Policía de Granada detuvieron el miércoles 14 de agosto, apenas una semana después del descubrimiento del cadáver de Carmen Moreno Yáñez, a Antonio M.S., de 41 años, como presunto autor del asesinato. El arresto se produjo al mediodía, después de varios días de intensas labores de investigación centrada en los clientes más habituales de los prostíbulos granadinos. Todos los establecimientos en los que se desarrollaron las pesquisas eran frecuentados por el detenido. Antonio M.S. ingresó en prisión por orden judicial dos días después, el día 16 de agosto, tras ser interrogado por la Policía. Era natural de Albuñán (Granada), donde residía. Había nacido el 28 de julio de 1945 y contaba con antecedentes penales. Permaneció en prisión provisional hasta el 17 de noviembre de 1997, hasta un mes antes del comienzo de las sesiones del juicio del jurado que debía enjuiciar la causa en la que estaba acusado.

A pesar de que la Policía lo intentó denodadamente, no pudo establecer una conexión entre Antonio M.S. y la autoría de los asesinatos de Margarita Esther y María Ángeles, a pesar de que se pudo comprobar que conocía también a las otras víctimas.

Crímenes sin resolver

La vista ante el juicio del jurado dio comienzo el día 16 de diciembre de 1997. Antonio M.S. estuvo representado por el Letrado Luis Miguel Corisco Martín. La acusación particular en representación de la familia de la víctima fue ejercida por el abogado Juan de Dios Casas Gómez, que tuvo una pésima y lamentable intervención en el juicio. Se quedó solo sosteniendo la acción sin ni una sola prueba convincente con la que acusar al procesado. Interesó la condena de éste como responsable de un delito de homicidio previsto y penado en el artículo 138 del código Penal, del que de modo arbitrario reputaba responsable en concepto de autor al acusado, y, al estimar que concurrían las circunstancias agravantes sexta y octava del articulo 22 del Código Penal, solicitó una pena de 15 años de prisión, accesorias y costas, incluidas las de la acusación particular, por supuesto, y a que indemnizase a los herederos de la víctima. El fiscal pidió la libre absolución y la defensa hizo lo propio ante la total inexistencia de pruebas inculpatorias del acusado, criticando con dureza la situación a la que se había llevado a su cliente, por el solo capricho de la acusación. Seguidamente, el jurado, en la deliberación más breve que se recuerda, emitió veredicto de inculpabilidad.

Con la firmeza de aquella sentencia, el crimen de Carmen Moreno Yáñez, y por añadidura los de Margarita Esther G.C. y María Ángeles L.O., pasaron a engrosar el listado de “casos sin resolver”. Las preguntas que surgen cuando se los recuerda son entre otras las siguientes: ¿fueron cometidos por la misma persona y por tanto por un asesino en serie? Probablemente sí, decían los investigadores, al menos los de las dos primeras mujeres. La conexión de la muerte de la tercera víctima con aquellos asuntos fue sostenida también, con cierta verosimilitud, por distintos especialistas y por algunos medios de comunicación. Los investigadores de la Policía entendieron que existían evidencias de que los tres crímenes estaban relacionados y que por tanto podrían haber sido cometidos por un asesino en serie. ¿Hubo un “Jack el destripador” granadino?

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