Un bel morir

Estamos acostumbrados a citar máximas, sentencias o versos sin saber de dónde proceden (y a veces de lo que dicen realmente). Se me viene a la minerva la expresión de «juventud, divino tesoro» que toda persona que pasa de cierta edad pronuncia. Pocos saben sin embargo que ese es el primer verso de un poema de Rubén Darío, que completando la estrofa dice: «Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro y a veces lloro sin querer».

Menos conocida —aunque también utilizada— es la expresión italiana «Un bel morir», que su versión extensa es como sigue: «Un bel morir tutta la vita onora», es decir, «Una bella muerte honra toda la vida». Siguiendo los dictados de Gregorio Doval, en ‘Del hecho al dicho’ (2013), podemos decir que la frase está extraída de un verso de Francesco Petrarca (1304-1374), incluido en la ‘Canción XVI’ de las intituladas ‘In vita di Madonna Laura’, dedicada a su amada, fallecida unos meses antes, a la lógicamente echa de menos. En el canto, el poeta pide a Amor que lo mate con sus propias manos porque «un bel morir tutta la vita onora». Esta idea parece provenir de una máxima acuñada siglos antes por Tácito, que puede que sea más clarificadora: «Honesta mors turpi vita potior», es decir, «Una honesta muerte redime una vida torpe». Pero también Cicerón se adelantó al poeta aretino cuando dijo: «Mors honesta saepe vitam quoque turpam exornat», que se traduce como: «Una muerte honrosa puede glorificar una vida innoble».

Nestor Luján en ‘Cuento de cuentos (1992), da su explicación: La expresión italiana «Un bel morir tutta la vita onora», es decir, una muerte ejemplar honra toda una vida, es un verso famosísimo, y muy repetido, de Petrarca en la canción escrita el 22 de octubre de 1368, veinte años y meses después de la muerte de su amada Laura, que se titula: «Después de tantos años se siente impelido a evocar su mirada para seguir viviendo». En ella pide que el Amor lo mate con sus propias manos: «Ch’un bel morir tutta la vita onora», añade. Quiero citar, como divertida curiosidad, que en el siglo XVII el pintor y poeta florentino Lorenzo Lippi (1606-1664) en su pequeño poema publicado años después de muerto, titulado ‘Il malmantile racquistato’, parodia graciosamente este verso escribiendo que «Un bel fuggir salva la vita ancora», es decir, «una bella y oportuna huida salva todavía la vida».

Goethe se apuntaba el dicho y secundaba: «Una vida inútil equivale a una muerte prematura». Sin embargo el escritor y moralista francés Sanial Dubay escribió en el siglo XIX: «Cuando no se ha sabido vivir, menos aún puede saberse morir». William Faulkner, en ‘Mientras agonizo’ (1930), se aproxima a esta sentencia cuando escribe: «La finalidad de la vida no es otra sino la de aprestarse a estar mucho tiempo muerto (…); la finalidad de la vida es prepararse a bien morir».

Fernando Díaz-Plaja, en ‘El español y los siete pecados capitales’ (1968), escribe en el apartado dedicado a la soberbia: «Se ha dicho alguna vez que los españoles saben morir mejor que vivir. Especialmente si hay testigos… Los casos de hombres habitualmente poco valerosos que asombran por su serenidad en el momento de afrontar el pelotón de fusilamiento, se han repetido en nuestra historia y multiplicado en la última guerra civil. Algunas veces la actitud se viste de elegante ironía como la del condenado a muerte que mostró deseos de hablar cuando ya le estaban apuntando. El oficial que mandaba el pelotón detuvo la orden de ‘¡Fuego!’ ‘¿Qué quería?’. —No, sólo advertirle que el tercer fusil, empezando por la derecha, tiene un taco en el cañón y ‘puede ocurrir una desgracia’». Napoleón, hablando de ‘otra muerte’, considera que: «La única victoria sobre el amor es la huida».

Refiere Sánchez Albornoz, en ‘La España musulmana’ (1960) que, cuando Al-Hakam se preparaba para combatir una difícil rebelión en Córdoba quiso perfumarse. «¿Es esa hora de perfumes, señor?», le espetó un criado de confianza. «Este es el día en que debo prepararme a la muerte o a la victoria —contestó el emir— y quiero que la cabeza de Al-Hakam se distinga de los demás que perezcan con él».

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