Una pobre mujer

Nacida en la España vaciada, vaciada de población y, en su caso, lo descubrí a las primeras de cambio, de cerebro. Cultura básica para quien nace casadera, destinada a llevar una casa y parir lo que dios y el marido quieran, a fornicar con la luz apagada y ahogando las ganas de gritar, por si a él le molesta o le espanta, por algo desconocido que luego alguien, en tono de confesión, le explica que son orgasmos.

Colegio de monjas para un personaje que hubiera encajado en el casting de la película sobre la matanza de Puerto Hurraco, como víctima o inductora. Católica de catecismo, primera comunión, misa en las fiestas de guardar y temor de dios, y de los hombres, y de la gran ciudad, y de toda modernidad. Católica de miedo, de conciencia inquieta y sumisa aceptación de su condena por su condición de mujer.

Mujer que intuía otro mundo posible porque en él se movían sus recientes amistades, en realidad la mayoría de las personas de la España habitada que ella comienza a conocer, la plural, la diversa y mestiza. Años de debate entre la moral católica y la libertad al alcance de la mano, entre un pasado estrecho y oprimente y un esperanzador y espléndido presente. Días y días de diálogo, de aceptar que los otros y nosotras son la misma cosa.

El mundo estalla en su cerebro y su cerebro explota con el mundo. Otros hombres la miran, otros hombres le hablan, otras mujeres la miran y le hablan. Ella mira, escucha y habla a otros hombres y mujeres. Su matrimonio se desploma, como alcanzado por el rayo de una tormenta de verano, cuando su hombre, el de su vida, el único, se va. Al fin libre: saltan las cadenas. El mundo en sus manos por primera vez, a sus pies por única vez.

Al fin libre… hasta que un atávico miedo recorre su médula. Sus dioses y sus vírgenes reclaman su tributo, exigen sumisión a la pecadora original, a la causa de todos los males del mundo, a la víctima de todos los deberes sin derecho alguno. Titubea insegura ante la molesta pregunta: ¿por qué a mí?, ¿por qué me ha abandonado?, ¿por qué este castigo? La respuesta está en la Biblia: eres culpable, pecadora de palabra, obra y omisión. Y la solución también: vuelve al Camino, aléjate del mal, combátelo.

Ahí está la mujer, luchando contra los demonios que le ponen a tiro, contra los débiles, contra la migración, contra las personas LGTBI, contra las mujeres, contra el pecado, contra el demonio, contra la carne, contra una libertad que no acepta por miedo insuperable a pecar, contra ETA. Ahí está, en las redes sociales, con un postureo impostado, con poses picaronas de presunta felicidad, con la insatisfacción maquillando su rostro y su cerebro.

Ahí está, públicamente orgullosa de su triste mediocridad, de su tosca cultura, de su decadente ideología. Una de esas mujeres (y hombres) que salmodian el argumentario extremista de la derecha como quien reza el rosario y una vacua letanía, que responde a la Memoria Histórica con ETA, al impuesto a la banca con ETA, a la Ley de la Eutanasia con ETA, al Salario Mínimo Interprofesional con ETA, al aborto con ETA, a la subida de pensiones con ETA, a la del IPC con ETA, a la igualdad (a cualquiera) con ETA… sólo ETA.

Es esa mujer que aparece de vez en cuando en el espejo cuando te miras.

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