Una provincia ferroviariamente (y no solo) occidentalizada

Antes de nada, debo aclarar que el título de esta columna está inspirado porun comentario que lanzó Carlos Peña durante las horas que compartimos bajo el abrasador sol que el día 25 de junio saludó la esperada llegada del AVE a la estación de Andaluces mientras reivindicábamos el regreso de esos otros trenes más lentos y con menos glamour pero igual o más importantes para la cohesión social, territorial y económica.

Todo parece indicar que, a medio plazo, la provincia de Granada ha girado su eje hacia el oeste, hacia Córdoba, Málaga y Sevilla (lo cual es comprensible geográficamente) y hacia Madrid (lo cual es más sorprendente), siempre con un primer peaje en Antequera-Santa Ana. Siempre podríamos decir que nuestra situación es mejor que Almería o infinitamente superior a Jaén. Pero es que el listón está muy bajo y ser el tuerto en el país de los ciegos no implica que no deba una obligación política en primer término y a continuación técnica encontrar un remedio contra el aislamiento ferroviario que afecta a toda Andalucía oriental.

Es difícilmente entendible que, como señala la Plataforma provincial por el tren, una hora después de haber iniciado el viaje desde Granada hacia Madrid, el destino esté más lejos que cuando te subes al tren en la estación de partida. Pues así es y cuando el 14 de octubre los billetes del AVE dejen de estar bonificados y se comience a pagar una tarifa de acuerdo al kilometraje del trayecto, la tozuda realidad volverá a llamar a nuestra puerta y nos recordará que el Emperador está desnudo y que el sistema tiene una tara de diseño.

Esta situación, sin embargo, no es sino una imagen emblemática de la situación de postergación de Granada respecto al eje Sevilla-Málaga-Madrid. La planificación de infraestructuras es fruto del trabajo técnico que, a su vez, depende del empuje político de los responsables de las distintas administraciones con capacidad inversora, desde la Diputación al Gobierno central pasando por la Junta de Andalucía. Pero esas personas con responsabilidad han de tener un modelo de España, de Andalucía y de provincia de Granada para estimular las acciones e invertir el dinero de todos en proyectos que conduzcan a asemejar los territorios y las sociedades que les insuflan aliento a ese prototipo ideal. Y es en este punto donde la realidad vuelve a darnos una bofetada, pidiendo que nos espabilemos y abramos los ojos. Si la aspiración de quienes deberían defender el interés general, el bien común de Granada, es convertirla en un espacio subalterno, periférico, van camino de conseguir realizar su propósito.

El ciclo electoral que se inició con las andaluzas de diciembre de 2018 se cerró en mayode 2019 con las municipales y las permutas de poder que supuso ha dado lugar a una repetición de esa costumbre partidista tan arraigada que es el fenómeno “tabula rasa”,ya presente en las novelas de Baroja y en el Gatopardo. El proceso de limpieza de la mesa de juego sobre la que se reparte una nueva mano con unos naipes ya desgastados requiere un movimiento endos fases que se solapan: primera, todo lo que hacían los predecesores debe ser cambiado–incluyendo las denominaciones de los departamentos- aunque sea a peor y, segunda,lo que hasta hace semanas era técnica o económicamente imposible cuando gobernaban los míos, se transforma por arte de la magia de las urnas en reclamación irrenunciable y motivo de confrontación. Olvidémonos de los principios constitucionales y de la lealtad institucional; el cortoplacismo partidista prima y se impone el tacticismo –en ocasiones poco racional y contraproducente-y afán de imponer sus decisiones de las sedes regionales y estatales de los partidos sobre el obligado esfuerzo para remediar las insuficiencias de las provincias. A ver quién es el o la valiente que antepone la ciudadanía de su circunscripción electoral a su carrera dentro del partido enfrentándose al secretario general de turno… Casualmente, viajando en tren esas sedes se encuentran hacia el occidente.

Es comprensible que cada equipo de gobierno, a todos los niveles de institucionales, tenga el ansia de dejar su impronta sobre la memoria colectiva, en el paisaje, en las calles o en los libros de texto. Lo que no es de recibo es que cada cuatro o tres años todo deba cambiar para que todo siga igual y que la ciudadanía acabe cayendo en la desafección respecto a la política bajo la excusa de que todos son iguales y buscan su propio beneficio. O quizá, déjenme ser malpensado, sea esta la intención última, conseguir que la desilusión cale, que la apatía se convierta en nuestro estado de ánimo cotidiano y se borren las fronteras ideológicas. La despreocupación por la res publica es el caldo de cultivo del irracionalismo, donde florecen los mensajes fáciles que culpabilizan al otro de todos los problemas.

No obstante, la solución está en nosotras, en las personas a las que nos duele Granada. No debemos ni podemos delegar la respuesta a nuestras demandas a gente en Sevilla, Madrid o Bruselas, debemos asumir nuestras propias responsabilidades de proteger nuestro patrimonio natural, cultural, humano, …El futuro de Granada pasa en primer lugar por reconocer sus limitaciones pero también sus valores, por cuidarse a sí misma –a todas y cada una de sus comarcas- y reclamar ante todas las instancias el respeto de sus gentes. Es decir, primero mirarse hacia dentro y, a continuación,tener una visión de 360 grados, ser capaces de mirar hacia el sur, hacia el norte, hacia el este, no solo y exclusivamente hacia el oeste, o correremos el riesgo de sufrir un torticolis permanente.

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