“Votamos”. El cortometraje

Me aconseja uno de mis psiquiatras (él cree que es amigo de la infancia) visionar el corto Votamos, de Santiago Requejo, que llama la atención sobre la relevancia de la salud mental que Verónica Forqué, Ángel Martín o Simone Biles han puesto en el candelero viralizando, me temo, el problema como una tendencia pasajera. Va para los Premios Goya.

En una vetusta habitación de un agonizante edificio, la comunidad se conjura para solucionar un problema que les afecta en su conjunto, que ya han debatido durante un tiempo y que necesita el rito imprescindible para hacerlo oficial y ejecutable: votar y levantar acta. Unanimidad. A continuación, un vecino comenta a otro, de forma casual, algo en principio digno de festejar por parte de la comunidad, pero un “detalle” hace que alguien haga una lectura sesgada del mismo y desencadene el despliegue de todo un argumentario basado en el miedo, la desinformación, la media verdad y la manipulación, en el populismo.

Veo tras los diálogos un elenco de personajes con los que se puede identificar cualquier persona de esas que gustan llamarse “de bien”, ni de izquierdas ni de derechas, ni ricas ni pobres, gente como la que usted ve en el espejo de casa cuando se peina, pasa revista a la indumentaria antes de salir a la calle o revienta un grano de pus empujando con los dedos; gente con exceso de parafernalia y mucho “vacío del mundo en la oquedad de su cabeza”. El vecino causante de tal atrincheramiento irracional se ve sobrepasado. En un par de minutos le hacen sentir culpable, de tal forma que se autoatribuye el papel de excéntrico, contracorriente y contestatario. La comunidad le hace una oferta económica por su ética y él parece abdicar de su filantropía, de su solidaridad, de sus principios, de su personalidad.

El problema de los argumentarios es que suelen calar en la comunidad por la vía de los sentimientos y terminan siendo rezados, salmodiados, con fervor y devoción, alejados en todo momento de la razón que debiera ser el filtro determinante para evitar caer en la temible manipulación. La oración irreflexiva es otra forma populista de unanimidad, dañina y perjudicial.

El plano secuencia de Votamos está tan trabajado, tan logrado, que da la impresión de que la sociedad, la comunidad, tomará conciencia del problema de la salud mental gracias al corto y a las celebridades mencionadas al principio. Es posible, no lo dudo; no lo duden. Pero también alude a la sacralización de ritos, como las elecciones, en los que la sociedad ejerce el voto un día y se guarda silencio durante cuatro años. El asunto tratado por Requejo recuerda la Historia de una escalera, de Buero Vallejo. En ambas obras, una comunidad es la protagonista coral que pretende exponer los síntomas que aquejan a la sociedad en su conjunto, diagnosticar el organismo a partir de las dolencias de sus células y tejidos.

En principio, la película pretende abordar el problema de la salud mental, pero basta sustituir el “detalle” que desencadena la trama argumental por una extranjera, un alcohólico, una drogadicta, un homosexual, una prostituta, un negro, una creyente de Alá o un gitano para que los argumentarios desencadenen su fiera contundencia manipuladora e irracional y se ofrezca el voto como remedio a tales males.

Está pasando. Hay serios problemas de salud social.

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