Y la lluvia volvió a Granada

Llovía en Granada estos días atrás y algunos miraban las gotas e imaginaban copos de nieve blanca cayendo sobre Sierra Nevada. Y enseguida, con la llegada del sol, miles de esquiadores atestando las pistas y abarrotando al caer la noche los bares de la estación o de la ciudad. Llovía en Granada y a Sebastián Pérez se le hacían los ojos chiribitas pensando en monetizar esa nieve en las futuras pistas de esquí que construirá arrasando los pocos borreguiles que quedan en la sierra. Y mientras Sebas andaba en sus sueños húmedos provocados por la lluvia una albayzinera practicaba su deporte favorito: el eslalon sin esquís entre los grupos de turistas que atestan cada día la calle del Agua, bloquean el arco de las Pesas o atoran la cuesta de María de la Miel convirtiendo en misión imposible llegar a tiempo al trabajo o a cualquier mandao ahí abajo, en Graná.

Llovía en Granada y un jubilado de la Chana pensaba en ese embalse de Canales disminuido por tan pertinaz sequía, y lo imaginaba llenándose poco a poco con las aguas heladas que el Genil, cuando aún se llama Guarnón o Valdeinfierno, nos trae desde esa misma sierra y pensaba en el alivio que sería, si la lluvia durase unos días o semanas más, no tener que beber el verano que viene agua de pozo de la vega, con todos sus nitratos y toda su cal.

Llovía en Granada y una alérgica respiraba aliviada al ver en el suelo pequeños arroyos donde se mezcla el polen amarillo con el ozono troposférico llevándose la causa de sus toses a las profundidades de las alcantarillas. Llovía en Granada y un niño asmático respiraba más aliviado aún pensando que durante unos días al menos quizá dejemos de estar entre las cinco ciudades más contaminadas de España. Entre las cinco donde se respira peor, aunque las chimeneas industriales nos abandonaran hace décadas, como lo hizo el tranvía, cediendo su torpe deambular a procesiones de vehículos de cuatro ruedas con muy malos humos.

Llovía en Granada y un agricultor de la Vega miraba en su huerta con cariño a una alcachofa con ganas de decirle: bonica, hoy al menos tendrás algo que llevarte a las hojas que no sea ese caldo de aguas fecales con tropezones de toallitas sucias que te traen desde las acequias llenas de vertidos sin depurar, como denunciaban recientemente Equo y Ecologistas en Acción.

Llovía en Granada y un penitente se tentaba el capirote nuevo y rezaba todo lo que sabe para que las nubes se abrieran el viernes de Dolores y no volvieran a cerrarse, ya si eso, al menos hasta el Domingo de Gloria, no fuera a ser que tanto ensayo y tanta reunión de la cofradía y tanto ahorro invertido en el capirote se fueran al traste por la puñetera lluvia. Llovía en Granada y una atea irredenta estaba dispuesta a redimirse por unos días con tal de poder rezar todo lo que ya no sabe para que la lluvia arreciara desde que la Borriquilla asomara por el arco de Elvira hasta que los facundillos se encierren en Santo Domingo con su cristo resucitado. Porque para los ateos-irredentos-temporalmente-redimibles el agua solo tiene esa utilidad. Para todo lo demás, ¿quién quiere agua en habiendo cerveza?

Llovía en Granada y cada granadino se lo tomaba a su manera porque en Granada tampoco llueve nunca a gusto de todos. Pero en estos días de precampaña muchos políticos agradecerán a la lluvia que no deje morir sus flores de balcón o terraza abandonadas por las manos que antes sostenían con mimo, aunque fuera de tanto en vez, una regadera y ahora solo tienen dedos para sus informes, balances y discursos electorales.

Llovía en Granada y solo el tiempo nos dirá qué nos traerán esas gotas cuando de las procesiones solo quede ese rastro de cera sintética incrustada en asfaltos y adoquines que obligará a los albaicineros a bajar las cuestas de su barrio haciendo eslalon con crampones para no dar con sus huesos en el magnífico empedrado granadino. Cuando la primavera, tan breve como suele últimamente, ceda el paso a las calores de un nuevo verano anticipado, cuando los pasos se encierren y se abran las urnas, llenas a saber de qué.

Como diría Lapido, que la lluvia me despierte, solo esperando. Esperemos que no sea de una pesadilla.

 

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