¿Y qué hay de lo mío?

Los colegios electorales cierran y comienza el escrutinio. Los partidos políticos se atrincheran en sus sedes u hoteles, la tensión crece, aflora la prudencia que no tuvieron durante la campaña electoral, el silencio es la consigna. Los primeros porcentajes no se corresponden con los sondeos, se destrozan los augurios, o no. Unos se frotan las manos, nerviosos, otros se mesan los cabellos. Arrancan las primeras declaraciones cuando el recuento se estabiliza. Ya casi está, y si aquellos se insinúan cautos con la más que palpable derrota, esos de ahí estallan eufóricos. Después la celebración, a pesar de que nadie está contento con el resultado. La noche se prevé larga, sin embargo, en un suspiro amanece y se empieza a hacer valoración, examen de conciencia. ¿En qué nos hemos equivocado, por qué se han escapado esos votos? ¿Debimos de escorarnos un poco más a la derecha, quizá hacia la izquierda, emitir acaso un discurso más moderado y centrista? ¿Y hacia dónde te conducía tu honestidad?, me gustaría preguntarles a todos, uno por uno, o mejor no, total, para que me mientan…

Comienzan las maquinaciones y estrategias. Aquellos se encargarán de los primeros contactos para negociar los posibles pactos con esos otros, estos se desmenuzarán el seso para corregir errores de campaña. Si con ese jamás llegaremos a acuerdo, con este será difícil. ¿Por qué se desviaron votos hacia allá?, la participación dice mucho de lo que ha pasado. Hablemos en primer lugar con aquel. No debiste insultarlo tantas veces. Tampoco fue para tanto… Allá hemos perdido el voto joven, ¿a quién habrán votado los jubilados? A esos no, seguro. Pues a nosotros no sé…

Y así pasa un día más. Y otro, la vida sigue. El pensionista, el camarero, el médico de familia, el obrero mileurista… El empresario transportista o el autónomo como yo, todos hemos de continuar con nuestros quehaceres para satisfacer los tributos que alimentan la maquinaria política y sostienen el sistema. ¿Y qué hay de lo mío?, porque yo los voté para gobernar, y no para seguir haciendo eso a lo que ustedes llaman política. Hasta doce acepciones recoge el Diccionario de la RAE sobre esta palabra y no sé a cuáles de ellas pueden estar jugando.

Arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado, se puede leer en la nº 11. ¿Es eso de lo que se trata ahora?

Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados, dice la nº7 de nuevo con arte de por medio, junto con esa opinión rotunda y sin opción a réplica con la que algunos estadistas sentencian tal o cual asunto de magnitud universal.

Cortés con frialdad y reserva, cuando se esperaba afecto, reza la nº4, qué se puede añadir a esto.

No, está claro que no entiendo de política, de esta no. Y a qué citar más acepciones, son casi todas deleznables, más si las miramos en el espejo de lo que se está cociendo ahora, tanto en nuestro País, en nuestra Comunidad Autónoma o en nuestra sufrida Granada. Por eso, si debo quedarme con una definición, que sea la nº 9, en la que se lee: Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo. Pero ¿qué sucede después de lo que ese ciudadano expresa que ofrezca un hilo conductor a su humilde aportación? Nada de nada, todo sigue igual. Se ocupan cargos en funciones, pero nada funciona, la trama está paralizada en espera de resoluciones que alumbren los caminos a tomar. Se rompen o refuerzan las líneas rojas, se establecen o desplazan los cordones sanitarios, el escalafón alcanzado en las urnas los humilla o ensoberbece. No queda más remedio que esperar, se excusa alguien y silencia así cualquier reproche. Y así se van sucediendo las jornadas y en tanto los electos negocian y buscan acomodo a sus intereses, los electores, los ciudadanos contribuyentes como yo, que fui desposeído tras soltar la papeleta en una gastada urna de metacrilato, me pregunto y les pregunto: ¿Y qué hay de lo mío? Porque yo los voté para gobernar.

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