Clara y cristalina

Clara era una chica cuyas ideas estaban más allá de lo que su propio nombre haría pensar, diría de sí misma ser de mente cristalina; no obstante, su vida discurría en torno al plasma de su ordenador portátil, a la pantalla de su tablet y al cristal templado de su adorado teléfono móvil. De extracción humilde, renegaba se sus orígenes y hasta se avergonzaba de sus progenitores, que tanto la mimaron con el objeto de ahorrarle penurias por ellos padecidas; ambos labraban una heredad tan pequeña que se veían obligados a trabajar como jornaleros para subsistir y conceder así a su único retoño caprichos de toda índole, que ella nunca sabría apreciar. Un día, al borde aún de la adolescencia y como si de una revelación se tratara, convenció sin esfuerzo a sus padres para que vendieran el terruño, se trasladaran a la ciudad y lo invirtieran todo en un negocio de comida rápida. Prosperaron, todo hay que decirlo, en unos años se pudieron permitir matricular a Clara en una prestigiosa universidad privada de la capital de España, en la rama, digámoslo así, de Económicas y Empresariales, ya que la joven, también hay que decirlo, nunca obtendría las calificaciones deseadas y por tanto no esperaba pasar el filtro de la Selectividad. Clara ingresó en una residencia universitaria para en unas pocas semanas abandonarla e instalarse en un apartamento, no soportaba las lentejas, ni las sopas, ni otros guisos que allí servían. Fue entonces o quizá a causa de eso, cuando descubrió las aplicaciones que tras un nervioso tanteo en la pantallita del móvil ponen en tu mesa las más suculentas viandas. Papa, necesito más dinero, decía al aparatito. Claro, Clara. Mamá, me he quedado sin blanca. No te preocupes, hija mía, acabo de hacerte un ingreso. Qué maravillosa puede ser la vida, se decía Clara observando con desdén a unos jóvenes que recontaban sus monedas por ver si les alcanzaba para una hamburguesa. Ante tan deleznable espectáculo, optó por lo de siempre: cerrar filas en torno a sí misma y colarse en su virtual mundo de fantasía, se metió en su cuarto, con su ordenador, su tablet y su móvil, y navegó una vez más por las redes infinitas. Su futuro estaba ahí, lo sabía, estaba tan convencida de ello, que su nunca pronunciado discurso rayaba en la arrogancia. Y así, en su primer año lejos de casa, Clara compró mil cosas por Amazon, pidió mil veces comida a través de Just Eat, Glovo, Deliveroo… Realizó mil trayectos con Uber y Cabify, que si un taxi no era digno de ella, el bus ni lo concebía. Tenía mil amigos Facebook y otros tantos en Twiter, ya que su no admitida misantropía no le permitiría transgredir con el uso de Meetic o Tinder. Leía las noticias en los mil medios digitales a los que estaba suscrita y se distraía con juegos en la red. Con cada vez más frecuencia se entretenía con los Youtubers e incluso rumiaba la posibilidad de imitarlos, se hablaba de los buenos ingresos que obtenían y además se identificaba con su forma de vida: 20 metros cuadrados entre aparatos y la soledad más acogedora, tal cual ella vivía. Además de todo eso, Clara asistía a algunas de las clases y puntualmente recibía llamadas desde el hogar paterno, que atendía con la mayor displicencia. Mamá, no tengo tiempo para estar todo el día al teléfono, solía decir y colgaba. Su segundo año de, digamos carrera, fue un calco del primero, como el tercero, de no ser por la multitud de asignaturas que arrastraba. Pero a punto de iniciar el cuarto, tras las vacaciones, su vida daría un giro que derrumbaría por completo aquel castillo de naipes que con tanta ilusión había construido. Lo siento, Clara, le dijo su padre ante la contrición de su madre, este año no podrás seguir estudiando, estamos arruinados, nos embargan, lo hemos perdido todo. Adherimos el negocio, como tú nos aconsejaste, a esas aplicaciones de comida a domicilio y ahora nos han copiado y tras robarnos la cartera de clientes prescinden de nosotros. Además, tu tarjeta de crédito… Hija mía, hemos intentado solicitar una beca para que pudieras continuar tus estudios aquí, pero las multinacionales evaden impuestos y el Gobierno tiene que recortar en educación. Tenemos una deuda impagable, yo empiezo a trabajar en Glovo la próxima semana y mamá en Just Eat. ¿No es curioso?, divagaba el padre, las mismas empresas que nos han hundido ahora nos esclavizan. ¿Qué le pasa al Wi-Fi?, masculló Clara por toda respuesta a la pantalla de su móvil.

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