¿Hay alguien ahí?

En semanas como esta resulta difícil elegir el tema sobre el que hilvanar estas líneas. No por defecto, sino por el exceso de asuntos que nos deja una actualidad vertiginosa y lamentablemente muy negativa, que nos lleva a preguntarnos si hay alguien a los mandos en este país.

La sensación de desamparo de la ciudadanía empieza a ser generalizada. Miremos donde miremos, no encontramos ni el liderazgo, ni las respuestas, ni la coherencia exigibles, a quienes hemos dado nuestros votos para gobiernen pueblos, ciudades, comunidades y nación. Desamparo y orfandad que nos desconciertan y, lo que es más preocupante, dan alas a esa fauna de intoxicadores, negacionistas, estafadores de lo público, pícaros de altos vuelos e incompetentes de todo pelaje.

Esta situación además de descorazonadora, empieza a ser enormemente preocupante porque, más allá de la sensación de desvalimiento, empieza a abrirse paso una más que justificada indignación, cuando no una ira profunda frente a este estado de desgobierno, decisiones contradictorias, mentiras interesadas e ineptitud generalizada. En definitiva, el perfecto caldo de cultivo para el florecimiento de los populismos de todo pelaje, el trumpismo «made in spain» y los descerebrados 6.0.

Con 40.285 contagiados en las últimas 24 horas, 492 fallecidos, casi 900 casos de Incidencia Acumulada y la luz roja de nuestras UVIs encendida, España se sitúa en el peor escenario de toda la pandemia, ofreciendo el lamentable espectáculo de ministros a la fuga, políticos a la greña, prebostes políticos, militares, jurídicos y sanitarios, vacunándose cuando no deben y normas contradictorias dependiendo de donde se viva. Inaceptable y peligrosísimo panorama para la salud democrática y cívica de este país.

Desde que el pasado mes de marzo comenzamos a vivir la pesadilla de esta pandemia, no ha habido un solo capítulo de la misma que no haya provocado un enfrentamiento político feroz, lo que poco, a poco, se ha ido transmitiendo al tejido social, polarizándonos de una forma insoportable y envenenando nuestra convivencia hasta extremos más que preocupantes.

Siendo vergonzoso, que lo es, el rosario de episodios de los últimos días, el más indignante de todos ellos, es el de la vacunación fraudulenta de obispos, curas, generales, coroneles, consejeros, alcaldes, concejales, directivos sanitarios, sindicalistas, funcionarios y caraduras de todo pelaje, que han tenido la indecencia de valerse de su posición, para recibir una vacuna que no les correspondía, con el agravante de que cada una de las dosis que han recibido esos personajes, se ha dejado de inyectar a nuestros mayores, sanitarios, policías, guardias civiles, dependientes, cuidadores, limpiadoras, soldados, maestros y todos aquellos que por su actividad profesional, están mucho más expuestos al contagio que quienes la desarrollan en un despacho y a bordo de un coche oficial.

Semejante episodio, propio de la literatura picaresca del siglo de oro, demuestra que en este país, quienes debieran dar ejemplo, a poco que se les presente la oportunidad, son los menos ejemplares. No hemos visto en esa vergonzante lista de pícaros de la vacuna, ni a mileuristas, investigadores becarios, parados, ni a la gente normal que espera que sus dirigentes sean referentes morales y éticos y no vulgares trileros que nos avergüenzan con sus conductas y aún más con sus impresentables «explicaciones».

La semana ha sido gloriosa para el consejero de Salud de la Junta de Andalucía, el incalificable Jesús Aguirre, alias «el culillo», quien volvió a ser el hazmerreir nacional, con su épica explicación parlamentaria sobre porqué estamos desaprovechando una de cada seis dosis de la escasísima vacuna. No es soportable que el máximo responsable de la sanidad andaluza, deje la imagen de nuestra tierra a los pies de los caballos, cada vez que abre la boca. No es problema de oratoria, aunque estemos de acuerdo en que Aguirre no es Demóstenes, es problema de rigor, de pensar lo que se va a decir antes de hacerlo, de ser más serio y compadrear menos.

Apenas apagados los ecos del «culillo», nos enteramos que más de un centenar de funcionarios de la consejería de Salud, en los servicios administrativos de Granada, habían sido vacunados indebidamente, cuando aún no habían recibido sus dosis los sanitarios de primera línea, o los mayores de las residencias. Las «explicaciones», por llamarlas de alguna manera, no se sostienen y las consecuencias deben ser ejemplares, empezando por el delegado de la consejería de Salud y Rector frustrado de nuestra Universidad, Indalecio Sánchez-Montesinos.

No podemos olvidarnos del papelón de nuestro gobierno autonómico, con las no restricciones para combatir una pandemia desbocada. Solo a unos lumbreras dignos de Berlanga, se les podía ocurrir que con las ocho provincias confinadas perimetralmente y el COVID creciendo exponencialmente, se podía permitir cruzar Andalucía para esquiar en Sierra Nevada, o cazar en cualquier montería. El tufo clasista que desprenden ambas excepciones hubiera debido hacer desistir a cualquiera con dos dedos de frente. No fue así con Juanma Moreno y sus mariachis, que volvieron a intentar imitar a su admirada Ayuso y de paso a transmitir una imagen de Andalucía muy cercana a la de los Santos Inocentes.

¿A nadie en San Telmo se le ocurrió que semejante disparate, más que «salvar» la temporada invernal, iba a producir un daño irreparable a la reputación de Sierra Nevada? ¿Nadie del entorno presidencial evaluó que excepciones como las mencionadas, colocaban a la caza y al esquí como actividades elitistas, solo al alcance de minorías privilegiadas y por lo tanto en el punto de mira de millones de andaluces? Y todo para que probablemente hoy mismo, el consejo de administración de CETURSA, acuerde el cierre de la estación, ante la ruina que supone que, dado el aumento de contagios, solo puedan acudir a Sierra Nevada, los usuarios de Monachil y deportistas de alto nivel.

Y mientras tanto, un día sí y otro también, Bonilla y Bendodo, Bendodo y Bonilla, reclamando a un Gobierno de Madrid, desparecido en combate, más medidas para poder ampliar las restricciones, como alumnos aventajados de Díaz Ayuso.

Ni una idea, ni una propuesta, ni un mensaje al que los andaluces puedan agarrarse. En definitiva, la nada con sifón.

¿Es, o no es para preguntarse si hay alguien ahí?

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