Mirando al futuro con optimismo

He pedido a estudiantes de Ciencias Ambientales, a los que imparto docencia sobre gestión medioambiental y ecoeficiencia, que reflexionaran sobre una serie de cuestiones generales referidas a la pandemia por el COVID 19. En primer lugar, quería saber su opinión sobre cómo se había llegado a esta situación. En segundo lugar, consideraba importante que como jóvenes universitarios hicieran propuestas de cómo se debía actuar, una vez que ya estábamos inmersos en la crisis sanitaria. En tercer lugar, me interesaba mucho su punto de vista sobre cómo creían ellos que iba a afectar esta crisis a la sociedad en general. Por último, dado que su profesión sería la de ambientalistas, pensé que sus reflexiones sobre la economía circular en la sociedad del futuro resultarían de mucha utilidad. Esto es lo que han opinado.

Sobre la primera cuestión, una estudiante nos decía que era importante conocer algunas características clave de este virus para comprender mejor su propagación. Así, por ejemplo, la tasa de reproducción (R0), que indica el número medio de nuevos casos de una enfermedad que una sola persona infectada va a generar, en el caso del COVID-19, era de 3.3, lo que indicaba que, en promedio, una persona portadora iba a contaminar a otras 3.3. Esto suponía que la actividad humana iba aumentar la propagación del virus, máxime teniendo en cuenta que estudios como el de Doremalen, habían demostrado que este virus puede permanecer activo durante 72 horas en superficies inertes. Pero también, otros aspectos, como los ambientales, podían provocar una mayor propagación del virus, pues los datos epidemiológicos disponibles sugerían que la contaminación por partículas finas es un factor agravante de las infecciones por coronavirus (Arellano, Schilmann et al, 2020). Su conclusión, como la de otros estudiantes, era que, en una sociedad consumista como la nuestra, donde todo va cada vez más rápido, con fronteras cada vez menos presentes y problemas medioambientales graves, un virus podía propagarse fácilmente.

Sobre la segunda cuestión, el aspecto más interesante fue lo referido al conflicto entre la seguridad sanitaria, y la libertad individual y la privacidad. Algunos estudiantes partían del hecho de que el ser humano, en su esencia, es un ser sociable, por lo que limitar el contacto con los demás genera malestar y tensión. Como ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad, ante cualquier crisis la sociedad se divide en tendencias ideológicas irreconciliables, en lugar de perseguir todos el bien común. Por una parte, la mayoría de la población es consciente de la gravedad e importancia de la situación. Pero también existe un grupo de “negacionistas”, que rechazan todas las medidas y restricciones que se adoptan. Esto genera conflictos entre seguridad sanitaria y libertad individual y privacidad, pues el seguimiento de todos los afectados implica el tratamiento y gestión de datos personales y privados. Sin embargo, la opinión mayoritaria es que en una situación de esta envergadura, este control es necesario y se requieren esfuerzos y sacrificios, así como mucha responsabilidad individual.

La tercera cuestión se centró, fundamentalmente, en asuntos prácticos como el teletrabajo y otros aspectos que deberían ser tenidos en cuenta por las empresas. Lo que opinaron algunos estudiantes fue que había numerosas labores en las que se podía optar por el trabajo telemático, ya fuese a tiempo parcial o a tiempo total. Y no solo por una circunstancia como esta, sino porque podía conllevar mejoras en el desarrollo de los empleados y de las empresas. Ambientalmente el trabajo presencial supone dos trayectos para cada jornada con un vehículo de combustión, pues es muy habitual en nuestro país el tener cada persona su coche personal, y en el futuro la población va a aumentar enormemente y por consiguiente el número de vehículos a motor en circulación.

Pero habría una serie de pasos que se debían seguir las empresas para la correcta puesta en marcha del teletrabajo desde el domicilio del empleado. Lo primero era la necesidad de una política de teletrabajo claramente regulada. Lo siguiente era crear una base de acceso digital remoto o una red virtual privada que englobara los dispositivos de la empresa o los de los empleados propios, garantizando la seguridad. También había que tener en cuenta que no todo el mundo tiene una conexión a internet en su hogar, o disponen de una red suficiente para su trabajo. Por ello se tenía que asegurar que dicha conexión era suficiente y se financiaba por la empresa. Por último, y no menos importante, los programas de formación debían de implementarse adecuadamente.

Sobre la última cuestión, lo que pensaba la mayoría era que la economía circular era fruto de la confluencia de ideas como la reducción del impacto ambiental y su cuidado, la sociedad y la economía. Esta forma de producción apuesta por la optimización de los recursos naturales para crear productos con una vida útil más larga y a su vez también incita a la reparación, reutilización y reciclaje de dichos objetos, al contrario del actual sistema lineal, basado en el “usar y tirar”. La economía circular ataja el problema de la escasez de recursos provocada por la economía lineal, de manera que aprovecha al máximo las materias primas, reduce la generación de residuos y limita la energía de producción. Además, este sistema reincorpora al ciclo de producción aquellos objetos que ya han finalizado su función para así conseguir materias primas secundarias y formar nuevos productos a partir de estos. Sería un acierto adoptar el sistema circular, ya que hoy la escasez de recursos naturales y el exceso de residuos es una cuestión alarmante. Gracias a la economía circular se paliarían dichas cuestiones y además se generarían puestos de trabajo y negocios ambiciosos.

Después de estas opiniones de muchos de nuestros jóvenes universitarios, que en el futuro se dedicarán a las ciencias ambientales, creo que hay sobradas razones para que miremos al futuro con cierto optimismo.

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