Regreso al pasado

«¿Y qué es España?». «Es una bendición de Dios». «Y Dios puso a España en el mejor lugar del mundo, donde no hace ni mucho frío, ni mucho calor». Fragmentos como estos, recogidos en el “Florido Pensil” podían leerse en los libros de textos escolares de los años cuarenta y cincuenta, dentro del furor aleccionador de un Régimen, que pretendió desde su inicio, modelar el pensamiento de generaciones de españoles, para evitar otra cosa que no fuera el pensamiento único, por supuesto en la más pura ortodoxia del Franquismo.

En la magistral obra de Andrés Sopeña, se resume según Gregorio Cámara, “la narración vital y quintaesenciada de lo que fue la (des)educación de varias generaciones de españoles de la posguerra en clave nacionalcatólica, un espejo fiel del fascismo postizo del régimen y de la básica estulticia de los constructores y divulgadores de su ideología”

Al paso que vamos, y “tacita a tacita”, la extrema derecha y la derecha extrema, intentan emular a sus antepasados de los años cincuenta y sesenta utilizando cualquier circunstancia como brazo armado, para que los españolitos futuros mamen desde el jardín de infancia, las esencias del nacionalcatolicismo.

Entretenidos como nos tienen con la Reconquista, el viaje al extremo Centro, Venezuela, libertad matritensis y demás “pimpolladas varias”, la carcundia más obtusa, está asaltando la convivencia ciudadana en este país, quien sabe si con consecuencias irreparables.

Algunas de las cosas que estamos leyendo, viendo y escuchando, en los últimos días, nada tienen que envidiar a aquella asignatura del bachillerato de los sesenta, llamada Formación del Espíritu Nacional, con la que los pensadores del Franquismo pretendían convertirnos en los perfectos y dóciles españoles de bien, que los principios inspiradores del Movimiento Nacional dibujaban en esa “Unidad de Destino en lo Universal” que era la España de don Francisco.

La toma de la Bastilla social por parte de empresas, obispos y derechas varias está siendo un hecho auténticamente escandaloso, al que la ciudadanía de este país asiste inerme, y lo que es peor, indolente y a veces complacida, hasta el punto de votar a quienes nunca defenderán loa causa de la mayoría, porque son oligarquía pura y dura y como tal solo responden a intereses, que obviamente no son los nuestros.

Sorprende extraordinariamente que un partido que se opone a la subida del salario mínimo, a la revalorización de las pensiones con arreglo al IPC, a una ley de la vivienda que pretende moderar la subida de los alquileres; a la ley de muerte digna, con la que cada uno podamos decidir acabar con nuestra vida cuando ya no merezca ser vivida, sea receptor de millones de votos de mileuristas, jóvenes, parados y pensionistas que a duras penas llegan a fin de mes.

Asombra que quienes no tenemos más patrimonio que nuestro trabajo diario, si es que tenemos la suerte de tenerlo, babeemos ante la supresión de un impuesto de sucesiones que solo pagan quienes heredan por encima de los 800.000 euros.

Maravilla que quienes hemos perdido el derecho a ser atendidos presencialmente por nuestro médico de cabecera y soportamos listas de espera que harían sonrojar a Matusalén, justifiquemos a quienes han terminado de destrozar nuestra sanidad pública en beneficio de sus amigos de la privada.

Pasma que millones de españolitos estén dispuestos a votar a un partido que su reciente convención, preparada con «mimo» desde hace casi un año, ha presentado como ejemplo de gestión a un tipo que, como Sarkozy, al día siguiente de su intervención era condenado por corrupción, o a un par de sátrapas iberoamericanos, que junto con un Nóbel porcelánico, aparecían horas después como evasores fiscales en los «Pandora papers».

Flipa que nadie en su sano juicio pueda planearse votar, a quien considera perfectamente lícito que las eléctricas puedan poner el precio de la luz por las nubes, a quienes quieren dar marcha atrás al derecho al aborto, o a quienes aseguran sin sonrojarse que «ser fascista es estar en el lado bueno de la historia».

Según las encuestas, a día de hoy, la mayoría de la ciudadanía de este país, está dispuesta a votar a quienes no dudarán en gobernar con los que proponen liquidar la legislación para favorecer la igualdad de género, o la Memoria Histórica, la expulsión de inmigrandes indocumentados, la supresión de la asistencia sanitaria a esos mismos inmigrantes, la liquidación del Estado de las Autonomías, la ilegalización de los partidos nacionalistas, la suspensión de la autonomía catalana, el desmantelamiento del sistema público de pensiones, la bajada de 15 puntos de los impuestos a las rentas más altas, la subvención decidida a la sanidad y educación privada en detrimento de la pública, que a los menores de 24 años se les pueda pagar un sueldo inferior al salario mínimo sin cargas para la empresa contratante, etc, etc, etc.

Preocupante, muy preocupante la ausencia de espíritu crítico en una sociedad narcotizada por los mensajes en redes sociales, que lejos de ser espontáneos, responden a una perfecta estrategia de desinformación que tan buenos resultados ha rendido y está rindiendo a esos movimientos ultraliberales y cuasi fascistas. Un espíritu crítico que es cuestión de vida o muerte para nuestros derechos sociales, para conseguir un país igualitario en el que los servicios públicos lo sean de verdad y para todos; un país de acogida en el que nuestra orientación sexual no suponga un estigma; un país feminista y ecologista. En en suma un país para el siglo XXI.

Decía el filósofo polaco Zigmunt Bauman que la respuesta de los indignados es emocional, pero para convertirla en algo positivo, hace falta pensamiento y actuación. Pongámonos a ello, cada uno y cada una con nuestras convicciones, pero con las nuestras de verdad, no las que nos traten de imponer quienes nunca, nunca, serán uno de los nuestros.

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