8M: feminismo de usar y tirar

8M: feminismo de usar y tirar

Finales de los 70. Entusiasmo político y ardor cultural. Fervor rebelde. Explosión de libertad. En un pueblo cualquiera de Andalucía, unas 40 personas conspiran para poner a funcionar una asociación cultural que sacuda el letargo y la abulia de sus paisanos. Establecen distintas áreas temáticas donde ellas y ellos se organizarán para trabajar. En una de éstas, la de la Mujer, se inscriben casi todas las presentes… y dos amigos. Ellos quieren aportar. Ellas agradecen el gesto pero, por mayoría, los rechazan: sólo mujeres.

Finales de los 70 y principios de los 80. El miedo y la novedad generaron aprensiones personales y cierta suspicacia social dentro y fuera del grupo, a pesar de lo cual las reuniones, los debates y los actos públicos se sucedieron con éxito y proyección popular. Con el tiempo, los dos hombres rechazados son invitados a incorporarse al Área de la Mujer porque no dejaron de aportar desde el minuto uno. Rara avis, los dos ya disponían de una incipiente conciencia feminista cuando el feminismo estalló en aquella gris España.

Hoy, aquellas jóvenes y sus dos amigos lucen canas y arrugas en una etapa de madurez implacable, en muchos casos con la militancia relegada a un postureo periódico en fechas señaladas y el compromiso reducido, con hastío, a esporádicos intercambios de ideas con el relevo generacional. Están de vuelta de todo. Todo ha cambiado. El feminismo de ahora les parece un tetris cuyas piezas se niegan a encajar unas con otras quedando reducido, para ellas y ellos, a algo frustrante, incompleto e incompetente.

En una década de vértigo sociopolítico y de un tsunami tecnológico, las ideologías han sido reseteadas y los sistemas operativos a duras penas identifican y ejecutan APPs de épocas anteriores. Ha cambiado el chip, el lenguaje no es el mismo y las ideas han sido sometidas a todo tipo de cirugías e implantes que las hacen casi irreconocibles. El feminismo es una de las parcelas políticas más afectadas por los cambios, hasta el punto de presentar tal número de variables que lo hacen poco operativo, casi inservible.

Las viejas feministas y las de las nuevas hornadas se están empleando a fondo en un debate de ideas con el predominio letal de los matices sobre la sustancia. Los viejos y los nuevos feministas asisten estupefactos a una feroz contienda que más se asemeja a una pasarela de vanidosos egos feministas en gravísimo proceso de atomización. Hasta las derechas machistas y misóginas reivindican un lugar en la batalla, sabedoras de la deriva suicida a que abocará, más pronto que tarde, tal disparate de purismos radicalizados.

40 años después, año 2023, las viejas y los viejos feministas, en vísperas del 8 M, estudian la oferta de convocatorias diferentes que hay en cada ciudad y cuantos sesudos manifiestos circulan en redes sociales. Feminismos puristas, clásicos, modernos, eclécticos, proletarios, burgueses, rojos, azules, verdes, católicos, agnósticos, asceticos, hedonistas, ecologistas, consumistas… de Beauvoir, de Kent, de Campoamor, de Zambrano, de Falcón, de Marañón, de Valcárcel, de Calvo, de Montero… a la medida, para usar y tirar.

Progresó el feminismo en el siglo XX con todas las ideas bajo una bandera. Retrocede el feminismo en el siglo XXI con una bandera para cada idea. Banderas endogámicas, excluyentes, dispersantes, frentistas, ridículas banderas que lastran el avance. Estalló la piña entre aspiraciones individuales que debilitan la lucha colectiva. No hay diálogo ni debate, ni contraste de ideas, sólo guerras, malditas guerras, morada ésta. Son feminismos que cierran la puerta a millones de hombres y mujeres que aportar quieren.

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