Capitalismo y nieve

Cuando una vez, al malogrado amigo Ladis, profesor de Física y Química en un instituto de enseñanza secundaria, le preguntaron aquello de ¿qué trabajo hay en el mundo mejor que el de funcionario?. A él precisamente, que después de estudiar una carrera universitaria tuvo que seguir hincando codos y sacarse unas oposiciones, y lidiar semanalmente con decenas de adolescentes de hormonas revueltas para tratar de enseñarles como funciona el mundo, en desigual competencia con la play …, él , en lugar de mandar a su interlocutor al cuerno, respondió muy serenamente: “empresario del sector eléctrico”. Todos nos quedamos dándole vueltas a la respuesta. Sin duda una manera formidable de ser empresario y adalid del capitalismo: tienes un producto de primera necesidad cuyos precios fijas en régimen de oligopolio, puedes mandar recado al gobierno de turno de que se debe y de que no se puede hacer cuando trata de regular el sector, y si acaso tu imagen resulta un poco dañada por esos vecinos insidiosos del otro lado del río, no tienes problema en pagarte una gran campaña de marketing para decir que tu eres verde verdadero, que a molinillos, aunque sean de pimienta, no hay quien te gane y que la filantropía y el bien social es lo que mueve tus pasos cuando te levantas por las mañanas.

Viene esto a cuento del negocio de la nieve. Casi tan seguro como el del sector eléctrico, y mucho más que el de funcionario. Y a resultas de la epidemia de propuestas que estos meses estamos viviendo al respecto. El líder provincial del PP, Sebastián Pérez, y algunos epígonos suyos, se han levantado esta campaña propositivos, y nos sugieren ampliar la estación de esquí 2 ó 3 valles más, hacer un aparcamiento nuevo con 5000 plazas añadidas, convertir la carretera de la sierra en autopista, meter cables para un teleférico más grande que el del Pao de açúcar y varias menudencias más por el estilo. “Sebas” acaba de disparar al núcleo del consenso logrado hace ya dos décadas entre la sociedad granadina, cuando en 1999 se hace realidad la declaración de Parque Nacional de Sierra Nevada, acordando reservar un espacio de explotación intensiva que coincide con el ocupado por la estación de esquí, pero también preservando para el futuro los incomparables valores ambientales del macizo, su singularidad en el mundo y su atractivo para propios y extraños, poniendo las bases para que un turismo sostenible deje beneficios en los pueblos que rodean la montaña, y no solo en un pequeño sector de empresarios de la construcción y el turismo de nieve

Pero ese consenso fue hace 20 años. Hoy ya sabemos un poquito más. El Observatorio de Cambio Global de Sierra Nevada, un vigía climático formado por la UGR y la Junta de Andalucía y en el que colaboran desde la Unión Europea hasta el gobierno de España, ha elaborado un metódico informe en el que nos alerta de los cambios que ya se están produciendo aceleradamente en la montaña. Entre ellos diminución de las precipitaciones en más de un 10% y aumento de las temperaturas en mas de 2 grados en unas décadas, a la vuelta de la esquina y dentro de cualquier plazo de uso y posible amortización del despliegue propuesto. Por eso choca mucho más el “desaliño indumentario” de esta propuesta. Si a un ingeniero de minas, por ejemplo, le dicen de poner en explotación las minas metálicas de la Estrella y La Probadora, se quedaría pensando en que casi con seguridad ya no son rentables, y en todo caso que necesitaría de un estudio económico y de amortización de las inversiones, aparte de costosas e impactantes infraestructuras, como una carretera, para ello. ¿Y si la carretera la construye la Junta, con el dinero público recaudado?. Nuestro ingeniero, formado en el rigor analítico diría que espera, que primero unas catas, luego un informe concienzudo y después mirar con lupa la rentabilidad.

Y es que el negocio de la nieve cada vez se parece más al del capitalismo extractivo que eclosionó con la revolución industrial del XVIII. Se utilizan recursos naturales o derivados, como agua, territorio, electricidad, en cantidades grandes para obtener plusvalías con una tasa de beneficio decreciente, según va agotándose la disponibilidad del recurso base. La estación de esquí, en 1980, era el “mirlo blanco” de la depauperada economía granadina. Ahora la economía sigue depauperada, a juzgar por el nivel de empleo, por lo que no puede decirse que las grandes inversiones hechas estas décadas atrás hayan servido para sacar a Granada de su atraso. En número, el negocio de la nieve factura ahora aproximadamente el 1.5% del PIB provincial, mientras que negocios que hace dos décadas casi ni existían, como el de las Tecnologías de la Información, hoy suponen unas 5 veces más de producción que el de la nieve, y ya alcanzan el 7% del PIB provincial. Y creciendo con un enorme potencial. Por eso extraña aún más el furor propositivo sobre la estación, sin que haya propuestas para hacer primero un sólido parque de empresas TIC, o un vivero de startups, o al menos una feria empresarial en la provincia más activa de este sector en toda Andalucía.

Pero este capitalismo níveo está trufado de truco, más que de trato. Se le pide a la Junta de Andalucía que ponga las inversiones, las carreteras, los remontes, las balsas de agua y hasta los aparcamientos, con el dinero de todos. Para luego contabilizar los beneficios netos del sector privado, como si no hubiese existido una inversión milmillonaria del sector público. Se trata de un capitalismo dopado. Con la expectativa de sacar beneficios a costa de la inversión pública, de rehacer las leyes que protegen la montaña aprobadas en el Congreso con lobbys de presión, de hacer aparecer como el sector productivo de Granada lo que ya es un negocio poco significativo para la economía provincial, de silbar al aire cuando se habla del Cambio Climático, que ya está reduciendo, y en tan sólo dos décadas lo hará aún mucho más, la nieve disponible (¡y el frio para poder innivar artificialmente!), y que está acortando los periodos de apertura en varias semanas más, haciendo cada vez más caro mantener la la calidad y cantidad de la nieve.

Así que me extraña. O no tanto. ¿Cuál es la razón de este desatino? ¿por qué no escuchamos todos los días propuestas para invertir en el capitalismo de plataformas, o en el virtual de internet, que es el que está pitando, con menos consumo de recursos por cierto y mucha más rentabilidad, que la minería de la nieve?. ¿Y por qué ahora precisamente? No es solo el doping público, sino también un cierto resurgimiento del sector del ladrillo, que no estaba tan muerto como creíamos. Un cambio de gobierno regional, cuyo presidente no duda el otro día en Granada en decir que lo del soterramiento del Ave habrá que estudiarlo, que eso es mucha pasta y que no sabe si tiene suelto en el bolsillo, mientras su líder local, el Sr. Pérez, lleva meses sin pestañear al prometer el dinero a espuertas que será necesario para todas esas infraestructuras alpinas. Y un activismo ecologista hibernado, desaparecido de escena social y política. La portería contraria vacía, la hinchada a por uvas y cambio de árbitro: a chutar como desesperados a puerta. Pero atención, esos miles de jóvenes que por toda Europa están estas semanas haciéndonos recordar que el clima es un asunto serio, y que no les podemos dejar como herencia una hipoteca para el futuro, están dispuestos a tomar, a lo que parece, el más digno relevo en esa portería. Un aviso para los rematadores oportunistas.

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