Catalina García, consejera mendaz

Es más habitual de lo deseable, en política, que muchas personas colocadas en puestos de responsabilidad promocionen siguiendo el Principio de Peter: “Todo cargo público tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia” . Y abundan personajes como Bartleby el escribiente, creado por Herman Melville, de figura “pálidamente pulcra, lamentablemente respetable, incurablemente solitaria” que siempre suele responder, ante cualquier trabajo que se le proponga, con su conocida respuesta: “Preferiría no hacerlo”.

Suele acontecer también, en el ecosistema político, que personalidades de los más altos niveles desempeñen sus funciones desde la mediocridad. No es imprescindible formación específica en la materia sobre la que toman decisiones, sobre todo si el currículum del líder/guía es irrelevante. Se rodean estas personalidades de una legión de asesores y consiliarios para cubrir su inoperancia y salvaguardar su responsabilidad. A veces, esta incompetencia es caldo de cultivo para corruptelas y mal uso del erario público.

A pocos meses de su nombramiento, la consejera Catalina García va asumiendo que su nombramiento apenas responde a su capacidad para gestionar cuestiones de Salud y Consumo. Su escuálida formación académica hace suponer que ha alcanzado su nivel de incompetencia tras dedicar su vida, desde los 90, a distintos desempeños políticos. No son la dirección y la coordinación sus tareas principales en el gobierno andaluz que le paga, no: su primordial cometido es mentir para encubrir la política privatizadora de sus jefes.

Desde su acceso al puesto, sin duda grande, aunque va muy asistida de edecanes, no hace más que repetir los papeles que le pasa Rasputín Bendodo para leer en público. Y lo hace con el desparpajo y la profesionalidad de un estómago agradecido, de una bién “pagá” que todo lo da por un puñao de “parné”. Es capaz de memorizar el discurso, acicalarse, vestirse ad hoc, convocar a los medios y repetir una y otra vez que la atención primaria funciona y que en dos días te ve el médico en tu centro de salud.

Como para la mayoría de los católicos, que no de los cristianos, la mentira reiterada es Mandamiento, no cuenta como pecado, y es santo y seña para el Partido Popular. Cualquier partido miente, cualquiera, pero no tanto ni con tanto descaro como el de las armas de destrucción masiva en Irak, los atentados del 11 M y ETA, el Yak 42, el rescate bancario, la caja B o el espionaje a propios y extraños. Lo de Catalina es pecata minuta comparado con el nivel alcanzado por los máximos dirigentes peperos en las últimas décadas.

Ante la evidencia, publicada en el BOJA, de que el Partido Popular ha puesto precio a los servicios y las instalaciones de la Sanidad Pública para privar de ella a Andalucía, Catalina sigue a lo suyo y dice que no se está privatizando nada. Tampoco le importa que su jefe esté inyectando millones de euros a la privada en fraude de Ley con la excusa del Covid o cualquier otra, les da igual. Catalina, olvidada su vocación juvenil, ha decidido entregarse en cuerpo, alma y bolsillo al servicio de una sanidad privada mucho más lucrativa, ¡dónde va a parar!

No despellejen a Catalina, rompan una lanza por esta mujer, comprendan que se siente normal en el medio donde se mueve. Ella ve al hermano de Ayuso y la aristocracia forrándose con las mascarillas o a Ferrovial con el Zendal y piensa que todo el mundo tiene derecho. Ella, como todo el PP, quiere para Andalucía un sistema sanitario exclusivo y excluyente. Ella se pone al servicio de las empresas sanitarias que generan regalías en A, B o C para gente sin escrúpulos ni conciencia social, como ella y su banda.

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