Contra el deporte

La belleza no es incompatible con la inteligencia, así como un cuerpo atlético no tiene por qué ser antagónico de una mente cultivada, pero… Fue un 19 de febrero de 2011, cuando acudí a los Encuentros en la Biblioteca de Andalucía, que dirigía tan sabiamente Juan Carlos Friebe, cuando Herminia Luque leyó unas palabras contra el deporte que me tranquilizaron al saber que yo no era la única persona que nadaba a contracorriente. En ‘No sport’, la escritora granadina, afincada en Málaga, decía: «El deporte no permite, más que de una forma excesivamente tosca, la expresión de la personalidad. Los deportistas no son más que figurantes de la sociedad del espectáculo. Imágenes en movimiento, emotivas como mucho, nunca denotativas».

Ya en el siglo VI antes de nuestra era, el filósofo griego Jenófanes de Colofón, escribía: «Es indigno que se le profese un culto tan excesivo a los valores atléticos en contra de la erudición y la nobleza del sabio, cuando la fuerza de los atletas es menos útil para el Estado»; y explicaba: «Las personas de espíritu tosco, vencedores de los torneos, en las carreras pedestres o de carros, no pueden gozar de más alta estima que los poetas y los filósofos, que son los educadores de los ciudadanos. Es injusto preferir la fuerza del cuerpo a la fuerza del pensamiento. La sabiduría sobrepasa a la fuerza del hombre y a la del caballo. Es ofensivo la exagerada devoción popular que se dispensa a las cualidades físicas por encima de las intelectuales, las desmesuradas recompensas económicas que reciben los atletas en comparación con las exiguas satisfacciones que recibimos quienes cultivamos el espíritu».

Antonio Machado, en ‘Juan de Mairena’ (1936), decía que «La gimnástica, como espectáculo, tiene entontecido a medio mundo, y acabará por entontecer al otro medio». Y, seguidamente (a pesar de que el tal Juan era profesor de gimnasia), expone un texto titulado ‘Contra la educación física’ que dice: «Para crear hábitos saludables, que nos acompañen toda la vida, no hay peor camino que el de la gimnasia y de los deportes, que son ejercicios mecanizados, en cierto sentido abstractos, desintegrados, tanto en la vida animal como en la ciudadana. Aun suponiendo que estos ejercicios sean saludables —y es mucho suponer—, nunca han de sernos de gran provecho, porque no es fácil que nos acompañen sino durante algunos años de nuestra efímera existencia». «Se diría que Juan de Mairena —continúa Machado— había conocido a nuestro gran Miguel de Unamuno, tan antideportivo, como nosotros lo conocemos».

Sobre un deporte concreto diremos que Álvaro Cunqueiro, en ‘Fábulas y leyendas de la mar’ (1982), en el artículo ‘La natación y adivinanzas’, incide diciendo: «Servidor, como lector del padre Feijóo, creía que natación e inteligencia andaban más bien reñidas (…). La capacidad de bucear durante un largo rato parece ir acompañada de un cierto grado de cretinismo. Yo he conocido en mi vecino mar de Fox a un buceador, realmente sorprendente, que era un robusto idiota». Y esto, lo ilustra con ejemplos: «un conocido buceador que ‘era un robusto idiota’, el simplísimo hombre-pez de Liérganes, el bobo de Pappaliau de Génova ‘que apenas sabía hablar’, el Perenet de Valencia o Alicante que ‘también era idiota’…».

En Colombia, Álvaro Mutis (1923-2013), nos habla de ‘La miseria del deporte’: «El deporte es una actividad humillada y miseranda. El deportista nada arriesga, cultiva sus músculos y adiestra sus reflejos para exhibirse ante una multitud enclenque, de ideas usadas y agrias. El público hace del atleta su ídolo, le atribuye virtudes que quisiera poseer, y, detrás de la opulenta trabazón de músculos, supone atributos heroicos que no existen, aún más, que el atleta niega. Es éste un eunuco que la multitud cubre con deseos imposibles y antiguos, ya perdidos hace tiempo. De allí que el deporte, como la prostitución y el alcohol, se convierta en una pingüe industria en manos de mercaderes inescrupulosos. Mercaderes de atletas». El Nobel gallego de las letras españolas, Camilo José Cela, en ‘Los vasos comunicantes’ (1981), pone en boca del pintor Joan Miró —a la sazón vecinos en la ciudad de Mallorca— fruto de alguna conversación: «El deporte sirve para embrutecer al hombre. Socialmente me parece como una droga, como una rosa falsa. ¡Hay que ver lo idiotas que son los grandes jugadores de fútbol!». Y Borges remacharía: «El fútbol es universal porque la estupidez es universal».

Mi admirado Ambrose Bierce, en su famoso diccionario, define la entrada ‘Alba’ como: «Momento en que los hombres razonables se van a la cama. Algunos ancianos prefieren levantarse a esa hora, darse una ducha fría, realizar una larga caminata con el estómago vacío y mortificar su carne de otros modos parecidos. Después orgullosamente atribuyen a esas prácticas su robusta salud y su longevidad; cuando lo cierto es que son viejos y vigorosos no a causa de sus costumbres sino a pesar de ellas. Si las personas robustas son las únicas que siguen esta norma es porque las demás murieron al ensayarla».

Para terminar (aunque nunca se terminan estos temas), en la columna del 22 de noviembre de 1999 de ‘Los placeres y los días’, en El Mundo, Francisco Umbral escribía: «Casi todos los deportes de masas han degenerado en el gansterismo, el doping, el dinero negro y la mafia».

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