Da miedo una justicia así

No es el tema del lunes, ni de la semana, ni del mes siquiera. Es el tema de los últimos cuatro años, de los últimos cuarenta años, del último siglo. Es el tema de la historia de España y de la humanidad. La Justicia es el tema cuando siembra duelos en las esquinas, llantos en las plazuelas y dolor en las avenidas. Es el tema la Justicia cuando cojea de conciencia, le falta honradez, carece de integridad y le falla la decencia. Es el tema la Justicia cuando es ella la que se condena a sí misma en una pulsión suicida.

No soy jurista, leguleyo, picapleitos, letrado ni abogado, soy un simple ciudadano atribulado ante el infierno de togas, mazas, esperanzas ciegas y aciagas puñetas que se vive. Soy depositario de la humilde Ilustración que la escuela dio, que los mayores procuraron y que mis ojos seniles ven perder por el afán conservador de reservarla a la élite, a la aristocracia. Hable la tal Ilustración, el legado a la Humanidad de los Siglos de las Luces que alumbraron cuantos tiempos de tinieblas hubo y que hoy vuelven a España.

Escribió don Francisco de Quevedo:

Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!
menos bien las estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
más que Jasón, te agrada el Vellocino.

El humano derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.

No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.

Pues que de intento y de interés no mudas,
o lávate las manos con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.

Diego Hurtado de Mendoza dejó escrito:

Alguno, visto el nuevo acaecimiento,
dijo, quizá movido en su conciencia:
“¡Oh juez sin razón ni fundamento!

que el conocido error de tu imprudencia
vean la ciega fortuna y ciego viento,
y el loco mar entienda tu sentencia”.

Son versos que exponen miradas bien medidas y rimadas sobre el mundano devenir de pareceres que raramente concilian la Justicia con el cavilar de la gente sencilla. Son letras que suponen un abismo de intrigas y sospechas. También en prosa se pensó, se habló y se escribió de Justicias y justicias, sentencias válidas para los tiempos que corren, para los entuertos y componendas que enturbian la vida y nublan las perspectivas de progreso de todo un pueblo y un Gobierno que mira por él. Lean y piensen:

Quevedo: “Menos mal hacen los delincuentes que un mal juez”.
Hobbes: “Ninguna injusticia puede convertirse en norma de juicio por la que se guíen los jueces posteriores”.
Eugenio D’Ors: “Las leyes son normas, pero también son armas”.
Stanislaw Jerzy Lec: “Todos somos iguales ante la ley, pero no ante los encargados de aplicarla”.
Sócrates: “Es peor cometer una injusticia que padecerla porque quien la comete se convierte en injusto y quien la padece no”.

Inmerso me hallo en el secuestro, nada menos, de la Democracia por quien debiera ser garante de ella: el Poder Judicial. La entrada en Europa fue espejismo de que España había madurado y dejado atrás los tics de la dictadura. ¡Iluso quien lo creyó! La transición fue la herramienta defectuosa que, mal utilizada, permitió, entre otros disparates, que el franquismo permaneciera incrustado en el tuétano de instituciones como el Poder Judicial, el Ejército o las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Asusta la evidencia.

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