Deporte, política y dinero

Se habla con estupefacción de la conversión de un golfista en golfo por obra y gracia de los cuarenta ladrones del Golfo que, con lo robado a costa del combustible fósil, maquillan sus dictaduras misóginas, homófobas, xenófobas, asesinas y teocráticas. No se debiera llamar deporte a un juego compatible con fumar y beber alcohol y cuyos practicantes no hacen el mínimo esfuerzo de llevar la bolsa con los palos para meter bolitas en los agujeros de los selectos y exclusivos clubes donde especulan y negocian las élites.

El deporte ha sido un eficiente transmisor social de valores desde las olimpiadas griegas. El pragmatismo romano comprendió que el espectáculo servía, además de distraer, para controlar al pueblo. El “panem et circenses” ha llegado a nuestros días y son jeques moros y fondos de inversión los beneficiarios de eventos deportivos convertidos en casinos donde juegan equipos con presupuestos totales similares al del Ministerio de Ciencia e Innovación en competiciones que mueven más dinero que el PIB de muchos países.

Lo importante ya no es participar, sino engordar bolsillos y vanidades. Los únicos valores que se pueden disfrutar hoy son los de cuatro negros desdichados que dedican parte de sus ganancias a aliviar la precariedad de sus países y sus paisanos. No hay mucha atención mediática a estos “imbéciles” que renuncian a mansiones, cochazos y rolex, vaya a ser que la audiencia adquiera pérfidos valores interpretables como comunistas, aunque sólo se trate de solidaridad, compromiso y humanidad, valores casi fósiles en el siglo XXI.

No sólo el deporte se prostituye y se vende al mejor postor. El periodismo es otro sector de influjo social que ha pasado del negocio de la información al de la propaganda, del libro de estilo al libro de contabilidad, del rigor y la objetividad al sesgo y la manipulación militante. Como en otros sectores de la economía, la concentración empresarial ha dinamitado la competencia en perjuicio del consumidor y ha adulterado gravemente la democracia, tal es el poder del Cuarto Poder. También el periodismo ha devenido en espectáculo.

Deporte y periodismo van de la mano en la innoble misión de anestesiar a la sociedad. El doping no es siempre química ni la intoxicación fisiológica, como se ve en competiciones donde el dinero ofrece ventajas sobre los rivales y en noticias cuya información rehúye el hecho deportivo. Personajes como Bernard Tapie representan la senda del amancebamiento entre deporte, medios de comunicación, negocios y política que siguieron avispados tahúres como Florentino, Abramovich, jeques e inversores chinos hasta hoy.

Si usted ve, escucha o lee noticias de deportes, comprobará que marcan la pauta seguida por las noticias políticas y económicas. Comprobará que más del 50% de los contenidos están dedicados al bipartidismo (Madrid/Barça o PSOE/PP), que el cabestrillo de Bellingham tiene más presencia que el sistema táctico del Girona o que los ¿deportes? basados en la quema de combustible fósil acaparan más minutaje que baloncesto, tenis, balonmano, atletismo y los demás juntos. ¿Casualidad? No: es mercadotecnia.

Y no es el único paralelismo. Los hemiciclos del Congreso y del Senado se parecen cada vez más a las llamadas gradas de “animación” de los estadios donde ondean banderas fascistas arden bengalas y campan a sus anchas el machismo, la homofobia, la xenofobia y el racismo. A esta gentuza le da igual ir al aeropuerto a las cinco de la mañana para insultar a los jugadores de su equipo que ir de noche a la calle Ferraz con muñecas hinchables para rezar un rosario. Ojo: las barras bravas han llevado a Milei a la Casa Rosada.

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