Docencia, año I d.c.

Exactamente hoy hace un año, empezamos el confinamiento a causa del COVID, ese periodo en el que agotamos los rollos de papel higiénico, la levadura, hicimos multimillonarios al Dúo Dinámico con los royalties de “Resistiré”. Ese periodo en el que al principio te hacían gracia los memes, donde encendías la televisión y no se hablaba de otro tema, ya fuesen personas expertas en el tema o no. Ese periodo en el que salir a tirar la basura te convertía casi en un delincuente y comprar en el supermercado te llevaba a invertir el doble de tiempo por la simple razón de tener miedo…

Sí, hace un año nos quedamos en casa, un año en el que la función docente ha cambiado de forma radical, al igual que lo hizo para el alumnado y sus familias. Recuerdo, y no con nostalgia precisamente, aquella etapa del confinamiento, en la que recibíamos llamadas y correos a cualquier hora del día, pensando que somos un servicio 24/7. Aquella macrocarpeta con 10Gb (que se dice pronto) de trabajos y archivos de mi alumnado. Aquellas videoconferencias iniciales donde tenías que ir silenciando a cada participante y explicando el funcionamiento de cada herramienta cada cinco minutos… Es cierto que fuimos unos privilegiados por seguir con nuestro trabajo, pero esta etapa, ha marcado un antes y un después en nuestra profesión. Huelga decir que, durante el confinamiento, la mayoría de nosotros nos tomamos ese extra de trabajo como una misión de Estado, aportando nuestras conexiones y recursos digitales personales de forma altruista. Había que arrimar el hombro y sacar al alumnado hacia adelante y se hizo. Pero ha pasado un año y tengo que reconocerlo, estamos agotados psicológicamente.

¿Agotados psicológicamente? Seguro que más de una persona se ha echado las manos a la cabeza y está lanzando la ira de los dioses contra un servidor. ¿Un tipo que tiene dos meses de vacaciones en verano está agotado psicológicamente? Pues sí. Estamos agotados porque como les había comentado, la función docente se ha llenado de pronto, de cientos de protocolos, procedimientos, subidas de archivos, modificaciones de programaciones, cursos online de actualización, cursos online de formación en entornos digitales… Sufrimos estrés. Cualquier mensaje meramente informativo, que antes de la pandemia se hacía a través de la agenda y te lo enseñaba tu alumnado al llegar a clase, ahora te llega cuando estás intentando descansar o intentando disfrutar de tu familia, en tu tiempo libre, en tu momento de desconexión laboral. Lo informativo ha pasado a urgente. Lo importante ha pasado a vital. Lo urgente ha pasado a hecatombe mundial.

Sufrimos hiperconectividad docente a través de los dispositivos digitales, los cuales se han convertido en nuestros secretarios y a la vez, en nuestros tiranos laborales. Los calendarios online nos agendan entrevistas, reuniones y cursos de formación que ni sospechábamos que iban a existir, amén de cualquier mail banal a cualquier hora. No hay fin en la escuela.

Que las horas complementarias las estemos teletrabajando, no quiere decir que no las estemos cumpliendo, sino todo lo contrario, las cubrimos con creces con todo lo que he expuesto anteriormente. Como les he comentado, recibimos correos de las familias e internos, a cualquier hora y día. ¿Acaso no han descubierto que se pueden programar los correos para que lleguen a una hora y día concreto? Aprendan.

Y es cierto que tenemos derecho a la desconexión digital del trabajo, pero de igual modo, quienes interactúan con nosotros y se creen en posesión de la venia eterna de mandarte cualquier mensaje en cualquier momento, tienen que ser conscientes que somos personas, que tenemos, como cualquier trabajador, un horario laboral y que insisto de nuevo… estamos psicológicamente, saturados.

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