Educación para la economía

Se debería considerar la obligatoriedad de la educación en economía. Desde preescolar, sí, esa etapa de la vida en que las personas son esponjas que lo absorben todo con increíble facilidad. Si es la mejor edad para el aprendizaje de idiomas, ¿por qué no economía? La economía integra los códigos inexcusables de la ética con los prescindibles de la doctrina. Se comenzaría, por ejemplo, inculcando las excelencias de “lo mío”, la bondad de lo individual, frente a los peligros que acechan agazapados bajo “lo nuestro”, lo común.

Hasta llegar a los grados de Administración y Finanzas, la infancia y la juventud tendrían la oportunidad de aprender los rudimentos necesarios para hacer frente al principal reto de la vida: nadar entre tiburones y pirañas. No basta con saber leer, escribir y las cuatro reglas, como decían los abuelos en la posguerra, suficiente para hacer frente a la hambruna y sobrevivir con dignidad en la dictadura, hay que conocer y manejar los códigos lingüísticos y sociológicos que usan los mercados para mantener a la humanidad en la esclavitud.

Hasta hace un siglo y poco, había seres humanos con cadenas trabando sus pies y látigos lacerando sus espaldas al servicio de quienes, así, generaban riqueza y creaban puestos de trabajo. La sociedad adquiría los productos procedentes de estas prácticas pensando cada cual en “lo suyo”, nunca en “lo nuestro”, en lo barato que era su consumo para el bolsillo, nunca en el coste para la salud, la dignidad y las condiciones de quienes los producían. Es histórico y universal lo de mirar hacia otro lado y ver al trabajador como herramienta.

Desde la Revolución Industrial, los trabajadores han luchado para sacudirse la esclavitud de la única manera posible: pensando en “lo nuestro”. Los logros conseguidos de tal manera por los trabajadores a finales del siglo XIX y a lo largo del XX beneficiaron a todos, incluso a quienes no apoyaban las movilizaciones por no considerarlas “lo mío”: Comisión de Reformas Sociales (1883), Ley de Accidentes de Trabajo (primer seguro social en 1900), Instituto Nacional de Previsión (1908), jornada de 8 horas diarias (1919), etc., etc.

Desde los 80, el neoliberalismo impulsado por Reagan y Thatcher centró todo su potencial propagandístico y todos sus recursos en potenciar el individualismo, “lo mío”, y desactivar lo colectivo, “lo nuestro”, coincidiendo con el proceso de descomposición de la URSS. España, ocupada entre acabar de sacudirse la dictadura y vivir el carpe diem de la posmodernidad, no quiso ver lo que sucedía laboralmente a americanos y a británicos a raíz de las reformas de la demencia neoliberal encaminadas a demoler el estado del bienestar. Así seguimos.

Las redes sociales, educadoras de facto de infancia y juventud, están formando un terrible ejército de “yos” que repudian el “nosotros” al grito de “que se jodan los demás”. Parte de esa formación se centra en el odio a los sindicatos, el “nosotros” laboral, para que, como antaño, los esclavistas hayan conseguido que estas generaciones digitales consuman por encima de sus posibilidades en internet sin querer ver las pésimas condiciones laborales de quienes generan la riqueza que amasan las empresas con insaciable codicia.

La educación financiera facilita comprender por qué cuando peor va la economía personal, mayor beneficio obtienen la banca y la especulación y por qué cuando a ellas les va mal, a la ciudadanía le va peor. Parece populismo, pero es lo que ven los ojos, lo que escuchan los oídos y lo que se intenta ocultar a la opinión pública. Mientras muchas personas tienen, aun trabajando, serias dificultades para acceder a una vivienda o comer de forma sana, la banca obtuvo 26.000 millones de beneficios en 2023 y los mercados por el estilo. Es “lo suyo”.

También tiene cabida en la Educación de Adultos, para facilitar la identificación (por ejemplo a muchos agricultores) de quién se apropia de la riqueza que genera el campo y es causa de su ruina: los Mercadonas (a no ser que la tractorada sea ideológica). O al pensionista que odia a quienes le actualizan la paga y vota a quienes se la congelan. O al usuario de la Sanidad Pública que vota a quienes la deterioran para privatizarla. O a quien, explotado, vota a quienes legislan para su explotador. Todos con el “yo”, todos contra el “nosotros”.

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