El derecho de vivir en paz

Un mes antes del golpe de estado auspiciado por la CIA que derrocó al presidente chileno Salvador Allende en septiembre de 1973, el cantautor Víctor Jara actuó en la televisión. Interpretó una canción que había dedicado a la lucha del pueblo vietnamita. Un pueblo desangrado por querer vivir libre del colonialismo francés primero y luego de una invasión estadounidense a la que acababa de derrotar al precio de cientos de miles de muertos, la mayoría civiles, y un país devastado por el napalm. Ya en esas fechas en que cantaba Jara en Chile se sabía que cuando un pueblo decide seguir un camino de justicia social, con una distribución más justa de la riqueza, un camino de independencia real, sea por la vía de las armas como en Vietnam o por la vía pacífica de las urnas como en el país andino, se desatan poderosas fuerzas para impedirlo “a como dé lugar”, como se dice en español de América.

En Chile la CIA invirtió mucho dinero en financiar una huelga de camioneros que paralizara el país, generara desabastecimiento y sembrara el descontento popular creando un terreno propicio para el golpe de Pinochet que llegaría un año después. Todo esto se sabría años después, gracias a esa costumbre estadounidense de desclasificar documentos que demuestran sus injerencias en los asuntos internos de medio mundo cuando ya el daño está hecho y tiene difícil arreglo. Lo que vino a continuación es conocido: el bombardeo por la aviación golpista del palacio presidencial, la imagen del presidente con un casco y un fusil dispuesto a defender con su vida la democracia, su suicidio antes de que La Moneda fuera tomada, los miles de muertos a manos de los golpistas, las torturas, los desaparecidos… Entre los primeros asesinados estaba, pocos días después del golpe, el propio Víctor Jara, al que antes los militares cortaron las manos y torturaron cruelmente antes de acabar con su vida. Su delito: cantar canciones que pedían la reforma agraria como A desalambrar, compuesta por el uruguayo Daniel Viglietti, o la estremecedora Te recuerdo Amanda: … ‘muchos no volvieron…, tampoco Manuel’.

No dejaron vivir en paz a Vietnam, ni a Chile, ni a Víctor Jara, las mismas élites que antes tampoco habían dejado vivir en paz a García Lorca, ni a la España republicana que cometió la terrible afrenta de querer subir un poco los salarios de los jornaleros del campo, construir miles de escuelas o llevar el teatro clásico a todos los pueblos del país.Unas élites que tampoco dejaron vivir en paz a la Guatemala de Jacobo Arbenz, derrocado en 1954 por el primer golpe militar auspiciado por la CIA, que vino a socorrer a la United Fruit Company, que poseía el 50% de las tierras del país, frente una reforma agraria que pretendía dar acceso a la tierra a la mayoría desposeída. Arbenz tuvo que exiliarse después de que la aviación golpista comenzara a bombardear la capital y años después los indígenas y campesinos guatemaltecos sufrieron uno de los genocidios más crueles y olvidados de América, con más de 200.000 muertos. Algo parecido le sucedió al Congo recién independizado de Bélgica que eligió a Patrice Lumumba como primer ministro en 1960. En un país rico en oro, diamantes y uranio, pretender poner la riqueza al servicio del pueblo era un pecado imperdonable para quienes hasta entonces habían saqueado los recursos la colonia, propiedad personal del rey de los belgas, con total impunidad. En un telegrama fechado el 26 de agosto de ese año, el director de la CIA Allen Dulles dijo a sus agentes acerca de Lumumba: «Hemos decidido que su eliminación es nuestro objetivo más importante y que, en las circunstancias actuales, merece alta prioridad en nuestra acción secreta». Dicho y hecho: Katanga, la región más rica del país, se independizó del Congo con el apoyo de Bélgica y Patrice Lumumba fue apresado y asesinado.

La CIA no existía en 1936, lo que como sabemos no significa que el golpe del 18 de julio de 1936 estuviera libre de intervención extranjera. Para eso estaban la Alemania nazi y la Italia fascista, implicadas desde muy atrás en la conspiración de los golpistas. De hecho, se da la paradoja de que la organización de la que nació más tarde la Agencia Central de Inteligencia, la OSS, era en plena II Guerra Mundial un hervidero de comunistas norteamericanos. Nadie conocía mejor a los nazis, sus armas y estrategias militares que quienes los habían combatido en la guerra española como integrantes de las Brigadas Internacionales. Y nadie tenía mejores contactos con quienes los combatían en las montañas de Italia o Yugoslavia, o escondidos entre los arbustos (maquis) de los montes de Francia. Algunos exbrigadistas internacionales de la Brigada Lincoln, habían sido miembros de comandos de operaciones especiales del ejército republicano, como un tal Irving Goff, que liberó junto con otros compañeros brigadistas y los Niños de la Noche de la guerrilla granadina a 300 presos asturianos del fuerte de Carchuna en mayo de 1938. Ya integrados en la OSSparticiparon en la Guerra Mundial en operaciones que los llevaron a internarse tras las líneas enemigas, suministrar información de inteligencia y llevar a cabo misiones de sabotaje que fueron decisivas para algunas de las grandes victorias militares de los aliados en Italia o en el Norte de África. Actos de heroísmo que no los libraronde ser perseguidos, poco después de terminar la guerra, por el Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy. Pero eso daría para otras historias.

Lo cierto es que los golpes de hoy ya no se hacen con tanques o aviones militares. Hoy se utilizan poderes legítimamente constituidos para destituir ilegítimamente a los presidentes que se salen del guión que escribe el poder real, el poder del dinero. De eso saben mucho en Paraguay, donde el Parlamento destituyó al presidente Lugo o en Honduras dondeel legislativo acabó con el mandato de Zelaya, ambos con oscuras artimañas. También lo saben en Brasil, donde las élites se deshicieron de Dilma Rouseff mediante una maniobra no menos turbia del Congreso e impidieron después, gracias a un juez convertido hoy en ministro de justicia, que Lula pudiera concurrir a las elecciones cuando todas las encuestas lo situaban con una abrumadora ventaja frente a sus competidores. Ninguno de los cuatro eran lo que se dice revolucionarios, pero hoy los que mandan sin presentarse a las elecciones ni siquiera toleran reformas moderadas que busquen mejorar aunque sea mínimamente la vida de la mayoría social.

En Europa somos más sofisticados pero no menos contundentes. Somos más de torcer el brazo a un gobierno electo como el griego mandando a los célebres hombres de negro de la Troika, hombres desarmados, al menos en apariencia, pero que causan más terror que 10 divisiones blindadas juntas cuando amenazan (y cumplen) con cerrar el grifo de los euros del BCE hasta que el primer ministro ceda y renuncie a aplicar el programa votado por el pueblo.

O somos más de golpes preventivos. Golpes como los que se dan por estos pagos para evitar que toquen poder quienes intentan que la banca devuelva los miles de millones con los que se la rescató, que se regulen los alquileres para que una familia con un sueldo normal pueda vivir en un piso normal o que la luz de un país de desarrollo medio-bajo en Europa no sea más cara que la de los países más ricos. Golpes preventivos con olor a cloaca fétida que no dudan en usar a la policía, o hasta a jueces, para inventar una realidad paralela que luego encuentra amplio eco en los medios de comunicación y cuyo único propósito es desacreditar a quien pretende, sin hacer ninguna revolución, hacer de su país un lugar un poquito más decente.

Cambian los métodos, pero el fin sigue siendo el mismo: no dejarnos ejercer el derecho de vivir en paz según nuestra libre decisión colectiva. Eduardo Galeano se preguntó en una ocasión en un bello texto: ¿y si empezásemos a ejercer el derecho jamás proclamado de soñar? Le hicimos caso y nuestro sueño, al crecer, se convirtió en su pesadilla. La pesadilla que desvelaba al señor De Zulueta, presidente del círculo de empresarios, y curiosamente también al líder de un partido que se llama socialista y obrero y presume de ser LA izquierda en letras blancas sobre fondo rojo cuando llegan las campañas electorales. Ambos sueñan con despertar de un mal sueño y que hayamos desaparecido, pero me temo que no va a ocurrir. Es tarde para eso, así que tendrán que buscar un buen colchón, o un buen somnífero. Alguien lo escribió hace algo mas de ocho años en una bella pancarta: “si no nos dejáis soñar no os dejaremos dormir”. Qué menos.

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