El doble asesinato de la calle Arabial
En poco más de 24 horas, el tiempo transcurrido entre las 3 de la madrugada del día 9 de febrero y las 7 horas y 15 minutos de la mañana del día siguiente, 10 de febrero de 1997, Granada iba a vivir la más intensa secuencia criminal que registra su historia reciente.
En aquel día, sobre el que podría concluirse que las fuerzas del mal se conjuraron en la ciudad, tres sucesos criminales de gran impacto y relevancia iban a dejar un reguero de cadáveres y de sangre. Cuatro personas, tres mujeres y un hombre perderían la vida ese día. Una madre y una hija en el doble asesinato ocurrido en el número 115 de la calle Arabial; la adolescente de 15 años, Saray Mendoza Carreras, que cayó abatida en medio de un tiroteo a causa de un disparo en la cabeza, con ocasión de una reyerta en la calle Arquitecto Modesto Cendoya, que se había iniciado en el popular establecimiento “El Camborio” en el barrio del Sacromonte entre dos clanes rivales de etnia gitana, por una cuestión sentimental; y Domingo Puente, el peluquero de la Base Aérea de Armilla que fue asesinado en un atentado con coche bomba perpetrado por la banda terrorista ETA contra un furgón militar, al comienzo de la carretera de Motril, junto al Jardín de la Reina.
Fruto de los dos sucesos anteriores un total de 11 personas más, 3 jóvenes en la pelea y 8 heridos con ocasión de la explosión etarra, quedaron gravemente heridas. Por fortuna todas, a pesar de la gravedad de las heridas sufridas por varias de ellas, consiguieron salvar la vida.
Un crimen enigmático
Pasadas las 10 de la mañana del domingo 9 de febrero se recibía en el cuartel de bomberos una primera llamada alertando de la existencia de un incendio en el primer piso del número 115 de la calle Arabial. Instantes después, cuando el dispositivo de extinción partía hacia el lugar del suceso, una nueva llamada alertaba del peligro que se cernía sobre el inmueble dada la intensidad que alcanzaba el humo procedente de la vivienda propiedad de Francisca Bolívar, en la que vivía con una de sus hijas.
La sorpresa de los efectivos de bomberos que tras forzar una de las ventanas para acceder al piso y sofocar el incendio interior que presentaba varios focos distribuidos entre varias habitaciones, fue mayúscula cuando encontraron en el piso los cadáveres de dos mujeres aparentemente asesinadas. En medio del sórdido ambiente embargado por un humo denso los cuerpos de ambas mujeres, Francisca Bolívar López, de 78 años de edad, y de su hija María Victoria Raya Bolívar, de 43, aparecían semidesnudos y con claros indicios de haber sido asesinadas brutalmente. Lo que parecía ser un simple siniestro doméstico, fruto de un descuido en el interior de una vivienda, se presentó inmediatamente ante los investigadores de la policía judicial, que por disposición de la jueza, Inmaculada Montalbán, a la que correspondió la instrucción del caso, practicó las diligencias, como un terrible suceso criminal misterioso y enigmático a juzgar por cómo se había presentado el escenario del crimen. El incendio había sido provocado y ambos cadáveres presentaban señales de violencia. La anciana tenía la cabeza envuelta en una toalla ensangrentada y su asesino le había insertado un objeto metálico en el ano y la vagina. Francisca había recibido numerosos golpes en la cabeza y su hija había sido acuchillada en el corazón. Todas estas circunstancias hicieron pensar a la policía que podría tratarse de un crimen en el que el móvil fuera un extraño rito macabro o un crimen sentimental resultado de una convulsa historia.
Cómo sucedió el crimen
Al principio no se supo bien de qué modo pudieron sucederse los acontecimientos. No parecía un robo común a pesar de que todo estaba revuelto y registrado. Tenía que ser algo más. También se pensó en la participación de más de una persona en los hechos y se barajaron distintas hipótesis, un tanto descabelladas. Sin embargo, posteriormente, durante la investigación y el juicio, pudo conocerse con detalle cómo sucedió el criminal acontecimiento. El criminal fue detenido por la policía solo dos días después y resultó ser un familiar de las víctimas, Blas Miguel C.M. de 28 años de edad, un habitual del alcohol y los narcóticos, que en más de una ocasión había increpado violentamente a las víctimas con ánimo de sacarles el dinero que necesitaba para sus desgraciados vicios.
La investigación se dirigió desde el principio hacia el entorno de las víctimas, más que nada porque la hija que vivía con Francisca, enfermera de profesión, no estaba en la vivienda en el momento del suceso, al haberse ausentado por corto espacio de tiempo, y, en cambio encontrarse en ella su hermana, Victoria, que vivía en un inmueble cercano. La investigación pondría en claro inmediatamente que Victoria —viuda y con tres hijos— se había personado en la vivienda de su madre para ver si necesitaba algo por estar convaleciente de una operación de cadera que recientemente le había practicado, siendo en ese momento cuando al parecer se toparía con el asesino con el que debió forcejear.
En efecto, Blas Miguel, pariente lejano de las víctimas, que vivía también en el número 115 de la calle de Arabial, pero en otro piso superior, tras observar que la hija de Francisca salía de la vivienda, decidió bajar y penetrar en el interior con ánimo de obtener dinero a cualquier medio. Fue entonces cuando se topó con Victoria, pero resuelto en su propósito, dice la sentencia de la Audiencia Provincial de Granada, en un momento impreciso acometió con un cuchillo asestando varias puñaladas, en el estómago, a Victoria, y en el corazón a Francisca, a la también golpeó repetidamente en la cabeza hasta provocarle la muerte. Después de acuchillarlas salvajemente las desnudó e introdujo, parece que, como algún tipo de venganza contra ellas, un objeto curvo en la vagina de la anciana, lo que hizo pensar a la policía en la hipótesis de una muerte ritual. El objeto resultó ser una antigua trompetilla para sordos y no un cuerno de bronce ni una daga, como se dijo inicialmente.
Ocultando las pruebas
Tras cometer su macabra fechoría Blas Miguel C.M. revolvió los cajones y se hizo con 40.000 pesetas, cubrió el rostro de la anciana con una toalla y trató de ocultar su rastro provocando el incendio. Para ello amontonó papeles y objetos inflamables en cuatro lugares diferentes de la casa y prendió fuego. Después huyó del escenario de su terrible crimen. Eran cerca de las diez de la mañana cuando abrió la puerta del piso y escapó inadvertidamente. Solo unos pocos minutos después se producía la primera llamada a los bomberos, que descubrirían a las dos víctimas tras sofocarlo.
Con el importe del robo Blas Miguel compró unas dosis de cocaína y un chándal; el mismo que llevaba puesto cuando lo detuvo la policía el martes 11 de febrero, solo dos días después de su sangrienta hazaña. Confesó su crimen ante la juez instructor. Dijo, como durante el juicio oral, que no recordaba nada de lo sucedido, que “solo recordaba sangre y drogas”. Fue condenado por la Justicia por dos delitos de robo con asesinato, otro de allanamiento de morada, profanación de cadáveres e incendio. Cumple aún su condena.