El primer asesino

Especificar que algo sea lo mejor, lo más o lo primero es un atrevimiento, pues conlleva conocer todo lo semejante, todo lo habido hasta el momento para poder comparar con fidedigna perspectiva. El riesgo del superlativo, si no viene tildado de algún humilde condicional o apóstrofe relativo, supone un riesgo inestable para el que lo pronuncie con rotundidad.

Hablar del primer homicida de la historia —o de su vil instrumento— quiere decir que antes no hubo ninguno, que el asesinato comenzó con ese suceso, que conocemos fehacientemente su autoría y precedencia. Limitaremos entonces el espacio a la Historia Sagrada de algunas religiones monoteístas, en las que de nuestros primeros padres partimos el resto de la humanidad.

Acotado el terreno, es fácil dilucidar el argumento. Nos referimos a Caín —el primer nacido de padres mortales, según la crónica oficial— y el enfrentamiento mortal con su hermano Abel. Como bien sabemos, siguiendo versiones hagiográficas, Abel era pastor y su hermano agricultor. Ambos sacrificaban el fruto escogido de su trabajo al Altísimo. Mientras el humazo de la cosecha inmolada de Caín no cundía y se esparcía por tierra, la fumarada del cordero del segundogénito se elevaba alegre y nívea hasta confundirse con los cúmulos del buen día.

El hermano mayor sintió envidia —por primera vez en la historia— y pasó lo sucedido. En palabras textuales de la ‘Biblia’ (Génesis 4:8), «Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató».

El ‘Corán’ explica en la sura V, aleya 30: «Cuéntales la historia, tal cual es, de aquellos dos hijos de Adán que presentaron sus ofrendas. La ofrenda del uno fue acep­tada, la del otro fue rechazada. Este le dijo a su hermano: Voy a matarte».

El ‘Libro de Enoch’ y otros libros sagrados cuentan simplemente que Caín asesinó a Abel. En ningún sitio se dice cómo. En nuestro subconsciente colectivo —debido a las manifestaciones artísticas expresadas desde el siglo IX— concebimos una quijada de burro como el arma homicida.

Se puede pensar que los cristianos de la Edad Media llegaron a esta conclusión por analogía con la historia de Sansón que se narra en el ‘Libro de los Jueces’ (15, 14-17): «Cuando estaban por llegar a Lejí, los filisteos le salieron al encuentro dando gritos de triunfo. Entonces el espíritu del Señor se apoderó de él: las cuerdas que sujetaban sus brazos fueron como hilos de lino quemados por el fuego y las ataduras se deshicieron entre sus manos. Allí mismo encontró una quijada de asno, todavía fresca, extendió su mano, la tomó y mató con ella a mil hombres. Entonces Sansón exclamó: “Con la quijada de un asno hice dos pilas de cadáveres; con la quijada de un asno dejé tendidos a mil hombres”. Cuando terminó de hablar, Sansón arrojó la quijada del asno».

En 1942, el historiador lituano-estadounidense Meyer Schapiro publicó un artículo sobre esta cuestión en la revista ‘The Art Bulletin’, en el que considera que «se eligió esta arma por la concurrencia de dos motivos principales: por un lado, durante la Edad Media, los aperos de labranza solían fabricarse con los huesos de los animales muertos y, la forma de las quijadas era muy útil para ser empleada en el campo como hoz; partiendo de esta base, el pueblo llano asimiló con buena lógica que el primer asesino hubiese utilizado el mismo arma que ellos usaban en su trabajo; y, por otro lado, la mandíbula inferior de la boca siempre se ha relacionado con el concepto de la puerta del infierno, representada por un terrible ser monstruoso con las fauces abiertas, dispuestas a tragarse a los pecadores, de ahí que la quijada también llevase implícito los elementos de la bestialidad y la maldad».
Sin embargo, a lo largo de la historia —sobre todo artística y literaria—, para este episodio se han propuesto diferentes armas: palos, piedras, hoces, bastones, azadas, guadañas e incluso un tizón de las ascuas del altar donde los hermanos practicaban los sacrificios. Thomas de Quincey cuenta al respecto, en ‘Del asesinato considerado como una de las bellas artes’ (1827), que un autor se inclina por una horquilla, San Crisóstomo por una espada, Ireneo por una guadaña y Prudencio —poeta cristiano del siglo cuarto— por una podadera de setos. Dice literalmente: «Frater, probatae sanctitatis aemulus, Germana curvo colla frangit sarculo», es decir, ‘su hermano, celoso de su comprobada santidad, lo degüella con una podadera curva’.

Para terminar, el padre Mersenne, erudito católico francés del siglo XVII, que estudió diversos campos de la teología, afirma en la página mil cuatrocientos treinta y uno (sic) de su comentario al Génesis, apoyándose en la autoridad de varios rabinos, que la causa de la pelea entre Caín y Abel fue una muchacha; y que, conforme a diversas versiones, Caín se valió de sus dientes para acabar con su hermano («Abelem fuisse morsibus dilaceratum a Cain»).

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