El terrible asesinato de un joyero (1981)

En el mes de marzo de 1981 se iba a perpetrar el que puede ser considerado uno de los crímenes más terribles de la reciente crónica negra de Granada. Un suceso prácticamente caído en el olvido pero que por como acaeció y por su desenlace constituye uno de los crímenes más terribles de la crónica negra de Granada.

No regresó

Muy probablemente el mismo día en que salió de casa para no regresar jamás, Juan de Dios Fernández Hernández fue asesinado. Era el 17 de marzo de 1981. Ante su injustificada falta, su esposa dio la alerta a la Policía, aquella misma noche. Su esposo, viajante y comercial de joyería, había marchado a primeras horas de la mañana con la intención de estacionar su automóvil en el aparcamiento de unos grandes almacenes y después efectuar unas gestiones en determinadas secciones del mismo, marchar luego a un taller de joyería. Lo esperaba para la hora de comer. Sabía que aquella tarde había quedado con unos clientes a los que debía entregar unos relojes y una pulsera de oro viejo que le habían encargado, objetos valorados en unas trescientas mil pesetas, que portaba en su muestrario. Sin embargo, nada más había vuelto a saber de su marido.

Encuentra el vehículo

Juan de Dios Fernández Hernández tenía treinta y un años, estaba casado, tenía dos hijos y en espera otro, vivía en el barrio del Zaidín, por entonces uno de los más modernos de la capital granadina. Era de complexión fuerte, medía 1,75 metros de estatura, tenía escaso cabello de color castaño, espeso bigote a la moda de la época y cuando se le vio por última vez vestía pantalón gris y jersey azul marino. Con estos datos que la Policía facilitó para ser radiados se inició la búsqueda del joyero extrañamente desaparecido. La nota policial también señalaba con el fin de facilitar su localización que el desaparecido usaba un vehículo blanco, marca Seat, modelo 1500.

Precisamente la primera pista sobre lo que podía haberle sucedido a Juan de Dios Fernández Hernández fue el hallazgo de su vehículo abandonado en un paraje solitario. Una mujer que se dirigía al cementerio de Pulianas observó cómo un Seat 1500 se hallaba estacionado en las inmediaciones del camposanto. De momento no dio mayor importancia a este hecho, pero cuando posteriormente corrió como reguero de pólvora la noticia de la desaparición del joyero, puso en conocimiento de la Guardia Civil del puesto de Maracena, que había observado un automóvil abandonado de las características indicadas por la nota policial, cerca del cementerio de la localidad. Posteriormente la Policía comprobaría que se trataba del turismo propiedad de Juan de Dios Fernández. El hallazgo del vehículo en dicho lugar, junto a la injustificada ausencia del joyero hizo pensar a la Policía que su desaparición podía deberse a un secuestro o a un asalto en el que el autor o autores del mismo se habrían apoderado del muestrario de joyas que portaba.

Sin noticias

Casi un mes más tarde de su desaparición, el Domingo de Ramos de 1981, el 12 de abril, se produciría el hallazgo de su cadáver. El cuerpo de Juan de Dios Fernández Hernández fue encontrado en un lugar cercano al campamento militar del Padul, en la carretera de Granada a Almuñécar, a unos 25 kilómetros de la capital, un lugar muy solitario, apenas transitado. Se hallaba atado a un árbol y había sido quemado. El descubrimiento del cuerpo lo realizó un niño que acababa de descender del automóvil de su familia para estirar las piernas. El pequeño avisó a sus padres y éstos, de inmediato, a las autoridades, que trasladaron el cuerpo al depósito municipal de la localidad de Órgiva, en donde le fue practicada la autopsia. A pesar de lo irreconocible del cadáver pudo ser identificado por los agentes del Gabinete de Identificación de la Jefatura Superior de Policía de Andalucía Oriental con sede en Granada desplazados hasta la localidad, que le practicaron las correspondientes pruebas necrodactilares. Posteriormente sería reconocido también por sus familiares a pesar del avanzado estado de deterioro y descomposición de los restos de la víctima, por los zapatos y el cinturón de marca extranjera que portaba, que se correspondían con los que vestía Juan de Dios Fernández Morales el día de su desaparición. La autopsia practicada no pudo poner en claro cuánto tiempo podía llevar atado Juan de Dios Fernández al árbol y si le mataron el mismo día de su desaparición o jornadas después.

Cuál fue el móvil

Desde el primer momento no hubo duda de que el móvil del crimen fue el robo. No se podía establecer sin embargo con precisión si el joyero había sido víctima de un secuestro o de un asalto, ni cuándo exactamente se había producido el óbito. Desde los primeros momentos de la investigación no se descartó la posibilidad de que el señor Fernández hubiera podido ser víctima de un crimen, incluido el homicidio, y que el móvil del autor o autores del mismo fuera el de apoderarse del muestrario de joyas que portaba la víctima.

Todo aparecía rodeado de un gran misterio. La falta de pruebas que permitieran reconstruir lo sucedido al joyero desde el momento en que salió de su casa hasta que apareció su vehículo y un mes más tarde su cadáver, tenía sumida a la Policía en un callejón sin salida, en el que el rastro de la víctima se perdía a la salida del establecimiento en el que la mañana del día 17 de marzo había ido a hacer algunas gestiones.

Un chivatazo

Meses de investigación en los que todas las pesquisas acababan en el solitario paraje en el que apareció el cuerpo calcinado y no conducían a ningún sitio determinaron que fuera dictado el sobreseimiento provisional y el archivo de la causa por la total falta de inicios contra nadie.

Todo iba a cambiar sorpresivamente cuando a mediados del mes de junio de 1985, gracias al chivatazo de una mujer, la Guardia Civil reabrió la investigación y pudo ser detenido a uno de los autores del terrible asesinato de Juan de Dios Fernández Hernández, José Huertas Uréndez, “El Moro”, al que se le intervino una cadena de oro que fue identificada como perteneciente a la víctima. Tras ser interrogado y confirmar la participación en el suceso de otros dos cómplices, un mes más tarde, el 27 de julio de 1985 eran detenidos en Ibiza y Gerona respectivamente, los granadinos Antonio Megías Membrives, de treinta y dos años, y José Luis Beltrán Valero “El Miguelín”, de treinta y ocho, como presuntos coautores del asesinato de Juan de Dios Fernández Hernández, ocurrido cuatro años y medio atrás.

Cómo sucedió el crimen

Pese a que las declaraciones de unos y otros fueron contradictorias, ya que cada uno de ellos trataban de eludir la responsabilidad e inculpaban a los otros, con sus declaraciones ante la Policía Judicial los detenidos confirmaron que Juan de Dios murió tras ser rociado con gasolina y prenderle fuego.

Previamente, le habían administrado administraron tres pastillas de Valium 5 que no consiguieron dejarle inconsciente, por lo que fue abrasado vivo.

Así, en marzo de 1981, Antonio Megías Membrives, de 35 años de edad, regentaba la conocida popularmente como Venta del Ratón, situada en la localidad de Maracena, en la carretera a Albolote, donde conoció a Juan de Dios Fernández Hernández, quien le vendió a plazos unas alhajas. En el primer piso de la venta existía una habitación que Megías tenía cedida al “Moro” para que pernoctara y en la que también dormía, en algunas ocasiones, José Luis Beltrán, el “Miguelín”. Ambos individuos recibían también drogas de Megías Membrives, que los usaba en distintas cuestiones que a él le parecía en consideración a la cesión del alojamiento y las drogas de las que ambos disfrutaban.

Sin que se pueda precisar la fecha exacta, a mediados de aquel mes de marzo, Antonio Megías propuso a los dos individuos asaltar a Juan de Dios Fernández Hernández y robarle el muestrario de joyas que recientemente había traído de Málaga, lo cual los otros aceptaron. Los tres convinieron en repartirse el botín que obtuvieran a partes iguales. Megías concibió el plan a ejecutar y citó al vendedor en la venta para el día 17, aprovechando que ese día el establecimiento estaría cerrado al público y coincidiendo con el día que debía efectuarle unos pagos pendientes por unas alhajas que le había comprado y que le iba pagando a plazos. Para ello el “Moro” y el “Miguelín” esperarían vigilando a que el joyero fuera a cobrar y avisarían de su llegada para que Megías Membrives que lo aguardaría dentro, pudiera abordarlo.

Cuando en torno al mediodía Juan de Dios Fernández aparcó en el establecimiento y entró en la venta del Ratón, fue abordado por Megías, quien sin mediar palabra le propinó diversos puñetazos en la cara. Beltrán y Huertas contribuyeron igualmente con sus golpes para reducirlo, después le vendaron los ojos, le ataron las manos a la espalda y lo amordazaron. Seguidamente lo registraron, le quitaron las llaves del vehículo y fueron hasta él para hacerse con el muestrario de joyas. Los delincuentes se encontraron entonces con la sorpresa que por esta vez el joyero no viajaba con su muestrario, del que sólo llevaba una pulsera de oro, valorada en setenta y cinco mil pesetas. Los tres inculpados tras volver a golpear al joyero para que confesara dónde lo tenía escondido, pensando incluso ir a su domicilio a buscarlo, decidieron deshacerse de su víctima. A tal efecto, lo liaron en una manta quedando tendido en el suelo del interior del local y le proporcionaron varias pastillas de diazepam para tranquilizarlo y adormecerlo. Le dijeron que no se preocupara, que lo llevarían a un lugar donde lo dejarían con el coche y avisarían a su familia para decirles donde podrían encontrarle y todo habría acabado.

No se sabe cuánto tiempo estuvo Juan de Dios en este estado, pero es de suponer que varias horas, al menos hasta que declinó el sol, tiempo durante el cual estudidaron cómo deshacerse de él. Ya entrada la noche y tras administrarle otra pastilla de Valium, entre los tres tomaron la manta en la que estaba liado el joyero y lo introdujeron en una furgoneta Renault 4 L que tenía Megías Membrives y trasladaron al joyero a un punto alejado de la ciudad, un paraje solitario y poco transitado, una explanada situada a unos dos kilómetros del campamento militar del Padul, en la carretera de Almuñécar. Entonces sacaron a Juan de Dios, lo ataron a un árbol y Antonio Megías Membrives tratando de evitar que el joyero pudiera posteriormente denunciarlo, “cogió —dice la sentencia— una lata de gasolina que portaba en la furgoneta y la roció sobre el cuerpo de Juan de Dios, prendiendo fuego a la manta que lo envolvía”. Prácticamente un mes después fue encontrado su cadáver calcinado.

La condena

Tras la detención de los tres malhechores en Granada, Ibiza y Gerona, fueron encausados y el acto de juicio oral se celebró en la Audiencia Provincial de Granada en el mes de julio de 1988. Los tres procesados por la muerte de Juan de Dios Fernández Hernández, quien apareció carbonizado el 12 de abril de 1981, fueron condenados a treinta años de reclusión mayor cada uno por el delito de asesinato. El fallo dictado por la Audiencia Provincial de Granada tuvo en cuenta las agravantes de alevosía y premeditación. Los procesados se han declarado insolventes frente a las indemnizaciones solicitadas para los herederos de la víctima, reparación que ascendía a quince millones de pesetas. Uno de los más viles e inhumanos crímenes que registra la crónica negra de Granada había quedado resuelto y sentenciado.

CATEGORÍAS

COMENTARIOS

Wordpress (0)
Disqus ( )