Elecciones 19J: caballo o farlopa

A veces, cuesta conciliar con la sociedad cuando se comprueba hasta qué nivel de inmoralidad y de estulticia son capaces de descender determinadas tribus y clanes del vecindario más cercano e inmediato. No me refiero a los grupos tóxicos de individuos, por todo el mundo conocidos, sino a los millones de personas que, aparentando normalidad, de pronto se comportan como yonquis bailando con los monos. Corre demasiada droga por los medios de comunicación y las redes sociales, servida gratis, como para que el personal perciba su naturaleza estupefaciente y reconozca su adicción.

En los debates de hoy, se producen victorias nada nobles, mezquinas, infames, que no necesitan virtud ni destreza, ni siquiera un mínimo de intelecto, y que están reñidas con cualquier atisbo de sentimiento y sensibilidad. Una de estas victorias sin honor es la que se consigue por cansancio y abandono del adversario. Es la victoria del mediocre enrocado en su vulgaridad, atrincherado en letanías prestadas que repite una y mil veces sin desánimo, sin sentido del ridículo, sin más pretensión que ocultar su vacuidad. Se trata de yonquis que se consideran vencedores de la razón y de la propia droga que convierte su vida en derrota.

Dan ganas de tirar la toalla, hincar la rodilla y ondear la bandera blanca, aun sabiendo que un drogata no es rival, no es persona, no es nada. Pero cansa. Alguien drogado cansa, te hace partícipe de su derrota. Esa sensación queda tras constatar que la supina estupidez esparcida en las tertulias del corazón, deportivas y políticas, es esnifada, fumada o inyectada por gente que alguna vez fue considerada inteligente y sensata. Y no hablemos de las redes sociales y los memes, de la memez. De nada vale debatir, rebatir, combatir con zombis que, para colmo, dan lástima. Ellos y ellas ponen y quitan gobiernos con sus papelinas en las urnas.

La drogadicción, el bipartidismo, el machismo y la corrupción son seculares en España. Se entendería en épocas de mayor indigencia material, espiritual e intelectual, pero no en un siglo XXI con acceso universal a la cultura y la educación. Cuestionar la corrupción, el machismo o el bipartidismo es misión imposible con gente que sólo repite consignas: «todos los políticos son iguales», «todos los partidos roban», «la corrupción es cosa del pasado», «las mujeres quieren dominar a los hombres», «las mujeres ponen denuncias falsas», «existe igualdad hombre/mujer», «el PSOE y el PP son los únicos partidos de estado», «ETA», «Venezuela», «se rompe España», etc., etc. Cansan.

Al PSOE le rebosa la inmundicia de las cloacas del Estado cada vez que gobierna, al PP le ha rebosado cada vez que ha gobernado. Ambos son un cáncer para la democracia, ambos representan a la élite financiera y a la empresarial, ambos actúan de espaldas a quienes los votan: algo de militancia y una inmensa mayoría de zombis drogados. Y junto a las pútridas cloacas de Moncloa, de Génova 13, de Ferraz y de Zarzuela, un sinnúmero de letrinas y albañales dan cobijo a ratas y cucarachas que ejercen de periodistas, policías, jueces y fiscales al margen de la mayoría de sus honestos colegas.

Este formidable ejército, unido al desorbitado dinero negro que mueven empresarios y financieros, coloca a la democracia una soga al cuello de la que todos los mencionados tiran movidos por la fuerza que les dan las citas electorales, con un imbatible bipartidismo dopado. Esos medios presentan a dos mafias que se disputan las esquinas sin atender a la realidad testaruda que muestra a sus capos, de ayer, de hoy y de mañana, condenados o encausados. Les da igual: saben que el drogadicto solo necesita una dosis para vender su voluntad y su voto y ellos son los reyes del narco.

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