Elogio y defensa de la ironía

Para la población brasileña, su país está bendecido por Dios y es bonito por naturaleza. En Birmania se persigue a la población rohinyá por no encajar en el genotipo y el fenotipo local. Trump fue elegido para hacer Estados Unidos grande otra vez. Los ingleses (y en menor medida los escoceses y galeses) con su Brexit quieren mantener al continente aislado. ¿Qué decir de Francia, cuna del término chauvinismo?

El vigente auge del nacionalismo identitario y excluyente pone en primer plano las esencias de “lo propio” que deben ser protegidas frente a “lo” que nos quieren imponer desde fuera y desnaturaliza el auténtico espíritu del pueblo. Es una batalla condenada al fracaso en estos tiempos de mundialización de la economía, la cultura, las costumbres, las creencias… que no distingue fronteras.

Este breve exordio me sirve para situar la reflexión que sigue en su contexto al plantear que no existen exclusividades sino convergencias culturales al margen de las líneas espacio-temporales de las distintas comunidades humanas. Dicho lo cual, si bien la parodia, la pantomima, la burla son patrimonio inmaterial de todas las sociedades, nosotros debemos preciarnos de contar con una larga tradición escrita que se remonta más allá del Arcipreste de Hita y en la que caben el autor del Lazarillo de Tormes, Quevedo, Larra, Gómez de la Serna y mi admirado Jardiel Poncela.

En tiempos más recientes la ironía se refugió en el periodismo con mayor o, casi siempre, con menor fortuna. En la prensa gráfica existe una tradición que llega hasta El jueves y Mongolia desde La codorniz pasando por El Papus. La televisión tiene un lenguaje propio en el que un buen guion acompañado de una dinámica puesta en imagen asegura el éxito de audiencia como demuestra la trayectoria de El intermedio.

La ironía es,en buena parte, hija de la paradoja pues a partir de un discurso aparentemente verosímil pero que intencionadamente se aparta de lo que se literalmente parece querer decir, se consigue transmitir un mensaje distinto. La interpretación final del mensaje exige un ejercicio de abstracción para el que se requiere cierta práctica (se pueden soltar carcajadas con los chistes de mariquitas y tartajas de Arévalo pero no entender los diálogos de Faemino y Cansado). Sobre estos cimientos se puede ir más allá hasta llegar a los ámbitos de la sátira, la parodia o el sarcasmo.

La primera semana del pasado mes de noviembre, con motivo de la campaña de las elecciones generales, la Plataforma provincial Granada por el tren de la que soy miembro mantuvo una serie de encuentros con fuerzas políticas para exponer la necesidad de alcanzar un amplio consenso acerca de la necesidad de afianzar unos servicios ferroviarios adecuados y de calidad, apartando este tema de la polémica partidista. En nuestra reunión con Unidas Podemos además de representantes de la lista al Congreso y al Senado también participó Antonio Cambril, al que de pasada le comenté que me había dejado huérfano de ironía, de esa voz que arranca una leve sonrisa incluso cuando aborda temas ásperos. Yo esperaba con avidez y disfrutaba con fruición su columna semanal en Granada Hoy pero desde hace meses ha pasado de la condición de dardo a la situación de diana de las agudeces de otros.

Mi orfandad de periodismo irónico se curó gracias al fichaje de Agustín Martínez por el Club de la opinión de La Voz de Granada. Agustín es capaz de construir desde la anécdota, en ocasiones tomando caminos que no sabemos a dónde nos van a llevar, una crítica afilada de la política local, nacional o internacional que despierta asentimientos o desacuerdos en una amplia escala, pero siempre atención, interés y reflexión. En su taller de inventivas se encuentran referencias, símiles, contrasentidos y convenciones que son empleadas para volver del revés el sentido inicial y sorprender al lector. Así, cada mañana, nos saluda en Twitter deseando buenos días a todas y todos menos a…, y a partir de esa entradilla va tomando cuerpo su alegato contra el último disparate de nuestra clase política o contra aquella estupidez –más peligrosa que la irracionalidad- que merece ser desvelada como la majadería que realmente es. Todo ello con buena educación, con argumentos refinados y sin el recurso fácil al histrionismo.

Estoy convencido de que somos muchas las personas que estamos de acuerdo en que en la política a todos los niveles “manca finezza”, con especial gravedad a escala municipal. Se echa en falta la sutileza y, lo que es peor, la gentileza y esta situación debe ser puesta en evidencia por todos los medios. Por ello, el rigor en el análisis, la severidad en la evaluación combinadas con el humor elegante son una riqueza que debe salvaguardarse para asegurar la salud de la democracia.

Como escribía más arriba, aunque la ironía no es un patrimonio exclusivo de España, si que tenemos una larga tradición en el uso de la risa como instrumento de disidencia, línea en la que contamos con excelentes ejemplos pero que debe ser continuada a diario para mantener la cordura de nuestra sociedad.

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