Helena después de Helena

Si algo tienen las religiones de poderoso es la promesa de continuidad después de la muerte. Podemos hablar de las religiones en un amplio concepto, abarcando creencias, mitos y toda suerte de hagiografía esperanzadora. Desde muy temprano se estableció la recompensa del paraíso, de la supervivencia de las ánimas y en su caso la resurrección de los muertos y la vida en un mundo futuro. Ciertos visionarios o conquistadores espirituales, llamados quizá sacerdotes, prometieron el más allá a cambio de unos determinados preceptos y la observancia de ciertos comportamientos. El credo absoluto se impuso (si no la duda razonable), que llevaba a la temeridad y la custodia del camino recto. Por medio de cuentos e imaginarias historias el mundo se pobló de dioses más o menos absolutistas a los que había que adorar. Grosso modo, de las religiones politeístas se pasó a la creencia en un único Dios, considerado verdadero y omnipotente.

En esta suerte, como decimos, la vida no se acaba con la muerte, sino que hay otra ‘oportunidad’. La eternidad, nada más y nada menos, que, si se habían cumplido las ‘reglas’, se establece en un lugar llamado paraíso. Si en cambio se han trasgredido las normas no hay más que penar donde los infelices en el infierno o el purgatorio (pregúntenle a Dante).

Centrándonos en la mitología griega —adoptada casi íntegramente por los romanos—, este lugar edénico se conocía como Campos Elíseos o Llanuras Eliseanas donde los hombres y mujeres virtuosos y los guerreros heroicos han de pasar el más allá en una existencia dichosa y feliz, en medio de paisajes verdes, siempre floridos bajo el sol (el Corán habla de «ríos de agua, ríos de leche y ríos de vino); en contraposición al Tártaro, donde los condenados sufrían eternos tormentos entre el fuego y la oscuridad. [En la mitología nórdica es el Valhala o banquete junto a los dioses.] Otra denominación para los Campos Elíseos son las islas Afortunadas o de los Bienaventurados. Para mayor abundamiento había otra alternativa que era el Jardín de las Hespérides, donde Hera cultivaba sus manzanas de oro y donde por gracia de algún Dios podías ir destinado.

Pues bien, llama la atención el caso de Helena de Troya, la mujer más hermosa que conocieron los tiempos. No sabemos nada de su destino tras la caída y el incendio de la ciudad. Lawrence Durrell, en ‘Reflexiones sobre una Venus marina’, tras su viaje a Rodas en 1953, comenta: «En algunas partes de la isla se conoce el arco iris como “Cuerda de Elena” porque, según afirman los campesinos, una gran reina se ahorcó con un arco iris de un árbol (…). Según una antigua fuente, cuando cayó Troya, Elena fue expulsada por sus hijastros y se refugió en Rodas, donde Polixo la ahorcó de un árbol para vengar la muerte de Tlepolemos en la guerra de Troya». Sin embargo, para otros, Helena alcanzó el otoño de sus días. Leonardo da Vinci (1452-1519) llegó a escribir: «Elena, mirando al espejo las marchitas arrugas de la vejez en su rostro, dolíase y pensaba que había sido raptada dos veces».

Sea como sea, la creencia más extendida es que tras su vida terrenal terminó retozando con Aquiles en el paraíso. El poeta mexicano Octavio Paz (1914-1998) propone este diálogo: «‘El poeta —dice el centauro Quirón a Fausto— no está atado por el tiempo’. Y éste le responde: ‘Fuera del tiempo encontró Aquiles a Helena’».

El historiador griego Pausanías y el filósofo Filostrato de Atenas sostienen que Helena terminó casada con Aquiles. Pausanias lo recoge de tal forma: «Algunos dicen que hay otra Isla de los Bienaventurados llamada Leuce en el Mar Negro, frente a la desembocadura del Danubio, arbolada y llena de animales salvajes y domesticados, donde las ánimas de Helena y Aquiles viven en una fiesta constante y declaman versos de Homero a los héroes que tomaron parte en los acontecimientos celebrados por él». A la muerte de Aquiles, su madre, la nereida Tetis, sacó su alma de la pira y la llevó a Leucea donde se casó con Helena, a la cual la isla le está consagrada.

Robert Graves, en ‘Los mitos griegos’ (1968), basándose en Tzetzes, que a su vez comenta a Licofrón y Servio sobre la Eneida de Virgilio, cuenta: «Aquiles yació por vez primera con Helena, no mucho antes de su muerte, en un sueño dispuesto por su madre Tetis. Esta experiencia le causó tal placer que pidió a Helena que se descubriese ante él en la vida real en la muralla de Troya. Ella lo hizo y Aquiles se enamoró desesperadamente. Como él fue su quinto marido, lo llaman Pempto, que quiere decir «quinto», en Creta; Teseo, Menelao, París y Deífobo habían sido sus predecesores».

A Simón el Mago le achacan una exasperación de esa historia: el haber rescatado a Elena de Troya, antes hija primera de Dios y luego condenada por los ángeles a trasmigraciones dolorosas, de un lupanar de marineros en Tiro.

Andrew Lang, en sus ‘Aventuras entre libros’ (1901), referido y admirado por Borges, compara el destino de Helena con Jesucristo. El escocés continúa: «A éste le asignaron los de Basílides un cuerpo insustancial; de la trágica reina se pretendió que sólo su ‘eidolon’ o simulacro fue arrebatado a Troya. Un hermoso espectro nos redimió; otro cundió en batallas y Homero».

En ‘Fedro’, Platón pone en boca de Sócrates: «Hay, para los que son torpes, al hablar de «mitologías», un viejo rito purificatorio que Homero, por cierto, no sabía aún, pero sí Estesícoro (Poeta lírico de la primera mitad del siglo VI a. C., que polemizó con Homero y Hesíodo en la «palinodia» que Platón menciona). Privado de sus ojos, por su maledicencia contra Helena, no se quedó, como Homero, sin saber la causa de su ignorancia, sino que, a fuer de buen amigo de las Musas, la descubrió e inmediatamente, compuso, “No es cierto ese relato; ni embarcaste en las naves de firme cubierta, ni llegaste a la fortaleza de Troya”. Y nada más que acabó de componer la llamada «palinodia», recobró la vista».

Aunque otros sostienen que Aquiles sigue bajo el poder de Hades y se queja amargamente de su suerte mientras se pasea por los Campos de Asfódelos; y aún otros, que se casó con Medea (y nocon Helena) con la que vive regiamente en los Campos Elíseos o en las Islas de los Bienaventurados.

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