Ilegalidades y apagones

Un filósofo francés, en su época más radical, sostenía que la ley consistía en gestionar de modo estratégico las ilegalidades. Esto es, en perseguir algunas y en cerrar los ojos ante otras, precisamente ante aquellas con las cuales no procede ser duro porque, al fin y al cabo, quienes mandan no tienen ganas, fuerzas (son ilegalidades de poderosos) o prefieren hacer la vista gorda porque son problemas demasiado graves. El imperio de la ley no es ciego, sino que se alza disimuladamente la venda antes de decidir si se muestra o no implacable.
En Granada tenemos un ejemplo perfecto respecto de los cortes de luz que afectan, en los barrios de Cartuja, La Paz y Almanjáyar a viviendas, institutos, etc. Personas que pagan religiosamente su electricidad se ven sometidas al frío y niños y niñas que asisten a sus clases se encuentran el cerrojo echado. La empresa encargada señala que poco puede hacer ya que hay una sobrecarga enorme en la red eléctrica, y ella es muy pobre para asumir tales costes. Como sucede a menudo, la clave del crimen está en la economía sumergida, que siempre tuvo una relación complicada con la electricidad. Supe de ciudades que vieron, a la par, cerrar empresas del textil y un aumento enorme del consumo de luz en los hogares. Lo que antes se hacía en una planta y con un contrato ahora se realizaba en domicilios y en plena relación libre. De esa libertad tan hermosa que consiste en que los fuertes se declaran libres, en cuanto les place, de cualquier responsabilidad con los débiles –que previamente los han hecho fuertes.
En la Zona Norte la economía sumergida en cuestión es la de las plantaciones de marihuana. No es asunto nuevo porque la droga raramente se almacena y se distribuye donde viven quienes la consumen. Aunque hay una distribución ramificada de puntos de venta, el coste mayor lo soportan barrios bien delimitados. A la gente de Granada, a la gente de bien –que diría Santiago Abascal–, todo esto no nos extraña y lo contamos con cara de resignación y a menudo con un chiste. Al fin y al cabo, en la Zona Norte pasan cosas como de película de Andrei Tarkovski. Cuando se intenta reconstruir el sentido, solo se detecta un relato embarullado que desemboca en algo grave, aunque tampoco quede muy claro el qué.
El chiste tiene poca gracia porque la mayoría de los que allí viven no son personajes de Tarkovski, sino mujeres y hombres que intentan darle sentido a su existencia con una pobre pensión o un mísero salario. Su calvario material se dobla con el derivado de una economía cuyos usuarios no siempre son amables y quienes prestan los servicios tienden a los malos modos. Y, mientras tanto, el Estado sigue ausente, con la empresa eléctrica encogida de hombros pues parece que se hundiría económicamente si prestase un servicio adecuado. Hasta escuché un día –me niego a creerlo– que todo el mundo consiente con la mentada economía, con tal de que haya menos delincuencia en el centro de nuestra joya nazarí. Por lo demás, ¿qué pasaría si acabase el suministro de droga en nuestras parrandas nocturnas? Por supuesto, la gente de bien ni hablar quiere de la legalización y el monopolio estatal del almacenamiento y la distribución.
Así es Granada, amigos y amigas. Gente trabajadora sin luz, niños y niñas sin clase, y no se sabe qué impedimento lóbrego, como de Tarkovski, impide darle solución. Los universitarios y universitarias deberíamos concentrar en ello alguna de nuestras energías: estudiar qué impide arreglar el círculo vicioso formado por salarios de miseria, economía sumergida, una empresa miserable y un Estado que silba haciéndose el medio distraído. Para otros temas queremos mucha ley. Para esto, la ley nos sobra. Al fin y al cabo, son cosas de la Zona Norte.
Ahora hay elecciones municipales y pienso yo que estaría bien no dar ni un voto a quien no hable, y piense con urgencia, de solucionar el círculo vicioso en el que se apagan los días y las noches de mucha gente buena.

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