La excelencia de lo impuro

La perfección completa es empalagosa. Un profesor de filosofía que me dio clase mantuvo el principio de «quien se cree perfecto es un perfecto imbécil». Conocí a una chica que, acomplejada por su nariz, quiso se puso en manos del cirujano para dejarla deliciosa, pero sin embargo perdió carácter y, si me apuran, belleza. La nariz larga le confería una personalidad exclusiva y un atractivo especial.

No deja de ser un tópico en este sentido la formación de la perla natural a partir de un cuerpo extraño (un grano de arena, por ejemplo) que se introduce en el interior del molusco en cuestión, el cual reacciona cubriéndolo lentamente con una mezcla de cristales de carbonato de calcio (CaCO3) y una proteína llamada ‘conchiolina’, formando la sustancia conocida como nácar, que recubre las paredes interiores de las valvas. Al cabo de un período variable (diez años aproximadamente) la partícula termina cubierta por una o más capas de nácar, formando la perla.

Entre 1915 y 1923 Marcel Duchamp elaboró su obra surrealista ‘La novia desnudada por sus solteros, incluso’, conocida como ‘El gran vidrio’. Se trata de un cristal donde el artista fue situando poco a poco y muy conscientemente todo tipo de elementos: láminas de plomo, alambre de fusibles… y hasta el polvo del estudio que se le adhería, pero nunca estuvo acabado —en opinión de su creador— hasta que se rompió al ser transportado después de exhibirse en el Museo de Brooklyn en 1926. Fue entonces, después de repararlo, cuando dio por concluida la obra al ver las maravillosas grietas que se habían formado a modo de tentáculos.

Hace relativamente poco tiempo, los científicos de Agroscope (Centro de Excelencia de la Confederación Suiza para la Investigación Agrícola) publicaron que el secreto de los agujeros —también llamados ojos— de quesos como el ‘emmental’ o el ‘appenzeller’ se formaban por las pequeñas partículas de heno que caían en la leche durante el ordeño de las vacas, o sea, por la acción del dióxido de carbono producido por las bacterias que intervienen en la fermentación del queso. Modernizaron entonces las técnicas a la hora de recoger la leche para que estuviera más limpia y, por tanto, más segura desde el punto de vista higiénico. Sin embargo, perdía características diferenciales, entre otras la obtención de estos ojos característicos, sin los cuales el consumidor rechazaba el producto (quizá como adulterado), por lo cual se regresó a la anterior técnica para seguir elaborando el mismo queso agujereado con sus bacterias.

El Padre Feijoo escribía a principio del siglo XVIII: «¿Cómo voy a defender la pureza del idioma si no creo en ella? […] No existe ninguna lengua pura: todas, desde sus orígenes, son producto de mestizaje. La impureza es lo que permite que las lenguas sean instrumentos adecuados a las cambiantes y progresivamente complejas necesidades de los usuarios. Un pueblo estancado en un idioma inmutado sería culturalmente un cadáver».

Igualmente ocurre con el flamenco (y me atrevería a decir con el resto de las manifestaciones artísticas). Cuando le preguntaron a Manolo Sanlúcar a principio de siglo qué opinaba de la fusión, si no atentaba con la autenticidad del flamenco ortodoxo, no tuvo más remedio que echarse a reír y decir que el flamenco había sido mestizo desde su creación.

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