La falsa heterogeneidad del fascismo

Se preguntaba Eco en 1995 por qué la idea de fascismo se convirtió en una sinécdo que al servir como denominación general para todo tipo de movimientos y partidos totalitarios, perdiendo su especificidad histórica. El fascismo histórico, el italiano, no contenía los elementos que caracterizarían  a los diferentes movimientos totalitarios posteriores, no era una quintaesencia, ni siquiera tenía una esencia definida. Eco lo define como “un totalitarismo fuzzy (difuso)”. Mas que una ideología monolítica era “una colmena de contradicciones”. Lo que unificaba al fascismo no era la teoría, sino las emociones. Precisamente esa indefinición es lo que permite su aplicación a fenómenos tan distintos como el propio fascismo italiano, el nazismo, el falangismo, y tantos otros movimientos autoritarios y totalitarios, entre los que se puede encontrar un cierto aire de familia, aunque no compartan la totalidad de sus rasgos definitorios sino solo algunos. Para Eco, “el término ‘fascismo’se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos y siempre podremos reconocerlo como fascista”. A pesar de esta confusión nuestro autor piensa que es posible elaborar una lista de características que definirían lo que él denomina ‘ur-fascismo’ o ‘fascismo eterno o primordial’, de manera que basta con que una de estas características se presente para “hacer coagular una nebulosa fascista”. Estas características son las siguientes: el culto a la tradición; el rechazo de la modernidad y el irracionalismo; el culto de la acción por la acción lo que entraña la desconfianza hacia el mundo intelectual; el rechazo del pensamiento crítico denostado como traición;  de la diferencia lo que supone el racismo; el estar basado en la frustración individual o colectiva; el nacionalismo obsesionado por el miedo al extranjero; la consideración del enemigo a la vez como demasiado fuerte y demasiado débil; el entender la vida como una lucha dirigida a la batalla final; el elitismo popular y populachero centrado en la figura del líder; el heroísmo como norma y el culto a la muerte; el machismo ligado al heroísmo y el belicismo; el populismo basado en una idea de pueblo que elimina al individuo y se concibe como una entidad unitaria basada en una voluntad común; la utilización de una lengua específica, una neolengua, con léxico pobre y sintaxis elemental atravesada de elementos retóricos y emotivos.

André Masson, “Pour Numancia”, 1937. Masson diseñó el vestuario y los decorados de la Numancia de Cervantes que se representó en Paris en abril de 1937 en apoyo a la lucha española contra el fascismo.

De todas formas, pienso que cuando se habla de manera técnica habría que reservar la noción de fascismo para el fascismo histórico y hablar de los fascismos actuales como postfascismos, en la línea de Enzo Traverso, quien pone de relieve la tensión existente entre los hechos históricos y su transcripción lingüística conceptual. Los conceptos se pueden aplicar a unos hechos históricos pasados pero también a hechos presentes ligados por una continuidad histórica o conceptual con los primeros, lo que le da a los conceptos un cierto aire transhistórico. Es lo que sucede entre los actuales sistemas totalitarios y los fascismos históricos de los años treinta del siglo pasado. En ese sentido, la noción de postfascismo indica bien la continuidad y a la vez la transformación de los sistemas actuales en relación con los fascismos históricos. Mientras que los fascismos históricos surgen de la crisis del liberalismo como antídoto frente al comunismo,otro resultado de dicha crisis del liberalismo, los postfascismos actuales surgen en un mundo ya no dominado por la guerra fría, en el que se ha producido el colapso del comunismo como alternativa potencial al liberalismo. Nos movemos en un escenario postutópico que interpreta la experiencia del comunismo a partir de la idea de que la búsqueda dela utopía produce el totalitarismo. Frente a un neoliberalismo que permanece como el único horizonte histórico posible, solo la extrema derecha y el islamismo radical aparecen ocupando el caído espacio de la utopía como el lugar de lo otro. No son utopías, porque ambos movimientos remiten al pasado más que al futuro, pero los dos prometen un sentido que el actual capitalismo democrático dominante no promete. Los postfascismos se presentan como defensores de las clases populares nacionales mediante un discurso anti-austeridad y anti-neoliberal basado, no obstante, en el etnocentrismo y la xenofobia.

Un punto importante destacado ya por Adorno en 1959 consiste en que los fascistas actuales se encuentran más dentro dela democracia que enfrentados con la misma desde el exterior. El postfascismo, para Traverso, tampoco coincide con el neofascismo que pretende “perpetuar y regenerar el antiguo fascismo”. El actual postfascismo se adapta al nuevo tipo de sujeto consumista e individualista de nuestra época y presenta no ya los valores fuertes del fascismo histórico sino una conversión populista y antipolítica delos mismos, mediante un eclecticismo postideológico. Su nacionalismo, populismo, proteccionismo y autoritarismo se modulan de formas diferentes según las distintas tradiciones políticas en las que se insertan. No se presentan ya como claramente antidemócratas sino que pretenden dinamitarlas democracias desde dentro revertiendo las conquistas populares que han supuesto los estados de bienestar sin atacarlas directamente. La relación del postfascismo con la democracia es instrumental, la aprovecha, pero es insincero e inauténtico porque rechaza las bases ideológicas universalistas, igualitarias y solidarias en las que la democracia se basa. El postfascismo sigue siendo un elitismo de corte jerárquico radicalmente antidemocrático.

Si volvemos los ojos a los años treinta y cuarenta del siglo XX podemos retomar las reflexiones de Bataille y Polany sobre el fascismo histórico para compararlas con las reflexiones actuales sobre el postfascismo. Mientras que Bataille pone el acento en los que denomina la heterogeneidad del fascismo frente a la homogeneidad moderna y capitalista, Polany insiste en la relación esencial del fascismo con el capitalismo.Para Bataille el fascismo se presentaba como “una reactivación aguda de la instancia soberana latente”, es decir como la vuelta a la violencia primigenia que instaura la soberanía. El fascismo como fuerza heterogénea se presenta como la solución  del problema planteado por las contradicciones de la homogeneidad, pero  conforme a la dirección general de la homogeneidad existente, es decir, conforme a los intereses del conjunto de los capitalistas, lo cual desenmascara que su pretendida heterogeneidad es más aparente que real. Es una crítica de la homogeneidad que refuerza los caracteres de dicha homogeneidad en sus aspectos capitalistas. Por su parte, Polany considera que el objetivo del fascismo es: “transformar la estructura de la sociedad de tal manera que se excluya para siempre la posibilidad del desarrollo hacia el socialismo”, es decir, interpreta el fascismo como un antídoto frente al peligro comunista. La solución fascista al  impasse alcanzado por el capitalismo liberal puede describirse como “una reforma de la economía de mercado lograda al precio de la extirpación de todas las instituciones democráticas, en el campo industrial y en el campo político por igual.” El fascismo es capitalismo sin democracia, cuando esta última empieza a verse como peligrosa para la economía capitalista. El fascismo se justifica entonces como la salvaguardia de la economía capitalista de las embestidas democrático-populares, a partir de la convicción de que la democracia conduce al socialismo.

Para Bataille, que en esto es marxista ortodoxo, la base de la homogeneidad social es la producción y su medida común es el dinero en tanto que equivalencia numerable de los diferentes productos de la actividad productiva. Para nuestro autor, la parte homogénea dela sociedad está formada por los que controlan la producción y atesoran el dinero, lo que supone que el proletariado permanece irreductible a esta homogeneidad, al menos en los aspectos no directamente ligados a la producción, mostrando una naturaleza no reducida, no sometida.  Convine destacar este carácter irreductible y exterior del proletariado en  estas primeras etapas del capitalismo, ya que actualmente esta heterogeneidad radical se ha perdido con el paso de la subsunción meramente formal del proletariado al capital a una subsunción real que coloniza el conjunto dela vida de los individuos y los pone al servicio del capital de forma completa y no solamente en el tiempo y el espacio ligados directamente a la producción. Esta inserción del proletariado en la sociedad actual explica también la denuncia de Passolini, que decía que mientras que el fascismo histórico solo afectó de forma superficial al proletariado italiano, el fascismo contemporáneo, ligado para él al consumismo, permeaba completamente la vida y la conciencia delas clases trabajadoras.

Para Bataille lo heterogéneo social tiene un carácter inconsciente en tanto que se presenta como “una diferencia no explicable”. Características de lo heterogéneo en tanto que sagrado eran el mana y el tabú: una fuerza inexplicable y peligrosa y una prohibición de contacto. Lo heterogéneo presenta dos polos opuestos: el desecho y el valor superior trascendente. Lo común a todos los elementos heterogéneos es que generan reacciones afectivas muy intensas tanto de atracción como de repulsión. La violencia, la desmesura, el delirio caracterizan los elementos heterogéneos que se muestran a través de la fuerza y el choque como realidades inconmensurables, como completamente otras. Para Bataille los dirigentes fascistas son elementos heterogéneos, como completamente otros respecto a los dirigentes políticos tradicionales frente a los cuales exhiben una fuerza inconmensurable y una acción trascendente respecto a la política democrática habitual. Aplicando las teorías psicoanalíticas Bataille interpreta el influjo que el dirigente fascista tiene con su seguidores de manera análoga a la hipnosis, influjo que produce la identificación con el líder y la idea de que participan de su fuerza y su desmesura. La acción fascista es heterogénea al apelar a los sentimientos más elevados y trascendentes en detrimento de la simple utilidad. La autoridad fascista se plantea como un principio incondicional por encima de toda consideración utilitaria, como una soberanía superior que genera atracción o repulsión inmediatas. La heterogeneidad del dirigente se expresa en la dominación sobre los inferiores, dominación que comparten por identificación sus seguidores. Esta superioridad se capta como algo irracional, como algo completamente otro respecto a la homogeneidad social y da lugar al comportamiento sádico del líder frente al masoquismo de sus partidarios. La fuerza incomprensible del líder, similar al mana de los jefes delas tribus primitivas, produce un tabú acerca de su persona, una imposibilidad de acercarse y de situarse en su mismo plano, una fascinación y un temor cuasi religioso respecto del mismo. Para Bataille el fascismo representa  la forma soberana de la heterogeneidad que combina aspectos religiosos y militares, al generar una violencia imperativa proveniente del jefe que se presenta como el objeto trascendente de la afectividad colectiva, una afectividad que se despliega como pasión y como éxtasis, y que genera una condensación de poder capaz de reunir en una unidad la oposición de las clases sociales. El fascismo combina los poderes religioso y militar y reúne de forma simbólica las clases sociales ; de la misma manera articula los elementos homogéneos con los heterogéneos, armonizando el Estado con la soberanía, condensación del pueblo y la nación, mediante una idea de voluntad de esencia y de potencia. Por un lado, el Estado produce un control absoluto dela sociedad, pero por otro, la soberanía se adapta a las necesidades del modo de producción homogéneo, del capitalismo. De manera tal que esta combinación de forma homogéneas y heterogéneas se mantiene bajo la supremacía de la forma heterogénea de la soberanía. Este predominio de lo heterogéneo en la sociedad solo puede ser posible si las condiciones de homogeneidad social se encuentran disociadas por sus contradicciones internas. Lo heterogéneo se presenta como la solución de un problema producido por las contradicciones dela homogeneidad, como medio de arbitrar las diferencias devenidas irreconciliables en el seno de la homogeneidad. Pero este arbitraje se hace siempre en el sentido de salvaguardar la dirección  general dela homogeneidad existente, es decir, los intereses de conjunto de los capitalistas.  Podíamos concluir de esta aseveración que la heterogeneidad del fascismo no es tal, ya que está al servicio de los intereses dominantes de la homogeneidad social, es decir, del capitalismo, en su lucha contra las aspiraciones democráticas de las clases populares. El fascismo es una respuesta  imperativa  a la amenaza creciente del movimiento obrero, conclusión esta que coincide básicamente con la posición de Polany.

El autor de La gran transformación hunde sus raíces en el socialismo cristiano británico y el fabianismo y su aportación más original reside en destacar los rasgos anticristianos del fascismo que combate dos movimientos con raíces cristianas según él: la democracia y el socialismo. La crítica de Polany al capitalismo es de corte antropológico , ya que lo que denuncia de este modo de producción es precisamente el haber independizado y autonomizado el ámbito de la producción del resto de los ámbitos de la vida humana y su socialismo es un intento de re-integración política de lo económico en la forma  de una democracia de la producción que subordine lo económico a una normatividad social sometida a su vez a un control democrático popular. La desmercantilización de las relaciones sociales tiene como objetivo principal la restauración de las relaciones personales y comunitarias libres ya de la tiranía del mercado. El fascismo es un intento engañoso de recuperar lo político ante la descomposición social de la sociedad de mercado, un intento falso de rescatar la comunidad perdida en forma de un mito totalitario superador del individualismo de la sociedad capitalista, visto como un atomismo. Junto con el totalitarismo el fascismo defiende un vitalismo racista y místico basado en la sangre y la tierra que reduce al hombre a su aspecto animal irracional. De esta manera se elimina la historia entre lo prehistórico del vitalismo y lo posthistórico del totalitarismo. Polany recalca la radical incompatibilidad entre capitalismo y democracia, lo que supone que cuando se produce una crisis entre la economía y la política, entre capitalismo y democracia, solo un estado autoritario puede afrontar las contradicciones inherentes al capitalismo. La superación fascista de la contradicción es ficticia ya que el fascismo es una forma política autoritaria, imperativa decía Bataille, que deja intacta la estructura de la propiedad capitalista pero, en cambio, elimina toda la legislación protectora de los derechos de las clases trabajadoras. El fascismo, al abolir la esfera política democrática, permite que el capitalismo se convierta en el todo de la sociedad produciendo efectos de deshumanización al concebir al individuo solo como productor. El fascismo no es un postcapitalismo sino un capitalismo sin democracia, y por eso hoy día el horizonte fascista está más abierto que nunca. Curiosamente el fascismo somete al capitalismo corrientes y tendencias, agrarias, nacionalistas, irracionalistas, ajenas al positivismo y liberalismo burgueses.

En conclusión, tanto el fascismo histórico como el postfascismo actual solo son heterogéneos respecto al sistema de forma engañosa y superficial, ya que en realidad operan siempre en beneficio del capitalismo y contra los intereses de la mayoría de la población. En ese sentido los fascismos son funcionales al capitalismo cuando este pasa por crisis que hacen bajar su tasa de ganancia. El fascismo se presenta como un medio de devaluar e incluso suprimir la democracia cuando esta pone en peligro la acumulación capitalista. El anticapitalismo del fascismo es meramente retórico y superficial. Su populismo es engañoso, solo atienden y desarrollan los bajos instintos del pueblo, sus costumbres más atávicas, no sus derechos y sus intereses reales, políticos y económicos. El problema de las sociedades actuales no es tanto el resurgir de un macrofascismo en el nivel molar sino la proliferación molecular de microfascismos que van socavando las ideas que son la base moral y política de nuestras sociedades. El fascismo solo es útil como detector de problemas: pone de relieve los problemas producidos por la modernización y la globalización, problemas que solo se pueden resolver con más democracia y no con menos, con más igualdad y con la solidaridad que son la única base posible de la libertad. Pero la solución de los problemas que detectan no puede ser abordados con sus soluciones que son falsas e insolidarias: los problemas dela globalización los produce el capitalismo y no los inmigrantes; la desigualdad y no la democracia, y solo se pueden resolver con más igualdad, más solidaridad y más democracia.

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