La otra ciudad

El cambio en el Gobierno de la Junta de Andalucía no ha supuesto, por el momento, cambios profundos en el modo de gestión. Las organizaciones se hacen a sí mismas, acuñan sus modos, mantienen sus estructuras, sus jerarquías, sus rutinas, sean quienes sean los hombres y mujeres que pasan por ellas. Pueden cambiar las leyes –es cierto, VOX comienza a convertir el Parlamento en un plató donde se graba una mala versión de “Si te ríes es peor”-, pueden cambiar a un funcionario de mesa, pueden mandar a las mazmorras de los papeles perdidos a algún contratado, pero la estructura de las organizaciones, el núcleo duro de la burocracia sigue indemne. Aquellos que pensaron que votando a la derecha cambiarían tantas cosas se verán defraudados: los cambios profundos se hacen desde la innovación no desde el conservadurismo.

Existen “y pico” consejerías, cada legislatura viene a modificar el número, tiran arriba o abajo, mezclan delegados de gobierno en provincias, poniendo unas consejerías sobre otras, con la gaita de que así se ahorra, pero solo consiguen que cada delegado bregue a diario con un número inmensurable de tareas, muchas de ellas en nada tiene que ver las unas con las otras: son delegados con cargas de trabajo esquizofrénicas. Los delegados y delegadas son la cara de la Junta en cada provincia, así que en Granada hay “y pico” consejerías representadas por “y pico menos n” delegados y delegadas, generalmente “y pico partido dos”. Esta práctica ya la hizo el anterior gobierno.

La otra cara reconocible de la Junta en Granada es la dirección del Patronato de la Alhambra, que siempre se ha erigido como una consejería más, por su importancia y el volumen de dinero que maneja. Las personas que ocuparon sus cargos en las décadas socialistas eran de alto perfil político, a veces presentes en las mesas más altas del PSOE nacional. Tal institución, lo hemos dicho con este u otro gobierno, debería tener al frente un profesional de prestigio conocido, de amplio currículum en la gestión cultural y cardinales conocimientos del mercado internacional, elegido en concurso público. Eso fue lo que defendió, con tino, la nueva directora cuando estaba en la oposición. El alcalde, en la reunión más reciente del Patronato, puso sobre la mesa el asunto del concurso público: ¿ahora?, tarde, el compromiso con la mejor gestión de la ciudad no debería conocer de estrategias políticas.

La organización se ha impuesto, la Alhambra sigue siendo una consejería más, rara avis, comandada por el poder político. La nueva consejera lo ha dicho: no ha hecho más que seguir haciendo lo que se hacía, “ha mantenido el criterio de estos años atrás”. Si esperábamos un cambio en la raíz, no lo tendremos. Es indudable que Rocío Díaz llega, como sucedía en el anterior director, con un importante conocimiento de la administración, aunque no esté especializada en el ámbito que toca. Su gestión al frente de la Concejalía de Turismo le da el plus de conocimiento en ese ámbito, pero no en el artístico y cultural. Le deseo la mejor singladura, y espero que sea ella la última directora que no pasa por un concurso público abierto, transparente, que sea quien impulse ese cambio tan necesario que gobiernos anteriores no fueron capaces de afrontar. Que sea ella quien haga que esa “otra ciudad”, que está en Granada, no tenga que pagar las alcabalas políticas que lleva abonando desde hace casi cuarenta años

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