Manual del buen fascista

Fascismo proviene del italiano fascio, y este término del latín fasces, que alude a la autoridad de los magistrados romanos. Surge en Italia durante la Primera Guerra Mundial. Su ideología política y cultural se fundamenta en la unidad monolítica, o corporativismo, exaltando la nación frente al individuo o la clase. Busca una sociedad utópica perfecta, centralizada y disciplinada, basada en la cadena de mando y el aparato militar. No creen en la democracia. La utilizan y se sirven de ella. Es más, consideran que la democracia liberal es obsoleta. Creen en un Estado dirigido por un líder fuerte, un dictador, y un gobierno marcial compuesto por los miembros del partido fascista gobernante. Mientras tanto, se alían con los que se denominan liberales, para escalar posiciones.

Regímenes de tendencia fascista fueron la Italia de Mussolini en 1922, la Alemania del Tercer Reich de Adolf Hitler en 1933 y la España de Francisco Franco desde 1936 a 1975. Y aunque después de la derrota de la Segunda Guerra Mundial, el fascismo dejó de ser un movimiento político importante, en los años 80 del pasado siglo comenzaron a resurgir los movimientos neofascistas y neonazis, con propuestas políticas contra la inmigración y a favor del mantenimiento de la personalidad nacional, el populismo, el conservadurismo religioso y social, la xenofobia, el antisemitismo, el supremacismo, el anticomunismo y, en general, su oposición al sistema parlamentario y a la democracia liberal.

Como siempre hicieron, utilizan la mentira (“Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”, decía Joseph Goebbels) y los medios de comunicación de forma hábil y aprovechan demagógicamente los miedos y frustraciones de las gentes, para desplazarlos contra un enemigo común imaginario, o real (inmigrantes, mujeres, homosexuales….). La desinformación, la manipulación del sistema educativo y otra serie de mecanismos de encuadramiento social buscan legitimar al caudillo. Prefieren el intervencionismo a la libertad de mercado. La beneficencia a la sanidad pública. El paternalismo a los derechos de los ciudadanos.

En un artículo que escribía a finales de 2019 titulado “La época de la posverdad”, hablaba de las denominadas “fakenews” o noticias falsas, y decía que están relacionadas con el concepto de “posverdad” o mentira emotiva, que busca una deliberada distorsión de la realidad a fin de crear y modelar la opinión pública. Concretamente, se habla de política de la posverdad o política posfactual, como aquella en la que “…el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”. Y mantenía que Trump y Bolsonaro eran los presidentes de la época de la posverdad. Hicieron en sus campañas electorales, justamente lo mismo que está haciendo la extrema derecha en nuestro país, lanzando bulos y mentiras contra los inmigrantes o las mujeres, por poner solo dos ejemplos significativos.

La explicación a este fenómeno la daba Noam Chomsky en una entrevista, donde explicaba que las fake news surgen de la época de desencanto en la que nos encontramos. Según nos decía, “…la desilusión con las estructuras institucionales ha conducido a un punto donde la gente ya no cree en los hechos. Si no confías en nadie, por qué tienes que confiar en los hechos. Si nadie hace nada por mí, por qué he de creer en nadie.”. Esta sería la causa más importante del tremendo poder que tienen las fake news en la modelación de la opinión pública actual, según Chomsky.

Pero no hay que ir a las grandes ciudades, ni a las grandes confrontaciones políticas, para percibir el fascismo en todo su apogeo. Ocurre en los pequeños municipios. Pongamos de ejemplo el lugar en el que nací. En la década de los 90 éramos un pueblo concienciado y vigoroso. Conseguimos tumbar las aspiraciones de los grandes especuladores y frenar el expansionismo urbanístico. Cierto es, que con la ayuda de algunos políticos socialistas sensatos y honrados. Ningún político se atrevía a contradecir la voluntad popular. La voz del pueblo se hacía sentir en las asambleas, en los plenos. Hoy es un pueblo enfermo, temeroso, asustado, pendiente y dependiente de lo que diga y haga el cacique local, el alcalde.

Hay muchas causas. Los años pasaron. Muchos de los jóvenes luchadores de entonces, nos retiramos. O incluso nos fuimos a vivir y trabajar fuera. Otros desaparecieron por la propia evolución natural. Se hicieron cargo del Ayuntamiento unos políticos muy conservadores. Los mismos que hoy siguen, después de 20 largos años. Poco a poco fueron anulando el valor de los plenos, por la voluntad exclusiva del alcalde. También sustituyeron a los empleados públicos por políticos afines a su partido. Se situaron en los puestos estratégicos para controlar las necesidades de las personas. Ni un solo parado empezaba a trabajar, si no era con el visto bueno del alcalde. Igual ocurría con la ayuda a domicilio. Todo era revisado y autorizado por el alcalde. La red de espías, estómagos agradecidos y chivatos es tal, que no hay nada ni nadie que se atreva a hacer algo contrario a lo que ellos deciden. El castigo podría ser terrible. No trabajar, no recibir la ansiada ayuda a domicilio, o no obtener el necesario documento administrativo de cualquier gestión en un tiempo prudencial. Hasta los alimentos, que en nuestro país están canalizados oficialmente a través de Cáritas, o del Banco de Alimentos, aquí son controlados personalmente por sus concejales, o por él mismo, cuando quiere fotografiarse. Solo hay plenos cada tres meses. Y los acuerdos no sirven para casi nada. El alcalde se permite hacer lo que le parece, incluso vulnerando lo decidido en los plenos. La democracia ha desaparecido. Las arcas municipales están siendo saqueadas por sus concejales a sueldo y los despachos de abogados contratados para tener más controladas sus piruetas urbanísticas. Más de 200 mil euros al año se llevan entre todos, en un municipio de apenas 2.000 habitantes y donde, históricamente, con un parecido número de habitantes, con un Secretario, un Policía Municipal y el Alcalde, era casi suficiente para tirar del carro. La mentira se ha instalado en la política. La frivolidad asoma por cualquiera de las actividades que programan.

Hace pocos días, me pasaban un artículo de alguien, que explicaba lo que estaba haciendo la derecha y la ultraderecha en Madrid. Simplemente estaban aplicando la hoja de ruta que en su día fijó el apóstol del neoliberalismo, Milton Friedman, para convertir las democracias en regímenes carentes de sistemas de bienestar como hoy los conocemos: “Reducir poco a poco los Presupuestos en lo Público con la intención de deteriorar el servicio, al tiempo que aparecen servicios privados, los cuales los ciudadanos podrán optar voluntariamente; paralelamente concertar con empresas privadas la gestión de lo público, con un gran aparato de propaganda que nos haga creer que todo lo público es ineficiente y que todo lo privado es eficiente; darle dinero al ciudadano (un cheque) para que con él pueda acudir al Centro Privado que considere mejor. A esto le llamarán » Libertad de Elegir»; por último y para cerrar el círculo se irá poco a poco reduciendo la cuantía del «Cheque» al tiempo que aumentando el complemento, hasta acabar definitivamente con 0 cheque y 100% de complemento. Y con ello ya se habrá acabado la privatización total y absoluta de los Servicios que antes eran Públicos y que ahora son Privados. Todo ello se realizará con una gran campaña en favor de reducción de impuestos con el argumento de que el dinero donde mejor está es en el bolsillo del ciudadano. El resultado final será que los sectores más empobrecidos, que apenas pagaban impuestos, ahora tendrán que pagar por los Servicios que antes se les prestaba gratis y por el contrario los más favorecidos que antes eran los que pagaban los impuestos, por el principio de que el que más tiene es el que más tiene que pagar, en esta nueva situación dejará de pagarlos. El resultado final es que solo podrán acceder a los servicios aquellos que tengan dinero para pagarlos”.

En mi pueblo, días atrás me entristecí aún más, cuando dos buenos amigos se negaron a firmar una petición para que se dejara de usar glifosato en los espacios públicos y otra para evitar que el alcalde de la localidad subiera las tasas de cementerio en un 300%, en plena pandemia. Decían que a ellos no le afectaban. También, que temían que los concejales del alcalde dejaran de ir a consumir a sus establecimientos. Fue cuando comprendí que el fascismo se había adueñado de la localidad. Pero también, cuando entendí lo importante y necesario que es en estos momentos, no dar ni un paso atrás frente a los que odian la democracia.

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