Me indigno, te indignas, se indigna. Nos indignamos

―Salvádeme ¡ouh, xueces!, berrei… ¡Tolería!
De min se mofaron, vendeum’a xusticia (1).
Rosalía de Castro

La indignación es un sentimiento que nos coge de la mano en diversas mareas y ante distintos caminos de la vida.

El otro día en un viaje de trabajo, uno de los acompañantes hablaba con un colega suyo a través del auricular:“¡esto es indignante! Estos socialistas van a subir el salario mínimo y nosotros vamos a ser los que tengamos que pagarlo, ¡como a ellos no les duele!”

Como el mundo laboral da mucho conocimiento pues en él florece como el herbeiro tras la lluvia el saber, se ventiló otro episodio en el que la indignación se apuntaba: alguien se indignaba porque en una empresa que frecuentaba no se pagaba ni el salario mínimo.

Así se ve que el sentimiento de indignación es un sentimiento transversal, que surca horizontes diversos. No se puede objetivar, y sus razones carecen de universalidad. La experimentan tanto los adinerados como los desposeídos, los sumamente ricos como la pequeña burguesía, los que se inclinan a la derecha y los que se cobijan en la izquierda, los catalanes y los gallegos, los servidores públicos y los administrados, los trabajadores y los inversores, los obreros y los propietarios de las empresas…

Este sentimiento tiene la virtud de unir o desunir a los de una comarca con los de otra, tejiendo puentes invisibles que se entrelazan en un tapiz de descontento.

Asistimos en su día al «nacimiento» del movimiento de los indignados, como lo bautizaba la prensa (lo acuñó la prensa de derechas y lo adoptó la escasa de izquierdas). Un movimiento que luego dio origen a partidos de ideología confusa y difusa y en vías de extinción una década después, una vez cumplido su propósito.

Uno de los últimos colectivos que, según las noticias aparecidas en prensa, se indigna es el de los jueces, especialmente aquel grupo de jueces que cree firmemente en la independencia judicial y se indigna por unas palabras, expresadas dentro de lo que se podría llamar corrección política, de Teresa Ribera. Palabras que cuestionaban la imparcialidad del juez Manuel García Castellón en sus casos contra Carles Puigdemont y Marta Rovira, en momentos políticos sensibles. Y bien, ¡vaya escándalo!, tener la osadía de cuestionar a tan ilustre juez, que por supuesto es imparcial y equitativo en todo momento.

Se indignan los jueces representativos por las críticas, no se indignan por ver cómo se repite de manera machacona que previo a los comicios aparece alguna actuación en la que toman relevancia y empujan hacia la derecha.

Tampoco manifiestan indignación ante las relaciones que todos dábamos por sentado y que ahora comienzan a emerger entre la Sra. Ayala y el PP. Este último, moviendo, alentando, amplificando y, según se intuye, dirigiendo la instrucción en contra de la izquierda andaluza en el conocido caso de los ERE. Un caso que, como un hechizo sombrío, ha llevado a personas íntegras a la cárcel. Y callan cuando el gobierno de Moreno Bonilla sostiene las ayudas por las que supuestamente fueron condenados los legisladores.

Ni una pizca de indignación asoma en sus semblantes ante la realidad de andaluces que arrastran más de 18 años con la sombra de la imputación, gestada por la misma señora, sin que hasta el día de hoy hayan tenido la oportunidad de articular su defensa ante los tribunales al no haberles tan siquiera tomado declaración.

Nada en Maracena donde, como en un siniestro baile político, días previos a las elecciones se tiñe de acusaciones a la candidata del Partido Socialista y al secretario de Organización. Sin embargo, una vez que el PP asegura la alcaldía tras los comicios, los cargos a los políticos imputados desaparecen como si fueran fantasmas desterrados por el viento de la victoria.

La indignación se niega a ser presencia al contemplar cómo esta forma de hacer se repite en Utrera y en un siniestro déjà vu que se reproduce elección tras elección, ya sea en los ámbitos municipales o generales, autonómicos o europeos. Un triste espectáculo que se despliega como un oscuro telón en los últimos dos decenios, como un eco persistente de la fragilidad de las instituciones democráticas.

¡Y que hay sobre las más de veinte causas abiertas y cerradas contra Podemos desde 2015! ¿Dónde la indignación?
La derecha ha encontrado un proceder, forma de actuar, que les está resultando útil y que saben usar sin escrúpulos y con alevosía. Hasta ahora no les ha pasado factura. Veremos si las investigaciones que está llevando a cabo La Vanguardia y El Diario.es (aunque hayan sido retiradas de los artículos) las vemos avanzar.

En el siglo XIX, Rosalía de Castro expresaba su indignación ante la parcialidad de los jueces. Ahora, en pleno siglo XXI, son los jueces de la derecha los que se indignan. Para furor de Rosalía, no hemos logrado presentar alternativas y proyectos que democraticen la judicatura, rompan con las castas heredadas, proporcionen formación en democracia y derechos. No hemos fortalecido el Cuarto Turno, dignificado el turno de oficio, asegurado la defensa y protección del denunciante, democratizado el lenguaje, eliminado la arbitrariedad judicial, ni luchado eficazmente contra la corrupción y la lentitud en los procesos.

Así nos encontramos, inmersos en el mar de la indignación, donde las aguas tumultuosas de este sentimiento transitan entre los valles de la unión y los precipicios de la discordia, tejiendo un relato tan complejo que facilita que, en la actualidad, se priorice hacer política apelando a los sentimientos y al yo individual, un terreno propicio para los populismos.

Sin embargo, si observamos de cerca, veremos que muy poquito podremos tener en común, con el que se indigna porque se sube el salario mínimo o con los jueces herederos del siglo XIX.

(1)- Salvadme, ¡oh, jueces!, grité… ¡locura!
De mí se mofaron, me vendió la justicia,

CATEGORÍAS

COMENTARIOS

Wordpress (0)
Disqus ( )