Orgullosos

Me invitaba a reflexionar mi hijo menor, 12 añitos, hace unos días: Papi, ¿has visto qué orgullosos van los que suben a un Uber? Es cierto, corroboré con extrañeza, pues lo había observado yo también y no acertaba a comprender el por qué. Para cerrar el asunto lo atribuí a figuraciones mías derivadas de mi inherente imparcialidad y prejuicio, soy taxista. Pero ya digo, obligado a meditar sobre el tema comencé a elaborar tesis y a divagar y escalar de una cosa a otra que tuviera cierta relación con el orgullo; confieso que puede ser un no parar. Qué decir de los orgullos patrios que los vecinos de Villa Arriba y Villa Abajo, da igual de qué provincia, enarbolan y confrontan desde la noche de los tiempos; y es que esto de haber nacido en tal o cual trozo de la esfera terrestre nos confiere superioridad al resto de los mortales. O de esos orgullos que los hinchas del Barça y Real Madrid muestran y demuestran en perpetua rivalidad. O el orgullo de gustar, quién puede negar un mínimo de natural vanidad en sí mismo. Pero son estos orgullos, afectaciones comprensibles, discutibles, por supuesto, sin embargo, hay otros que me sorprenden hasta el extremo.

Hace años que nuestro país está siendo vendido por parcelas, públicas todas ellas, como muestra un botón: Telefónica. ¿De qué sirvió privatizar una empresa que arrojaba beneficios astronómicos, para rebajar el precio del recibo, hacerla más competitiva quizá?, no, por cierto. Podría seguir con las energéticas, un calco, y con tanta otra privatización que venimos sufriendo en las últimas décadas. ¿Se atreverán con la Sanidad?, nos preguntamos inquietos, cuando lo único que queda por poner en manos de la gestión privada es el personal sanitario, y con la excusa de agilizar la larga lista de espera, en vez de ampliar la plantilla, nos derivan a hospitales privados que así se nutrirán de nuestros impuestos. La Educación… Un escalofrío me recorre la espalda, nos están dejando en cueros, hablan de la unidad de una España cada vez más fragmentada y encima se llaman a sí mismos salva patrias, adoctrinan a un numeroso rebaño y estos balan: orgulloso de ser español. Pues hombre, no es que yo sienta vergüenza de ello, pero orgullo, lo que se dice orgullo…tampoco, al menos en estos momentos. Vergüenza de algunos líderes políticos, eso sí. Por eso digo, que no lo entiendo.

Tuve la oportunidad de leer hace poco un documento de la Junta de Andalucía en el que se calificaba a las plataformas digitales como Uber y Cabify, de fenómeno imparable. Imparable es el cambio climático y por el contrario lo niegan, ¿no es curioso que los retrógrados de siempre abanderen hoy el progreso? Y que además acusen a los que observamos estas mudanzas con cierto escepticismo, de ir en contra de la evolución. El Taxi tiene que modernizarse, y mucho más duras se van a poner las cosas cuando llegue el vehículo autónomo, sentenciaba apocalíptico Albert Rivera, un sudor frío me resbala hasta la rabadilla. El Taxi puede y debe mejorar su servicio, por supuesto, pero estoy en condiciones de aseverar que lo único que le falta para ser tan moderno como estos competidores que como plaga se extienden por todo el mundo, es tributar en un paraíso fiscal. Y por eso me cuesta comprender que esta Semana Santa, con una Gran Vía granadina atestada de taxis libres, prestos y dispuestos a satisfacer la demanda de visitantes y habitantes, haya habido, y puedo dar fe de mi testimonio, quien prefiera esperar diez o quince minutos para subirse a un coche de segmento medio, conducido por un inexperto, que desconocedor de la ciudad no tiene más remedio que guiarse por un navegador que falla más que las escopeticas de la feria, y dejarse esquilmar por una tarifa, dinámica la llaman, que en fechas tan señaladas duplica y hasta triplica el precio normal de un taxi. ¿Será por el traje que viste el conductor, más barato que mi pantalón vaquero? Insisto, no lo entiendo. Pero hay que ver qué ínfulas las de estos usuarios cuando van a bordo de uno de estos coches negros. Qué orgullosos, estos ricos low cost.

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