Permita que le contradiga

Hay un proverbio español que dice: «De las cosas más seguras, la más segura es dudar». René Descartes basó todo su método filosófico en la duda; en una duda metódica con la que desarrolló su ‘Discurso del método’ (1637). Decía que podía dudar de todo menos de que estaba dudando. Decía: «Para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas, una vez en la vida». A Descartes se atribuye el archiconocido «cogito ergo sum» (pienso, luego existo), aunque la idea ya fue expresada poco tiempo atrás por Gómez Pereira, en ‘De Inmortalitate Animae’ (1554), donde escribe: «Conozco que yo conozco algo. Todo lo que conoce es; luego yo soy»; y también a san Agustín de Hipona (354-430), en ‘De Trinitate’: «¿quién duda que vive, recuerda, entiende, quiere, piensa, conoce y juzga?; puesto que si duda, vive; si duda, recuerda que se pone en duda; si duda, se percibe y entiende dudando; si duda, está seguro que quiere; si duda, piensa; si duda, sabe que no sabe».

Fray Antonio de Guevara, en el ‘Arte del Marear y de los inventores de ella: con muchos avisos para los que navegan en ellas’, publicado en Valladolid, en 1539, expresaba esta misma idea: «en esta vida no hay cosa más cierta, que ser en ella todas las cosas inciertas». Sin embargo Flaubert, en ‘Memorias de un loco’ (1838), opina: «La duda es la muerte para las almas; es una lepra que afecta a las razas desgastadas, una enfermedad que proviene de la ciencia y conduce a la locura. La locura es la duda de la razón; ¿quizá sea la razón misma?». Cunqueiro por su parte, en ‘Un hombre que se parecía a Orestes’ (1969), escribía: «Un hombre que duda es un hombre libre, y el dudoso llega a ser poético soñador, por la necesidad espiritual de certezas». En la misma línea se encuentra Gao Xingjian, que en ‘La Montaña del Alma’ (1990) donde escribe: «No tener una meta es también tener una meta, y el hecho de buscar es también un objetivo, cualquiera que sea el objeto de la búsqueda. Y la vida misma, no tiene, en principio, ninguna finalidad, basta con seguir adelante, eso es todo». Ortega y Gasset rizaba el rizo: «Además de enseñar, enseña a dudar de lo que has enseñado».

Chesterton, en ‘El hombre que fue jueves’ (1908), sabiendo que en el zen no existe antagonismo entre el bien y el mal, afirma que «el budismo no es una religión, sino una duda»; clasificando a todo budista como escéptico, que, según el ‘Diccionario de la Real Academia’ es el incrédulo, el que no cree o afecta no creer en determinadas cosas. Puede que cualquier creyente sea en el fondo un escéptico y que las religiones se basen, si no en la duda, sí en la búsqueda y en la interrogación. Así, Oscar Wilde, en ‘El retrato de Dorian Gray’ (1945), escribe: «El escepticismo es el principio de la fe». Y Miguel deUnamuno, en ‘Mi religión y otros ensayos’, de 1910, explica: «Porque escéptico no quiere decir el que duda, sino el que investiga o rebusca, por oposición al que afirma y cree haber hallado. Hay quien escudriña un problema y hay quien nos da una fórmula, acertada o no, como solución de él».

En sus ‘Escritos breves’, Alfred Jarry (1873-1907) se pregunta: «¿Acaso ha visto a Dios?», y se responde: «Si lo hubiera visto desconfiaría». «Ha de irte muy bien o muy mal para creer en Dios en esta vida, desde luego», advierte Jordi Virallonga en su poema ‘Ensayo de conversación con mi hija fregando los platos’ incluido en el libro ‘Todo parece indicar’ (2003). Para terminar me acordaré de unos versos de Ricardo Reis, mi heterónimo predilecto de Fernando Pessoa (1888-1935): «Los dioses son dioses porque no se piensan».

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