Quien no se conforma…

Miguel Gila contaba un chiste que, aunque tiene su gracia —cual es su cometido—, en realidad da cierta pena por el exceso de realidad que en sí contiene. El humorista republicano refería que a uno le preguntaban: «¿Tiene usted frío?», a lo que este respondía: «Para qué, no tengo abrigo».

Mario Moreno ‘Cantinflas’ decía: «Yo no estoy en contra de que haya ricos, estoy en contra de que haya pobres». Y quizá esta sea la historia, que todos partamos de un nivel mínimo (o medio) de bienestar, de poder adquisitivo, y a partir de ahí que cada uno crezca según capacidad y suerte. Porque en esta guerra no sobreviven los más aptos, como aseguraba Darwin, sino también y sobre todo a los que le sonríe el albur, los que caen de pie o los que han nacido con un pan debajo del brazo o en mitad de una tahona bastecida.

En ‘Memorial del convento’ (1982), de José Saramago, se puede leer al respecto: «Un estómago advertido sabe encontrar mucho en lo escaso». Nos acostumbramos a lo que hay, aunque alguno dijera: «Cuando mi perro estaba hecho a no comer, va y se muere». Valoramos lo que nos falta, apreciamos con nostalgia lo que perdemos, el infierno es más infierno cuando hemos contemplado la gloria.

Los medios de comunicación tienen eso, que aprendemos (no aprehendemos) lo que existe, lo que nos falta, las afueras de nuestro micromundo, para unos más, para otros menos. El primer objetivo de la publicidad es crear necesidades.

Antes de antes se viajaba gracias al servicio militar obligatorio. Mis abuelos se vestían para ver el noticiario de la televisión (solo una, en blanco y negro). La cocina de carbón era una exquisitez en su tiempo que no todo el mudo se podía permitir.

Siempre me pregunté por qué las patatas «a lo pobre» resultaban más caras que las de gajos, hasta que supe que se freían con agua y la grasa que les aportaba un chorrito de leche, aunque ahora se hagan con gran cantidad de oro líquido.

El autor guatemalteco Augusto Monterroso, en ‘Movimiento perpetuo’ (1972), recuerda una sentencia de Eduardo Torres: «El hombre no se conforma con ser el animal más estúpido de la Creación; encima se permite el lujo de ser el único ridículo».

El empresario griego Aristóteles Onassis, el hombre más rico del mundo, llegó a decir: «Es más tranquilizador tener doce hijos que doce millones de dólares; con doce hijos uno se conforma, con doce millones se quiere más».

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