Tamames sin filtros

La tercera edad como paradigma de dignidad, generosidad, decoro, prudencia, cordura, mesura, sensatez, juicio, cautela, compostura y discreción está en modo reliquia digna de un probable museo de la obsolescencia en la era del ChatGPT y el metaverso.

Los cuerpos quebrados y las mentes cascadas pululan por los escenarios familiares y sociales cada día con mayor dificultad para un encaje aceptable entre generaciones superpuestas. La vida de los jóvenes, en algunos aspectos mejor que las de sus padres y abuelos, sigue raptada en la galera laboral que consume su vitalidad y los recursos que generan sin piedad, como siempre ha sido. En este panorama, hacer un hueco al abuelo o a la abuela en lo cotidiano sólo se plantea si aún les quedan unas gotas de jugo por exprimir, bien sea para contar con ese fósil asistencial llamado pensión, bien para ser explotados como canguros y mandaderos no remunerados.

La tercera edad se ha liberado de muchos filtros impuestos y arrastrados secularmente, para bien en muchos casos y para mal en otros. La voz de la experiencia ha sucumbido a la llamada de una modernidad sobrevenida con distintos resultados en situaciones y personas diferentes, pero sobre la tercera edad sobrevuelan la desprotección pública y el abandono por la sociedad en general y la familia en particular, sangrantes ambas rapacerías.

En esto, don Ramón Tamames, con los filtros bajo mínimos, se ha prestado a un espectáculo en el Congreso de los Diputados ofreciendo una imagen realmente lamentable, rayana en la falta de respeto por parte de él mismo y de todo su entorno. Ante la tragicomedia representada en la sede de la soberanía popular, la imagen de Tamames ha respondido a un patrón de decrepitud física, senilidad intelectual y chochez ideológica. El viejo luchador antifranquista se ha exhibido como uno de esos desoladores personajes deformes tan abundantes en la memoria circense del siglo XIX y la primera mitad del XX. Ni siquiera queda el consuelo de que haya aprovechado la bufonada del partido fascista para, como Paco Umbral, hablar exclusivamente de su libro. Patético.

Ante la figura, expuesta como un pelele para mantear o un don Tancredo para cornear, uno acaba preguntándose si este venerable cromo de la resistencia antifranquista no tiene una familia, una esposa, unos hijos, unos nietos, unos amigos que le hayan desaconsejado prestarse a semejante insensatez, o como mínimo advertido de que el fascismo que lo encarceló, y lo podía haber matado, es el mismo que estaba haciéndole los coros en el hemiciclo. Y si la familia no ha caído, o no ha querido caer, en el detalle, debieran haber sido los Servicios Sociales quienes de oficio tomaran cartas en el asunto.

Triste, desconsolador, deplorable, desagradable, lastimoso, penoso, desolador, tremendo, terrible.

CATEGORÍAS
SIGUIENTE NOTICIA
NOTICIA ANTERIOR

COMENTARIOS

Wordpress (0)
Disqus ( )