¡Vacunado!

Soy el fundador y presidente del club de fans de Santo Tomás. Ya lo dije la semana pasada a colación del anuncio por parte de la Junta de Andalucía de la administración masiva a docentes menores de 55 años, de la vacuna antiCOVID de AstraZeneca. El lema de mi club es “si no lo veo, no lo creo”, y con la vacunación, no es que no la haya visto, es que la he sentido, y bien sentido.

Si bien es cierto que cuando me pincharon, me pasó como a todos esos ancianos que inundaban nuestros telediarios, que era un pinchacito de nada, que ni se nota, a las pocas horas, les aseguro que se notó, y no soy el único.

Ya estábamos advertidos de los efectos secundarios que tendría la vacuna: fiebre, escalofríos, malestar general, cansancio, dolor de estómago, mareos… pues todos y cada uno de ellos se presentaron al día siguiente a visitarme, y a la mayoría de mis colegas de profesión a quienes le inocularon tan brillante solución pandémica, también. Huelga decir que estos síntomas duraron aproximadamente un día. Pero, ¿qué es un día en toda una vida? Una miseria.

Bien merece la pena ese día en el que parece que te ha arrollado un tráiler sabiendo lo que muchas personas enfermas de COVID han pasado y están pasando. Esas cuarentenas por infección, esas semanas infernales en la UCI o, lo que es peor, esos funerales que se suceden continuamente desde que se inició esta pesadilla.

Las pesadillas son eso, sueños que van asociados a imágenes y sensaciones que nos generan miedo o tristeza y que nos despiertan exabruptamente con un estado de agitación y ansiedad importante. El viernes empecé a despertar de esa pesadilla que nos tiene parcialmente paralizados, como esos sueños en los que quieres avanzar, pero no puedes dar un paso. Desde el viernes, soy un privilegiado que está un poco más protegido ante el virus. Permítanme que insista en la expresión “un poco”, y no es que quiera criticar la efectividad de la vacuna de AstraZeneca, porque no soy médico y no tengo datos de valor, sino porque aún hay tenemos que extremar las medidas higiénicas tanto por nosotros como por los que nos rodean.

Les voy a confesar que ayer, de paseo por Granada (dos meses después por el cierre perimetral de mi localidad), cada vez que me cruzaba con alguien que llevaba mal puesta la mascarilla o ni la llevaba, me sentía casi como un superhéroe. Aunque me seguía hirviendo la sangre con su incoherencia, ahora me sentía infinitamente más seguro que antes ante su falta de conciencia personal y social.

Aunque ustedes han leído durante este año mi visión más crítica de la realidad que tenemos en referencia a la actividad docente, soy una persona bastante optimista. El panorama está cambiando de una manera muy positiva y empiezan a verse los primeros rayos de sol. Ahora queda esperar que sigan llegando las dosis acordadas y seguir vacunando a tantas personas como se pueda.

Sigamos extremando las medidas de seguridad mientras poco a poco va saliendo el sol.

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COMENTARIOS

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    Elena C. De Pavlet 3 años

    Emílio , un buen relato sobre tu vacunación y tu idea de lo que se debe seguir haciendo para evitar contagios . Aquí en Arizona ya se va viendo la luz al final del túnel  , los mayores de edad estamos casi todos vacunados y seguimos con las mascarillas ? y las precauciones , lavado de manos etc. 
    un artículo muy bien escrito . ? 

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