Vergüenza

Como bien saben, en estas líneas escribo sobre educación. Durante este curso, prácticamente todos los artículos han estado circundando la situación en las aulas con referencia al COVID y a las modificaciones legislativas en educación. Hoy quiero reflexionar sobre la otra educación, la que se trae de casa, la que, perdonen la expresión, “se mama”.

No voy a ser yo quien les descubra que estamos pasando tiempos convulsos, ya sea a nivel sanitario, nivel económico… Estamos pasando las de Caín desde hace más de un año en todas las dimensiones que tiene el ser humano. Un año en el que temblaron nuestros cimientos sociales. Un año en el que estamos a merced de los designios de los dirigentes políticos, a los cuales podemos creer, dudar, negar… en función de nuestros pensamientos políticos, filosóficos o culturales.

Somos la etapa evolutiva más informada de la historia. Tan informada como desinformada a la vez. A estas alturas de la pandemia, ya no sabemos a quién, ni en quién creer. Las informaciones contradictorias al inicio de la pandemia con el uso de las mascarillas, las restricciones que están minando la moral y la paciencia hasta del Santo Job, la llegada o no de vacunas y la idoneidad de la aplicación de las mismas, están quemándonos como las bombas de napalm del Vietnam. Aun así, nos aferramos a un clavo ardiendo para salvaguardarnos de esta situación y, ese clavo, son nuestros políticos y hasta en ellos, ya estamos perdiendo lo poco que nos quedaba de esperanza.

La clase política (y perdonen que generalice), da auténtica vergüenza. El último episodio acontecido el pasado viernes en el debate electoral en “Hoy por hoy” de la Cadena SER, ha sido la gota que ha colmado el vaso. Aquello se parecía más a un patio de recreo que aun debate serio y coherente. Se lo traduzco en la situación que se puede encontrar cualquier docente en una situación de conflicto escolar, sálvese la distancia, por su puesto.

Un alumno, de nombre Pablo, ha recibido una nota anónima donde le amenazan diciéndole que a la salida le van dar una paliza. Esa nota se la entrega al director del colegio y éste le da aviso a la profesora, Àngels. Cuando se disponen a exponer el tema del día, Pablo sospecha que alguien del entorno de Rocío es autor de esa nota, así que exige que condene esa nota. Rocío, venida arriba ante este hecho, no solo no lo condena, sino que increpa y desafía a Pablo varias veces. Ante esto, Pablo decide abandonar la clase, aunque la profesora Àngels le pide que se espere para tratar de solucionar el problema de una forma dialogada. Ambos, obcecados en sus posturas, montan una situación extremadamente desagradable. Mientras, los otros compañeros de clase, Ángel, Mónica y Edmundo, miran atónicos. Hoy ha hecho novillos otra compañera, Isabel, amiga de Rocío y que conociendo la problemática que se presentaba por la nota amenazadora y temiendo que le salpicase, una vez más, ha optado por el camino más fácil.

La postura chulesca y desafiante de Rocío continúa, así que Ángel y Mónica, amigos de Pablo, deciden también abandonar la clase. Mientras tanto, Edmundo, que dice que es el amigo de todos, trata de calmar los ánimos y buscarse el beneplácito de Àngels, la profesora. Ante este panorama, la profesora da la clase por terminada. Tratará de arreglarlo en el aula de convivencia, en la jefatura de estudios, en la dirección… Ya ha saltado a las redes sociales, así que la solución va a estar aún más complicada, aunque todos sabemos bien cuál es.

De toda esta situación vergonzosa, me quedo con la frase final de la profesora: “Quienes queremos un buen clima de convivencia escolar, somos muchos más en todos los centros educativos del país. Quienes queremos esta paz, lo vamos a demostrar con nuestras acciones, de eso va la educación, y a nuestras familias les ha costado mucho dárnosla”. Por favor, den ejemplo.

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