Al borde de la Luz

Sumergido en el resplandor de una lámpara que lucha contra la oscuridad de mi habitación, las noticias del mundo irrumpen como un torrente incesante, llevando consigo el eco de tragedias lejanas y globales. Moscú, esa ciudad de contrastes y grandes contradicciones, ha sido cuna de una nueva pena, mientras que Israel y Gaza no encuentran tregua en su ancestral disputa. Y yo, testigo mudo de estos sucesos, me encuentro en un laberinto de emociones, buscando desesperadamente la llave de mi compasión.

«Los maldigo», susurro a las sombras que se ciernen sobre mi conciencia, a esos instigadores del odio que siembran desolación, impidiéndome abrazar mi ser compasivo. Me empeño en que la pena, pura y genuina, surja desde lo más hondo de mi ser al contemplar tales tragedias. Pero ¿cómo permitir que aflore el sentimiento cuando la sinrazón de unos pocos eclipsa el sufrimiento de muchos? Es la sed de poder, no las gentes, quien forja este muro entre mi corazón y el mundo.

Las imágenes del último atentado en Moscú, atribuido a sombras sin rostro que se esconden tras siglas y banderas, revuelven mi interior con una mezcla de indignación y desesperanza. El mismo torbellino de emociones me embarga al ver el sufrimiento del pueblo judío, cuyas heridas, lejos de cicatrizar, se ven perpetuadas por decisiones que no puedo comprender ni aceptar.

Me veo forzado a alejarme del sufrimiento, no por indiferencia, no por falta de compasión, sino porque las figuras de poder —Putin, Netanyahu y aquellos que los sustentan—, con sus políticas y acciones, eclipsan la humanidad de las gentes que sufren bajo su influencia. ¿Cómo ser compasivo con los moscovitas si las sombras de Ucrania se alargan proyectándose sobre ellos? ¿Cómo empatizar con los israelitas, si el dolor de los palestinos masacrados, exterminados, y la usurpación de sus tierras pesan sobre mí? ¿Cómo encontrar compasión hacia los israelíes que no responden al asesinato de los siete miembros de la ONG del chef José Andrés en Gaza o sobre los insensatos planes de anexión de Cisjordania por parte del extremismo judío?

Aun así, me esfuerzo por diferenciar a los verdugos del pueblo; por identificar mi empatía con las víctimas y no con aquellos regímenes que pretenden representarlas. No, estos líderes no son más que el reflejo de un terror y barbarie que buscan despojarnos de nuestra esencia humana. Busco las gentes, tanto rusas como judías, que resisten bajo el yugo de un poder que nos desafía a todos. Busco sus acciones de protesta y oposición. Me uno.

Parar la guerra en Ucrania.

Parar la guerra en Gaza.

Comparto con el gobierno el grito y recupero los colores que antaño adornaban mi hombro —el negro, el blanco, el verde y el rojo—, colores que dejaron de ser lucibles cuándo se identificaron con la ideología de las sombras. Recobro estos símbolos, no como marcas de división, sino como señales de esperanza y resistencia contra la oscuridad que busca engullirnos.

A medida que la noche se despliega, y las narrativas de Moscú e Israel se entrelazan en el tejido del destino, mantengo viva la esperanza de que cesen los conflictos en Ucrania, Gaza y Cisjordania. Tal vez, solo entonces, el dolor que busco experimentar se abra paso, transformando mis maldiciones en solidaridad para con todos aquellos que, enfrentando la adversidad, nunca cesan en su búsqueda de la luz. En ese instante, cuando la sombra del poder se disipe, fluirá sin trabas mi compasión.

In memoria de los caídos en Croacia y Palestina.

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