Pensar la guerra

En relación con la guerra el primer problema que se plantea es el de su naturalidad y racionalidad. ¿La guerra es una actividad natural de los seres humanos? ¿Es una actividad racional, lógica, sometida a logos, o algo completamente irracional, ilógico? Aunque algunos animales como las hormigas desarrollan actividades que se podrían considerar guerras en el sentido tradicional, en principio parece que la guerra es una actividad humana ligada no tanto al ser humano en tanto que ser natural, en tanto que animal, sino que más bien se presenta como una actividad humana colectiva con ciertos objetivos y ciertas regulaciones. La guerra es el resultado de una combinación histórica entre nuestra naturaleza y condicionamientos históricos y culturales determinados.

En un sentido estricto la guerra tal como la entendemos ahora se despliega de forma paralela al surgimiento del Estado moderno, ya que necesita ejércitos permanentes, armamento sofisticado, entrenamiento constante. El costo del ejército moderno exige la disponibilidad de recursos suficientes y permanentes, lo que conlleva una administración estatal eficiente y un sistema de impuestos capaz de sufragar estos gastos.

Pero la guerra siempre ha mantenido cierta exterioridad respecto al Estado. El guerrero es un tipo de funcionario muy peculiar. Si recordamos a Dumézil y su tripartición de funciones en los pueblos indoeuropeos vemos que opone la soberanía política estatal que tiene dos polos: el contrato y la magia, el rey jurista y el rey mago, al poder guerrero que aparece como fuerza bruta , como movimiento con vigor y furor, basada en una moral de la hazaña y la desmesura opuesta tanto al aspecto jurídico y al aspecto religioso, como al aspecto de la fecundidad. En Grecia esta dualidad se ve entre Ulises y Áyax, entre el poder de la palabra y el poder de la fuerza, entre el razonamiento y la sinrazón, entre el respeto a los dioses y la altanería frente a los mismos . La derrota de Áyax por Ulises simboliza la sumisión al naciente aparato de Estado de la máquina de guerra externa y contraria al Estado. La Ilíada muestra un modelo de guerra basada en héroes individuales aristocráticos mientras que la polis se basa en la revolución hoplita que sustituye la lucha individual por la fuerza de la falange. Se sustituye la guerra como una serie de duelos entre aristócratas que exhiben su valor y su desmesura por la guerra como el resultado de la disciplina y la estrategia llevada a cabo por los ciudadanos armados en su conjunto.

Desde el punto de vista antropológico Clastres define las sociedades primitivas como sociedades contra el Estado libradas a guerras continuas que servían para evitar la formación del Estado como poder externo y separado. Los guerreros suelen ser jóvenes, son autónomos respecto del resto de la sociedad, son aislados, excéntricos, bordean siempre el pecado, actúan al margen de la religión, del poder, de la familia, roban mujeres, etc. Los guerreros mantienen una relación con lo animal debido a su furor irracional, a su violencia. Los guerreros manejan armas que no son herramientas, las armas son veloces, se parecen a joyas, y expresan emociones. Los guerreros son nómadas , forman bandas externas a los asentamientos sedentarios. Abenjaldún ya oponía al estudiar la historia de los movimientos árabes en el norte de África y en al Ándalus los nómadas del desierto, fanáticos religiosos, y los sedentarios de las grandes ciudades andaluzas dedicados a la cultura y al ocio y que dejaban de lado la guerra santa contra los cristianos. Almorávides, almohades, benimerines sacudían con sus invasiones de forma periódica la placidez de las muelles dinastías andalusíes.

La guerra es una acción colectiva, no individual, política, no particular, que supone una técnica determinada, el arte de la guerra, y se tiene que ajustar a unas normas. La guerra se distingue de otros conflictos como el juego, la caza, el proceso.  La guerra no es una mera pelea, tiene causas, objetivos, arte. No es una caza, se dirige a hombres no a animales. Se ajusta a derecho, en el sentido de un derecho a la guerra y de un derecho en la guerra. No es un duelo, ni un juego, no es un mero agon, un conflicto. Tiene que someterse a ritos, es una ceremonia con normas estrictas acerca de los sujetos, los lugares y los tempos en los que se desarrolla, los objetivos que busca, la forma de desplegarse.

Las dos principales raíces de la civilización occidental están ligadas a la guerra. Por un lado la Ilíada es una guerra de los aqueos para vengar una ofensa hecha a uno de los suyos, por otro el éxodo del pueblo judío en busca de la tierra prometida es un rosario de operaciones guerreras dirigidas por Dios.

Desde su origen en Grecia la guerra ha presentado dos caras ejemplificada una por Ares que es la guerra salvaje incontrolada y la otra por Atenea que es la guerra regulada, llevada a cabo con medida, con mesura. El héroe guerrero ha de controlar su fuerza dentro de la forma, dentro de la ley para no caer en la hibris, en la desmesura brutal. Para Eneas, el héroe troyano fundador de Roma, la guerra siempre es nefanda, ( Bellum nefandum), abominable, odiosa, repugnante, al contrario que para los héroes homéricos, pero a veces hay que hacerla aceptando el destino.

El cristianismo no rechaza la guerra, a partir de Lucas 3,14  los militares aparecen como ministros de la ley y defensores de la salud pública y no como homicidas, se les pide que no maltraten y que se contenten con su paga. Esta posición la retoma Agustín en el Contra Fausto. En la Ciudad de Dios Agustín  no condena la guerra en si sino las desarrolladas por los romanos porque se deben a una libido dominandi, a un deseo desmedido de poder. Tomás de Aquino caracteriza las condiciones de  la guerra justa: tiene que ser declarada por la autoridad legítima; ha de tener una causa justa: vengar una ofensa o ser en legítima defensa; tiene que hacerse con una recta intentio, conseguir la paz, y no ser por rapiña o por  ansia de poder  (libido dominandi).

El Estado moderno surge cuando se produce el monopolio del uso legitimo de la fuerza por parte del Estado superando la dispersión feudal. Los monarcas renacentistas y barrocos construyen ejércitos modernos, profesionales y nacionales, dotados de medios técnicos como artillería, pólvora, etc. La guerra moderna es una guerra entre Estados y tiene que respetar unas reglas. Poco a poco la reflexión sobre la guerra adquiere autonomía respecto a la moral y la religión en la reflexión de autores como Maquiavelo, Guicciardini y Alberico Gentili que en sus escritos sobre la guerra exclama: “Callad teólogos, aquí se habla en términos jurídicos”. La legitimidad de la guerra está en las manos de la autoridad secular y el Papado pierde su capacidad de juzgar acerca de la legitimidad o no de las guerras. El humanismo renacentista, especialmente Erasmo, defiende un pacifismo de corte religioso partiendo de la idea que da título a uno de sus Adagios más famosos de que “la guerra solo atrae a quienes no la han vivido”. A pesar de esto, el autor flamenco restringe su pacifismo a las guerras entre cristianos, justificando las llevadas a cabo contra los musulmanes por la ocupación de la tierra santa. En esta época tampoco se consideraba guerra el combate contra los indígenas americanos ,debido a que no se les reconocía soberanía estatal.

La evaluación de la guerra en los inicios de la modernidad presentaba, pues, dos polos; el polo irenista, pacifista, cuya cabeza fue primero Erasmo y luego Hugo Grocio que combinaron en su evaluación de la guerra elementos políticos con consideraciones morales y religiosas, y un polo realista representado por Maquiavelo, Guiciardini y Alberico Gentili que defendían la autonomía de la política y eran más proclives a aceptar la guerra ajustándola a reglamentaciones. El enfoque netamente laico de estos autores llevó a Gentili a decir que en estos temas los teólogos debían callar mientras hablaban los juristas y los políticos produciendo una desteologizaciòn de la guerra así como una puesta entre paréntesis de los juicios morales sobre la misma. Se pretende analizar el fenómeno de la guerra en sì y no tanto juzgarla en términos de justicia, bien de justicia relativa, la Diké griega, o bien de justicia absoluta, la Themis griega, esposa de Zeus y madre de Diké y de Eirene, la paz, que fue la base del derecho natural, de las leyes familiares, anteriores a la polis, al Estado. Leyes a las que acudió Antígona cuando enterrò a su hermano Polinice en contra de las leyes estatales que prohibían enterrar a los traidores a la patria.

El irenismo renacentista se prolongó en la Ilustración en la búsqueda de una juridizaciòn de la guerra que permitiera el arbitraje entre los Estados para impedir la guerra. El problema es que a pesar de los numerosos intentos por construir estos mecanismos de arbitraje, desde el papado hasta la actual Asamblea General de la ONU, el hecho de que  los diversos estados se encuentren entre sí en el estado de naturaleza previo a la reglamentación política y la carencia de una jurisdicción aceptada por todos y dotada de un poder coercitivo disuasorio eficaz hace que los intentos de someter los conflictos a un marco jurídico legítimo y eficaz no hayan tenido éxito por ahora. Las resoluciones de la ONU no son aceptadas y no hay medios coactivos para imponerlas de forma eficaz cuando dichas resoluciones se enfrentan a los intereses de las grandes potencias. En la guerra no hay un tercero externo que pueda actuar como tribunal, lo que impide reducir la guerra al derecho. No se puede juridificar la guerra, no se puede reducir el conflicto a un contrato. Si hay juicio, es el juicio de Dios. La guerra, pues, supone el fracaso del logos, no una forma a través del cual se expresa el logos.

La guerra siempre se ha ajustado a unas leyes implícitas o explícitas que la convertían en una especie de duelo caballeresco. Quitando las guerras coloniales las guerras entre Estados europeos respetaban esas normas y además era una cuestión que se desarrollaba entre ejércitos profesionales, lo que no quitaba para que a veces se hicieran masacres de civiles. Ese carácter caballeresco de la guerra se perdió a partir de la Gran Guerra. Esta guerra, la primera propiamente mundial, transformó las características de la guerra. Ya no combaten solo soldados profesionales sino que se hacen levas masivas que convierten los ejércitos en ejércitos nacionales. El elemento propulsor de la guerra pasa al nacionalismo y no es ya la adhesión a una dinastía o a un señor feudal. Esta nacionalización de la guerra lleva a la intervención masiva del pueblo como combatiente, lo que supone que grandes masas de campesinos fueron movilizadas y que fue esta movilización su primer contacto con la técnica moderna. El impacto subjetivo de esta modernización forzada y acelerada de grandes masas humanas supuso, como muy bien vio Walter Benjamin, que las vivencias de la guerra no pudieron ser asumidas como experiencia por parte de la mayor parte de los intervinientes. Cuando se preguntaba a los combatientes por su actividad en el frente no podían responder. Les habían pasado muchas cosas pero no las habían podido asimilar y hacer suyas en forma de experiencia vital. La Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría que le sucedió se ajustaban a criterios geopolíticos, pero las guerras de baja intensidad que les sucedieron sufrieron una moralización según la cual la lucha no se daba entre dos polos opuestos con igual legitimidad que solo difieren por su intereses contrapuestos sino entre el polo del bien y el polo del mal. El enemigo se veía como el mal absoluto y quedaba por ello deslegitimado y además podía ser combatido sin ningún miramiento porque la guerra se concebía en términos de las antiguas guerras coloniales, como  la lucha entre el bien y el mal, entre la civilización y la barbarie. Por otra parte, los oponentes no eran ya Estados con igual legitimidad sino enemigos mucho más difusos: Estados fallidos, terroristas, delincuentes internacionales, etc. Esta moralización de la guerra y de la política en general hizo que los conflictos no se ajustaran a las convenciones sobre la guerra tradicional y que la distinción entre militares y civiles se desdibujara. La distinción entre el ejército y la policía también se diluye y las operaciones militares se conciben como gigantescas operaciones policiales contra delincuentes.

El actual conflicto entre el Estado de Israel y la organización palestina Hamas que gobierna la Franja de Gaza es el ejemplo más sangrante de la degradación de la guerra, en la que las operaciones militares se combinan con acciones criminales en los dos bandos, aunque la desproporción entre los dos es palmaria . A una operación militar exitosa de Hamas, combinada eso si con crímenes de guerra sobre civiles israelíes, (aunque quizás sea difícil definir a los habitantes de los quibutz como civiles dada su militarización extrema), ha sucedido una amplia operación genocida que bajo el pretexto de la eliminación de Hamas, objetivo inalcanzable como muy bien sabe Israel, ha destruido la mayor parte de las infraestructuras de la franja de Gaza, incluidos las viviendas, hospitales y escuelas, y está provocando la destrucción directa o indirecta del conjunto de la población de la Franja, destrucción directa mediante bombardeos indiscriminados, asesinatos por francotiradores, etc., y destrucción indirecta a través del hambre, la retirada de los servicios médicos a los enfermos, etc. El objetivo principal de la guerra no es la destrucción de Hamas , cosa imposible en el plano militar, sino la expulsión de la mayor parte de los habitantes de la Franja para la ocupación de sus tierras por colonos israelíes, así como el control de los yacimientos de gas marítimos en la costa. El objetivo secundario es evitar que el primer ministro israelí responda ante la justicia por varias causas judiciales que le tienen por acusado. El objetivo de la operación de Hamas que era interrumpir el proceso de normalización de las relaciones con Israel a espaldas de los intereses de los palestinos que los gobernantes árabes moderados estaban culminando se ha cumplido. Se ha vuelto a poner encima de la mesa que no hay solución del conflicto en Oriente Medio sin tener en cuenta a los palestinos y que la solución de los dos estados, ya que la idea de un único estado democrático donde convivieran israelíes y palestinos es imposible por la progresiva conversión de Israel de un estado democrático en un estado confesional y además por la diferencia demográfica de las dos comunidades que en pocos años inclinaría la balanza en favor de los palestinos, es la única propuesta viable para concluir el conflicto.

Como vemos es difícil someter la guerra a un control jurídico, sin tener que acudir a la existencia de un instinto de muerte muy discutible, lo cierto es que en la guerra sube a la superficie y se manifiesta una cierta exterioridad de la violencia frente a la razón que tiene muchas dificultades para controlarla, lo que no quita para que se intente una y otra vez ese control racional de la violencia que ha sido el objetivo de todos los pacifistas desde Erasmo Y Kant hasta nuestros días.

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