Capitalismo eres tú

No es recomendable. Dialogar con los bolsillos no es recomendable, en ningún caso. Si gozan de buena salud, la conversación derivará en problema de conciencia a nada que se plantee el origen de esa salud y su relación con la mala salud de terceros. Si fuese mala la salud, la charla giraría en torno a conceptos y palabrería cuya función principal es convencer a quien la padece de que no hay más remedio que abrigarse para no empeorar. Conviene alejarse de los bolsillos para meditar y comprender la economía y la vida.

El historial sanitario de una sociedad “avanzada” es un compendio de caídas y recaídas a las que los chamanes de la economía aplican recetas de un vademécum obsoleto. Cualquiera en situación de jubilación ha padecido crisis, inflación, recesión, burbujas, austeridad, ciclos y ciclones económicos, escaladas, especulación, privatizaciones, desigualdad, unas detrás de otras, un no parar. Cantan los bolsillos “Lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo”, y la ciudadanía hace los coros.

Para el capitalismo, la propiedad privada, los mercados y la empresa son intocables. Para los bolsillos ciudadanos son inaccesibles, o accesibles bajo diabólico contrato por el que el trabajador accede a la propiedad y los mercados a cambio de ceder su vida, lo mejor de ella, a una empresa. A quien alcanza la jubilación, cuerpo vencido, mente exprimida, trasto inútil para el capital, le devuelven una vida cansada, agotada, para vivirla en una propiedad privada devaluada, con el calendario amenazando con el último día.

La juventud que aspira a una vivienda es secuestrada de por vida por el mercado del alquiler o el hipotecario. La juventud que aspira a un trabajo digno es encadenada al banco de una galera de la flota empresarial. La juventud es seducida por los cantos de sirena de la publicidad que agravan la condena laboral. La juventud, fiel al concepto freudiano de “matar al padre”, desestima la experiencia de los mayores y la sustituye por la suya propia, bisoña, individual e intransferible, por eso repite los mismos errores que el padre.

El aparato de propaganda capitalista, desde la escuela a las redes sociales, lleva a cabo, impasible, su eficiente labor prediciendo evidencias y negando realidades. Hablan de tu crisis, de tu inflación, de tu pobreza, y te convencen de que el culpable de lo que ocurre en tus bolsillos eres tú, o un virus, o una guerra, o la sequía, o la lluvia, o el frío, o el calor. Te convencen de que todo ocurre por designio del maligno, señalan culpables tangibles de tu infortunio ajenos a la realidad y la verdad. Te mienten y los crees. Y los votas.

La gente de bien trabaja y punto. La gente de bien se resigna a que el banco le cobre por respirar, ve justo que los amos del hipermercado acumulen riqueza especulando con la cesta de la compra, no cuestiona la honradez de los recibos de la luz y el agua, no protesta cuando la vivienda se come el 50% o más de sus ingresos, considera apropiado que el uso del coche sea una sangría económica. La gente de bien acata, no piensa y calla. Quien alza la voz y piensa no es gente de bien sino etarra, separatista y comunista.

Si el capitalismo te convence de que el empresario genera riqueza, de que el currante cobra demasiado, de que la oferta, la demanda y la libre competencia son la ética del mercado, de que la Sanidad, la Educación y las pensiones deben ser privadas, de que los impuestos son un robo del estado, de que un sindicato no sirve para nada, de que nada de esto puede ser de otra manera… el capitalismo ha ganado tu presente y tu futuro. Aunque no lo sepas, has perdido tu presente y tu futuro. Los has entregado con tu voto o tu abstención.

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