¿Es la justicia un cachondeo?

Entre las palabras que habitan el Diccionario, tal vez «Justicia» sea de las que más hacen dudar respecto a la veracidad literal y simbólica de sus acepciones. Quizás se trate de uno de los vocablos más mendaces y menos fiables del castellano, pero lo terrible para la humanidad es que tal dislate acontece en cualquier lengua. Sería injusto trasladar a las palabras lo que es exclusiva responsabilidad de las personas, ya que no es ética ni legítima la práctica de ensañarse con el mensajero.

Fuera del diccionario, el panorama es esperpéntico, aportando al léxico una semántica artificiosa que separa de forma casi violenta significante y significado. Es frecuente que dos personas hablen de cosas distintas al emplear el término «Justicia», grave asunto cuando ambas visten toga. Es hasta posible que dos personas reciban fundamentadas sentencias opuestas ante un mismo hecho juzgado. Y es inquietante que una persona sea condenada por un delito y a otra ni se la llegue a imputar por lo mismo.

Si alguien recurre al Diccionario y se topa con el término «cachondeo», pudiera considerar adecuado aparearlo con esa «Justicia» de laxo y maleable significado. Hubo un tiempo en el que se condenó penalmente a quien osó calificarla así públicamente. Fue el canto del cisne de una democracia bisoña ante la que las togas dieron cumplida muestra de una vergonzante impermeabilidad: los miembros del Tribunal de Orden Público (TOP) mutaron a la Audiencia Nacional y al Tribunal Supremo una vez muerto el dictador.

Durante el franquismo, el Poder Judicial era un siniestro aparato al servicio de la dictadura y los intereses de las élites que le daban soporte a la vez que se beneficiaban del régimen. Hoy, su comportamiento remeda aquellas marionetas togadas y cualquiera, a pocas luces que tenga, alucina con las componendas públicas que practica sin tapujos el régimen del 78, sucesor del anterior. Si vergüenza dan PP, PSOE y Casa Real (beneficiarios cotidianos del cachondeo), los miembros del CGPJ debieran esconderse debajo de las piedras.

No se corta. La judicatura española no se corta. La dinámica radical del PP y el extremismo fascista de Vox han abierto el armario provocando una salida en tropel de togas y puñetas fachas sin parangón. Salvador Alba, Concha Espejel, Marchena, García–Castellón, Lesmes y un etcétera tan indecente como largo parecen formar parte de la derecha judicial. No tienen reparos en exhibir su militancia con la sincera y procaz bendición de nada menos que González–Trevijano, todo un Presidente del Tribunal Constitucional.

Polonia, Hungría o Turquía forman parte del selecto club de las democracias homologadas y pertenecen a la OTAN, a la UEFA, a Eurovisión… España parece seguir la senda del populismo fascista, que en estos países ha secuestrado al poder judicial, de la mano del PP de Ayuso, una vez constatado que Feijóo es un bluf que no pinta nada. El papelón de la Justicia patria es juzgar la corrupción sistémica del PP y de la Casa Borbón sin que se le note la militancia como cuando persigue a la izquierda.

Mientras miembros del Tribunal Supremo, del Constitucional, del Consejo General del Poder Judicial y de la Audiencia Nacional presenten el alto grado de militancia partidista que vienen mostrando, España y la Democracia estarán en serio peligro de involución. La ciudadanía pensaba que los tiempos en que los jueces eran garantía de parcialidad, arbitrariedad e iniquidad habían pasado. En tiempos de rearme extremista de las derechas, es grave lo que transmite la Justicia con sus actos y omisiones.

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