Guirigay

Hoy quiero echarle imaginación a la cosa y fantasear un poco, que dado el panorama político que tenemos en nuestra querida España y la desvergüenza que emplean los actuales próceres; no digamos ya los que lo fueron otrora, que merecen capítulo aparte y de los largos.

En fin, mejor reír que indignarse, más rentable al menos. Imaginemos pues al populacho, contribuyentes y votantes todos, acomodados en un enorme graderío en torno a una cancha multiusos, una de esas que hay en colegios y pabellones para la práctica de varios deportes. Bien, ahora situemos sobre la pista a ministros, consejeros, parlamentarios, alcaldes, concejales, etc. Cada cual luciendo la camiseta con el color identificativo de su formación política, véanse los naranjas, verdes, morados, azules, granates, de franjas si se quiere, bandas diagonales también, que la amalgama cromática se queda corta para tanto partido. Toda vez distribuidos puestos y cargos, ubiquemos a los contendientes según su rango y por tanto el deporte adecuado. Los más altos, qué duda cabe, jugarán al baloncesto. Quizá a los más aguerridos les vaya mejor el balonmano, los más ágiles para el voleibol, habrá una mayoría que elija el fútbol, seguro, o el futbito. Se me antoja que los más independientes preferirán unos dobles de tenis; no se amarguen los que no suelen mojarse que no está adecuada la piscina para waterpolo, y como son legión estos, pues nada, a chupar banquillo. Antes de que comiencen los encuentros hay que calentar, claro, aunque estaría bien decirles que no es lo mismo que caldear el ambiente. Pero bueno, ante la acostumbrada soberbia que manejan mejor nos estamos callados, no vayamos a darles ideas, total, cuatro años de tiempo reglamentario dan para mucho, ya habrá quien les grite consignas. No hay reglas, o mejor dicho, están para saltárselas y ellos para legislar sobre la marcha. Evidentemente, tampoco hay árbitros, los jueces ocupan los palcos, pero solo son público distinguido, así que no se me ocurre quién puede dar el pitido inicial.

Bueno, puestos a imaginar, demos por comenzados los juegos, de pronto pelotas y balones inundan el recinto y a patada limpia todo quisqui. Allá encesta uno, acá marca otro, acullá cuelan gol y empiezan las primeras discusiones. Que si tú, pues anda que tú; y tú más; de dónde sale este balón de rugby; querrás apuntarte el tanto por meter la pelota de tenis; esa es tu portería, imbécil; nosotros vamos con estos; porque tú lo digas…

El respetable, curiosísimo adjetivo para denominar a los espectadores, jalea a los suyos, abuchea a los contrarios, debate entre sí, se rebaten, gritan, se insultan y hasta se pelean a golpes. Los hay que abandonan el estadio a las primeras de cambio, la decepción se va adueñando de las gradas, pero más se enfervorecen aún los que siguen en sus butacas.

Volviendo a los encuentros en disputa, se pueden observar cambios, pues las lesiones y el cansancio se apoderan de algunos equipos y comienza el baile de banquillos. Pero de pronto, el griterío da paso al clamor y este se hace murmullo, hay movimientos en pista que dejan atónito a más de uno. Porque bien está que se produzcan algunas bajas, entra dentro de lo previsto, incluso algún gol en propia puerta, pero lo que está ocurriendo sobre el parqué es algo inaudito. Algunos jugadores se han enzarzado con sus propios compañeros y han dejado vía libre a los supuestos oponentes, otros aprovechan los huecos y avanzan hacia campo contrario, pero más sorprendente es que los tuyos te hagan la zancadilla o la emprendan a empellones. De repente aquel se pasa del voleibol al baloncesto, otro se quita la elástica y se sienta bajo una portería, hay choque entre balones de diferentes deportes, se cambian de camiseta en pleno partido. La capitana de los naranjas de balonmano pide tiempo muerto, el de los azules dice que hay que empezar de nuevo uno de los encuentros, los bermellones de futbito se cambian de equipo, tres franjirrojos hacen lo mismo y un puñado de verdes también, de aquí y de allá se producen renuncias, aquella se hace independiente, un naranja esgrime de pronto una raqueta y deja tirada a su escuadra. Los espectadores parecen aturdidos, boquiabiertos unos, incapaces de reaccionar otros, los más buscan ya los atestados vomitorios, hay quien opta por dar la espalda al terreno de juego, que paradójicamente, es donde se está jugando su futuro. Son todos iguales, se oye decir a alguien. Sí, pero unos son más iguales que otros, le replican allá. Qué porvenir más negro nos espera, sentencian acá. Vaya guirigay.

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