La cruz del Día la Cruz

El viernes 3 de mayo de 2024, día de La Cruz, decidieron dar una vuelta por la capital para echar la tarde. Se desplazaron desde Churriana hasta el tanatorio de Fernando de los Ríos para coger el metro, después de no encontrar aparcamiento cerca de la parada de Armilla. Hasta ahí, bien. La afluencia de público en la parada era grande, la propia de un día señalado, pero el luminoso no indicaba los minutos que restaban para la llegada del tranvía, sino que anunciaba una incidencia en la línea que producía retrasos, sin más información.

Corrieron los minutos, 20, y el andén pasó de casi treinta personas esperando a más de cuarenta cuando llegó el tranvía procedente de Armilla. Se abrieron las puertas y venía a punto de petar, sin asientos libres y los pasillos a media carga. El número de vagones era el mismo que el de un día normal en horario “no punta” y los pasillos y las entradas a los vagones se atestaron en la siguiente parada con el tropel procedente del Nevada. En el PTS, otro aluvión de cuerpos demostró que en una lata para 200, caben 230 sardinas.

Quienes subieron en el PTS y siguientes paradas viajaron gratis por la imposibilidad de acercar la tarjeta al lector. A partir de ahí hubo griterío de quienes iban comprimidos para que el mogollón de usuarios que pretendían subir en cada parada desistiera de hacerlo, hasta Alcazar–Genil donde se apearon algunas personas aliviando un poco claustrofobias y ansiedades. En Recogidas, se produjo la gran descarga, coincidiendo a la vez con la de la línea de Albolote, lo que provocó el caos entre quienes bajaban y quienes pretendían subir.

Recogidas arriba, desfilaban grupos de viajeros del metro respirando con alivio aire limpio y fresco junto a docenas de personas que subían hacia el centro. Era el ambiente festivo que esperaban haber encontrado veinte o treinta minutos antes si el Metropolitano de Granada, la Agencia de Obra Pública de la Junta de Andalucía, hubiese previsto lo que el Día de la Cruz mueve en Granada cada año. De haber hecho bien su trabajo, habrían incrementado tanto la frecuencia de paso de los tranvías como el número de vagones en cada uno.

En Puerta Real, cientos de personas hormigueaban en todas direcciones, unas iban y otras venían, como siempre. Se acercaron a la plaza del Carmen y al fondo, a lo lejos, imposible pasar, vieron la cruz, casi tapada por un grupo de folclóricas tocando las palmas a las dos únicas que se movían en una especie de escenario en alto. La Casa de los Pisa había dejado huérfana de cruces a Plaza Nueva y eran decenas las personas que se acercaban y subían el callejón hasta la puerta para comentar lastimeras tan inesperada circunstancia.

El itinerario Catedral, Derecho, “Bartolos”, Presentación, Asunción presentaba un agitado movimiento de personas en calles y plazas, en bares y terrazas llenas de gente y de fiesta. Llamaban la atención pandillas de jóvenes armadas de litronas de cerveza y calimocho que andaban sin rumbo fijo, sin saber dónde poner el huevo. Y el huevo aparecía en aceras y jardines en forma de botellas y latas arrojadas al suelo sin miramiento, especialmente en el entorno de los Bartolos que recordaba los botellones que supusieron el declive de La Fiesta.

Mucha policía “apatrullando” las calles. Imposible la cola para entrar a los Bartolos y cerrada la Presentación, la Asunción era un botellón “civilizado” donde padres, madres y demás parentela del alumnado saturaba la barra, sólo beber. Arrinconada y triste intuyeron una rácana Cruz de mayo, tal vez la excusa para el modosito desenfreno. Cañas a 2 € y tercios a 2,5 €, con tapa, en dos bares de Gran Capitán avisaban de que se puede ganar dinero sin abuso ni reserva previa. El viaje de vuelta, calcado al de ida. Unas Cruces para olvidar.

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