La democradura de Sánchez

Llevo casi desde el principio del confinamiento denunciando lo que a mi modo de ver es un exceso normativo y un manifiesto déficit democrático cometido por el ejecutivo de coalición de los señores Sánchez e Iglesias, que empleando instrumentos previstos en el texto constitucional y en la Ley Orgánica 4/1981, en fraude de ley, han usurpado competencias que solo corresponden al Congreso y han adoptado medidas, a las que nadie se opone dada la situación, pero que no por ello dejan de ser manifiestamente indebidas desde la vertiente estrictamente jurídica y, también, política.

A pesar de las imprecaciones recibidas de una furibunda cohorte de trolls a los que la opinión solo le place cuando le es favorable a los secuaces que los dirigen, no debía ir muy descaminado en mi crítica cuando varias editoriales de EL PAÍS, columnas de opinión de próceres del socialismo español, como Juan Luis Cebrián en el diario EL PAÍS, por dos veces; del expresidente del Gobierno español, Felipe González, también en mismo diario de cabecera socialista hace solo dos días, o la del expresidente del Senado, don Juan José Laborda, en El INDEPENDIENTE, por citar algunos ejemplos propios más acentuados y recientes, y obviando las manifestaciones en el mismo sentido de otros notorios miembros de la izquierda moderada y consecuente, así como de constitucionalistas, administrativistas y políticos de muy distinto signo expresadas en otros rotativos o, han expresado lo mismo que yo he dicho.

La flagrante usurpación de competencias del legislativo al privar de derechos fundamentales como los de libre circulación, reunión, información y derecho al trabajo o privacidad de las comunicaciones. Si a ello se une lo intolerable, amén de injustificable en este momento, que ha sido el cierre de las cámaras y la falta de transparencia informativa de la gestión de la crisis, mi opinión, como la de tantos otros citados o que podría citar, es que nos han “suspendido” la vigencia del Estado de Derecho. Y, por mucho que pese a los socialistas oficiales —porque se puede ser socialista fuera del partido socialista— y a los neocomunistas y bolivarianos exacerbados, España sigue siendo un Estado de Derecho. Y de desear es que pronto se alce la limitación de nuestros derechos decretada, valga la redundancia, por vìa de decreto.

Mucho se ha hablado del daño que la pandemia ha causado y va a causar en todos los aspectos de la sociedad, por muy distintos factores. Ya lo hemos visto y ya veremos en qué y de qué modo va a seguir dañando a nuestra “patria” y nuestro sistema. Pero para daño el que se ha hecho ya con este ensayo o veleidad incomprensible de desmesura normativa y política del ejecutivo, que ha llevado al país a escorarse hacia prácticas híbridas indeseables e inaceptables, hasta casi desembocar en una suerte de régimen que parecía que nunca podría volver a verse la España contemporánea, rigiendo la constitución del 78. La dictablanda, o democradura que la suerte de general Sánchez y el comandante Iglesias, nos ha implantado de facto.

La panda que los rodea, la caterva de autoproclamados izquierdistas que identifican izquierda con democracia, como si democracia fuera sinónimo de izquierda, o la democracia fuera patrimonio exclusivo de la izquierda, falsean lo que debe ser el auténtico método de aceptación de la crítica como método de procurar el avance y el progreso de la sociedad. mensaje de social progresista, como expresó en su magistral artículo publicado en EL HERALDO DE ARAGÓN, José Luis Corral Lafuente, con el título Crítica e Izquierda.

Mi admirado opinador y escritor zaragozano, especialista en tantas cosas y más acentuadamente en historia, que procede de Izquierda Socialista, la cual abandonó hace ya unos cuantos lustros porque veía venir lo que ha sobrevenido, está siendo también atacado por las hordas desatadas de los furibundos agresores de la democracia más siniestra. Desde su columna semanal, El Salón Dorado, previa autodefinición —innecesaria, pienso, porque su trayectoria intelectual y personal lo acreditan—, como hombre de izquierdas, laico, republicano y federal, que sigue pensando que la crítica abierta, libre e independiente, es el mejor método para la consolidación y el progreso de la democracia, lo que es crucial, como lo fue en el XIX, para romper el monolitismo ideológico conservador, está siendo también atacado por atreverse a apuntar la deriva poco democrática de algunas de las decisiones adoptadas al hilo de la crisis pandémica.

Lejos queda el siglo de los movimientos ideológicos y la siguiente centuria, la pasada, el siglo XX, que no fue ejemplar precisamente en hacer de la crítica un método de entendimiento y de progreso. Y así, cierta izquierda autoproclamada demócrata por ius sanguinis, agrede como una legión romana, todos a una, a quienes se les ocurre opinar lo contrario de lo proclamado por sus dirigentes partidistas, y no digamos ya si uno se atreve a decir algo contra sus jefes partidistas. Al osado inconsciente que se le ocurra poner en práctica tal veleidad, le asaltarán como perros rabiosos ladrando insultos los intransigentes de la izquierda oficial, porque a estos autodefinidos demócratas antifascistas no le importa que la crítica sea correcta y. adecuada, sino preservar a sus dirigentes políticos, a los que, en muchos casos, ya les deben el sillón sobre el que ponen su culo de casta.

Cada vez es más triste comprobar que la izquierda, por muy moderada que se crea o se proclame, no admite la crítica, cuando precisamente la crítica fue decisiva en su aparición y evolución. La pandemia ha traído junto a la crisis sanitaria una inesperada deriva hacia una suerte iniciática de dictadura, que ha comenzado a manifestarse como una dictablanda, o mejor, como democradura, y que de no moderarse desembocará en un abominable régimen indeseable, o solo deseable, para aquellos que tienen como referente Venezuela, por ejemplo.

No invento nada, ni el vocablo o palabro que empleo para titular esta columna. Lo tomo prestado de la historia de España y de la ciencia política, que es de donde parece que nunca aprendamos. Me explico. El término «dictablanda» nació en el último momento del reinado de Alfonso XIII. Fue acuñado por los españoles, por el pueblo de España tan dado a los apodos y a las simplificaciones terminológicas, que es capaz de sintetizar en una sola palabra lo que otros pueblos tienen que hacer empleando todo un tratado explicativo. En 1930 el general Dámaso Berenguer, que reemplazó al frente del gobierno de España a Primo de Rivera, el militar golpista de 1923, al parecer conchabado con el monarca, que vaya por delante que lo hizo en nombre de la democracia dado que se consideraba asimismo como un «cirujano de hierro» necesario para la materialización del regeneracionismo de Joaquín Costa. Primo de Rivera es una personalidad decisiva en nuestra historia que, además, aditó su pensamiento político con el concepto de “revolución desde arriba» acuñado por el maurismo. Berenguer bebió en los pechos de Rivera, por decirlo de un modo vulgar, y aunque el rey le encargara la vuelta al régimen democrático previo al pronunciamiento de Primo, sus métodos y el ser realmente émulo de su predecesor, lo impediría. Como Primo de Rivera, Berenguer se consideraba un revolucionario —como un revolucionario primitivo, personal y naiff, lo define Raymond Carr—. Pues bien, este revolucionario, que se consideraba un demócrata, como todos los revolucionarios, se dedicó a gobernar mediante decretos para hacer efectiva la democracia y la vuelta a la normalidad. —¿Le suena de algo a usted lector, alguno de ustedes que me están leyendo?—.

Con Berenguer, se instauró la dictablanda, o la democradura, que es lo mismo. Mas allá del origen de ambos términos equivalentes los dos hacen referencia a lo que los politólogos llaman regímenes híbridos. O sea, aquellos gobiernos que combinan elementos democráticos y autoritarios a un mismo tiempo, donde realmente todas las instituciones en su estado, de corte liberal y pretendidamente republicano y democrático, dependen del ejecutivo. Un ejecutivo marcado por un fuerte personalismo del jefe del Estado o del Gobierno —¿Les suena?—.

Dicen los tratadistas que la dictablanda, o la democradura, define, “situaciones mixtas de identidad gubernamental, equivalente a lo descrito como estado de excepción, que se caracteriza por ser un sistema donde las leyes son arrasadas sin que se diga que dejaron de tener vigencia y en donde las normas administrativas —las órdenes y reglamentos— son cada vez más usadas como regulaciones de la totalidad de la vida. En este sistema se ejerce el esquema de construcción de un enemigo nefasto, misterioso y ubicuo, al que convierten en uno de los motivos esenciales del estado de excepción —¿les suena?—. Así, la ley pasa a ser una excepción, y la excepción un estado permanente de autojustificación de cada acto de gobierno. No precisa institucionalidad, basta con el empleo de fórmulas de lenguaje que se asemejan a las reglas republicanas, y los “juegos democráticos” quedan relegadas a meras tramas externas a las decisiones reales, que son cualquier cosa menos de naturaleza democrática» —¿Les suena?

A mí si qué me suena. No he dejado de decirlo desde el principio de este Apocalipsis que nos azota. Espero y así lo deseo, que los socialistas de orden constitucional y de pro que son la mayoría, pongan límite a los desmanes producidos y a los que podrían venir. El PSOE tiene militantes y simpatizantes de sobra cualificados para hacerlo y órganos que, aunque han sido viciados y manipulados por el sanchismo, pueden poner cordura a esta deriva inexplicable en la organización. Al menos la que yo conocía.

Espero que quede próximo el final de la deriva y de la democradura sanchista.

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