La sabiduría es relativa

Somos sabios hasta que encontramos a alguien más sabio que nosotros. [«Si eres el más listo de la habitación es que te has confundido de habitación», escuché decir a alguien en una reunión de gente talentosa.] El sabio debe ser humilde y, al igual que conoce su extensión, debe ser consciente de sus límites. «Sólo sé que no sé nada», decía Sócrates, aunque hay quien se remonta a Confucio para ofrecer la teoría de tal pensamiento. Cuando más sabemos, más aprendemos que más nos queda por saber. El camino es muy largo, largo y ancho. Porque hay que convencerse de que el norte no es un punto sino una dirección. A medida que avanzamos introducimos nuestra mente inevitablemente en el jardín borgiano de senderos que se bifurcan. Quizá todas las ramificaciones nos lleven a una suerte distinta de conocimiento, a una nueva experiencia. Así, la sabiduría plena es inabarcable. Así, el saber no ocupa lugar o, como dice Roland Barthes en ‘Mitologías’ (1957), «la cultura no pesa». Así, el olvido constituye a veces el chaleco salvavidas necesario para que no nos saturemos, para destilar nuestra mente, muchas veces de forma involuntaria, para expurgar nuestros recuerdos.

Reírse de un tonto es fácil e inofensivo, pues posiblemente no llegue a enterarse. Reírse de un sabio no es tan fácil pero inofensivo igualmente, puesto que una condición de la sabiduría es la prudencia, como tildaron los griegos a los filósofos, es decir, al ideal del dirigente. Puede, sin embargo, que el sabio asimile la risa de quien lo pretende, analice sus flaquezas y al tiempo la devuelva duplicada. Porque «la venganza es un plato que se sirve frío».

Es muy fácil pasar por sabio ante la ignorancia, como en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Cuando se desconoce su alcance, cualquier conocimiento nuevo ocupa un abismo. Del mismo modo que un problema desconocido provoca una grieta insondable. Hasta que se supera. Hasta que se mira con cierta distancia y el escollo maldito pasa a ser un grano que alguna vez tuvimos en la suela. Enrique Morente cantaba por alegrías en ‘Negra si tú supieras’ (1992): «Deseando una cosa parece un mundo, luego que se consigue tan sólo es humo».

Somos sabios en potencia. Somos auténticos ignorantes. «Sin embargo, no todos ignoramos lo mismo», decía Albert Einstein. Los locos no reconocen nunca su locura. El sentirse necio, posiblemente, es el primer paso para dejar de serlo.

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