Los cuatro jinetes del Apocalipsis

La guerra atrae solo a quienes no la han vivido (Erasmo de Rotterdam, Adagios, 1500).

Cuando hace dos años la pandemia cayó sobre nosotros, los más cultos y/o pedantes del lugar recordaron las palabras de Tucídides sobre la peste, el drama de Edipo Rey causante él mismo de la peste de Tebas por sus crímenes inconscientes, y la huida al campo de la peste que asolaba la ciudad de los protagonistas del Decamerón de Boccaccio, pero entonces aún pudimos decir: ¡Menos mal que nos falta la guerra para tener encima a los cuatro jinetes del Apocalipsis! Desgraciadamente, el cuarto jinete ya está también aquí. Sin entrar en el significado teológico profundo de los caballos apocalípticos, especialmente del blanco cuyo jinete lleva un arco, aquí los retomamos en su sentido más habitual como azotes de los hombres a través de la guerra, el hambre, la peste y la muerte.

La muerte es la definición misma del hombre. Ya los griegos distinguían a los dioses como los inmortales, destacando la característica más importante que los distanciaba de los hombres identificados como mortales y efímeros. Heidegger define al hombre como un ser para la muerte. La conciencia de la muerte es lo que nos distingue de los animales y nos provoca angustia. Todas las religiones sacan su apoyo del temor a la muerte que tratan de paliar con apelaciones a la esperanza de una inmortalidad o al menos de una resurrección futura. Pero la muerte es siempre la anti-utopía, como decía el filósofo Ernst Bloch, y ,frente a ella, la esperanza poco puede hacer. El significado de la muerte marca en cada cultura el significado de la vida. Si en la tradición clásica y medieval la filosofía se presentaba como una meditación sobre la muerte, en la modernidad a partir del Renacimiento paganizante y el surgimiento de la ciencia se vuelve a poner el centro de la reflexión en la vida, como un valor esencial a proteger y desplegar dentro de lo posible. La muerte es más aceptable si la vida es vista como satisfactoria.

Las danzas de la muerte de finales de la Edad Media muestran una serie de personajes representantes de todos los estamentos sociales: el papa, el emperador, el guerrero, la dama, el sacerdote, el campesino,etc. acompañados cada uno de un esqueleto que van en fila aludiendo al carácter universal de la muerte y la futilidad de los diversos papeles que representamos en el gran teatro del mundo. Estas representaciones lúgubres son la expresión de una época azotada por las tres plagas cuya conclusión última esla muerte. Las hambrunas, las guerras continuas, y la peste se combinan para hacer de la muerte la acompañante continua de la vida, su doble siniestro.

El hambre, por su parte, ha acompañado también desde siempre a la humanidad. Aún ahora,gran parte de la misma sufre sus azotes. Las crisis económicas, el cambio climático, las guerras, tienen como corolario la carencia de las condiciones mínimas de supervivencia para amplias capas de la humanidad. El despilfarro coincide con la miseria, como dijo Tomás Borge, el comandante sandinista en Madrid hace ya mucho años: “el Norte sufre de colesterol y el Sur de desnutrición”. La comida se tira en muchos sitios y en otros es un bien cada vez más escaso y caro, incluso en las sociedades relativamente opulentas. El hambre, pues, es una plaga que sigue sin resolverse.

La pandemia ha puesto otra vez en el centro de la atención el tema de la peste que parecía erradicado pero al que la globalización ha dotado de una proyección planetaria. Los virus, que vivían en sus hábitats reducidos en equilibrio ,al propagarse de forma anárquica han mutado y se han convertido en incontrolables. El recuerdo inconsciente de las procesiones de flagelantes que se muestran en El Séptimo Sello de Bergman, como penitencia para alejar la peste en los siglos medievales; las columnas de la peste barrocas presentes en tantas ciudades austriacas; el culto de San Roque y San Sebastián , santos apotropaicos protectores frente a las epidemias; los análisis foucaultianos del modelo de la lepra como práctica de exclusión frente al modelo de la peste como modelo disciplinario de encierro, de confinamiento y fijación inclusiva de las poblaciones en el entorno especial de la ciudad apestada mediante un control estricto de los desplazamientos, de modo que mientras que el modelo de la lepra solo afectabaa los leprosos, el modelo de la peste afecta a enfermos y sanos por igual mediante su individualización y jerarquización precisa, de manera que solo la disciplina rigurosa en tanto que serie de prácticas de control y gobierno minucioso de la población será capaz de superar la peste: todas estas representaciones históricas volvieron al imaginario colectivo generando terror, angustia y ansiedad. Emociones hábilmente aprovechadas por la derecha y la extrema derecha para oponerse a medidas imprescindibles que además tenían el apoyo mayoritario de los parlamentos , oponiendo una idea abstracta de libertad como irresponsabilidad frente a la necesaria protección de la vida y la salud de los ciudadanos.

Ya Tucídides decía que la peste , al igual que la guerra, son fenómenos que exceden la capacidad de decir, son impensables porque su realidad excede al logos, y además rompen todos los límites, producen la anomia. Estos fenómenos , en el análisis que hace de ellos Aida Míguez, no hacen más que poner de relieve un deterioro previo derivado de la tendencia ateniense a ir más allá de todos los límites, rompiendo los ritmos y pulverizando el tiempo en una sucesión de instantes inconexos. Si esa desmesura, ese superar los límites, caracterizaba ya a Atenas, qué decir de nuestra actualidad capitalista neoliberal tan acelerada y desmedida. También ahora la guerra y la pandemia son metáforas de nuestra realidad, de nuestra desmesura, de la ruptura de todo límite, temporal, espacial, cultural. La pandemia ha sido global y la guerra puede devenir también permanente y generalizada. Solo una llamada a la mesura podría poner freno a estas locuras, máxime cuando las dos se dan sobre el fondo de una catástrofe climática que se encuentra cada vez más cerca.

La antipolítica de cuño neoliberal que nos azota considera los poderes públicos y las leyes que de ellos provienen como intromisiones en los derechos inviolables de los individuos, como si las instituciones democráticas no fueran emanación de la autonomía de dichos individuos que se dan así mismos, mediante procedimientos democráticos, regulaciones para sus comportamientos. Autonomía significa que la sociedad en su conjunto mediante procedimientos regulados legisla , nomos , sobre ella misma, auto. Lo que no quita que hayamos pasado de forma brusca de unas restricciones quizás demasiado duras en el inicio a una permisividad casi total en la actualidad, donde como alguien decía “la pandemia ya no está de moda”, y ya no se contabilizan los contagiados ni los muertos, haciendo como si la enfermedad hubiera sido totalmente controlada, cosa que no es cierto. Una cosa es que los síntomas sean más leves y, si no hay complicaciones, no suponga el contagio más que unas molestias ,y otra es que ya la pandemia haya desaparecido de la opinión pública, no tanto de la triste realidad de los hospitales.

Por último, la guerra como el último jinete en aparecer, sobre un caballo rojo con una gran espada. En realidad , la guerra no ha dejado nunca de estar presente en nuestra contemporaneidad, pero eran guerras llamadas de forma hipócrita de baja intensidad, lo que no impedía su carácter mortífero, sino que se refería simplemente a una distancia relativa a nuestras sociedades y una pequeña intervención directa de  nuestras tropas. Todo ha cambiado con la guerra de Ucrania, se han olvidado los conflictos  de Siria, Yemen, Eritrea, Libia, Sahel,el Sahara, Palestina, etc. etc. La intervención rusa de febrero de 2022 ha dado un giro catastrófico a un conflicto cuyos orígenes inmediatos se encuentran en la desmembración de la URSS en 1991 y cuyos orígenes remotos se encuentran en la Edad Media. Ucrania siempre ha sido una zona con confines indefinidos y fluctuantes dado su carácter de frontera móvil entre Oriente y Occidente. Conceptos cuyo origen se remonta a la división del Imperio Romano y a la consolidación del Imperio Carolingio como Imperio Romano Germánico , aprovechando que el Imperio de Oriente no tenía un rey varón. Mil años ya de la escisión del proyecto civilizador romano que unificó el Mediterráneo y sus zonas de influencia.

Cuando cayó Constantinopla , la segunda Roma, en manos de los turcos en el siglo XV no se buscó una tercera Roma que hubiera sido Moscú, sino que el ideario cristiano volvió a Jerusalén como su referente mítico último. La escisión entre el cristianismo occidental y el oriental es una fractura que aún se conserva.

Alberto Durero, Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, 1498.

La guerra de Ucrania además de ser una invasión también es una guerra civil , y una guerra religiosa que no solo enfrenta a cristianos occidentales y orientales, sino dentro de estos últimos al patriarcado de Moscú con el de Kiev que consiguió hace unos años su independencia formal de Moscú, lo que supuso la ruptura de las relaciones del patriarcado de Moscú con el de Constantinopla que había concedido esa separación. El conflicto es político, económico, pero también histórico , cultural y religioso. Tanto Occidente como Oriente han pugnado por inclinar a Ucrania hacia su bando. Precisamente el origen inmediato de la invasión rusa se encuentra en los movimientos impulsados por Occidente, con un componente nazi no despreciable, que derrocaron en 2014 a un presidente que quería llevar Ucrania al campo ruso, produciendo un movimiento pendular que llevó al predominio de los pro occidentales, lo que motivó el movimiento ruso de ocupación de Crimea y de constitución de las repúblicas del Donest, que tendrían que ser autónomas en el seno de una Ucrania unida y neutral, aunque pudiera pertenecer a la Unión Europea. Pero esta posibilidad se frustra con el fracaso de los acuerdos de Minsk ,y desde 2014 se desarrolló una guerra de baja intensidad en la que un ejército ucraniano cada vez más apoyado por occidente se enfrentaba a las repúblicas del Donest.

Rusia en febrero de 2022 quiso forzarla situación con una invasión que se hizo de forma precipitada y con grandes fallos de inteligencia. En primer lugar, Rusia interpretó que Occidente no iba a actuar y cayó en la trampa como Sadam Hussein con su invasión de Kuwait, cometió el error que dio alas a los halcones occidentales para intentar infringirle una gran derrota que la volviera al sometimiento delos años de Yeltsin. La inteligencia rusa subestimó la importancia de la intervención occidental ininterrumpida y creciente en apoyo del ejército ucraniano desde 2014. Tampoco calculó que una cosa era invadir territorios de cultura rusa como el Donest y Crimea con los que tenía muchos lazos y otra cosa era intervenir en el oeste ucraniano,tierras de cultura occidental y anti eslavas. Por otra parte, los primeros días de guerra no se cumplieron los objetivos esenciales que hubieran supuesto la destrucción de la fuerza aérea ucraniana y de sus defensas antiaéreas para ,asegurándose el dominio del aire, poder desarrollar movimientos terrestres seguros. Nada de esto se cumplió. Por último se subestimó la capacidad de resistencia de los ucranianos galvanizados por la invasión y unidos en torno al predominio de las tendencias occidentales antirrusas del país, incluso en las zonas de cultura eslava. El nacionalismo ruso subestimó la capacidad del nacionalismo ucraniano para defenderse. No se tuvo en cuenta que la guerra, como la política en general, es una combinación de geoestrategia y emociones, es decir, una realidad en la que la realidad material y la realidad espiritual se combinan, y a veces las emociones, religiosas, nacionalistas, se imponen a la racionalidad delos intereses económicos y estratégicos. Por último, la capacidad militar del ejército ruso se ha visto que presenta serias deficiencias, sobre todo en la inteligencia, pero también en la cadena de mando, la motivación y la logística. La decisión de invadir Ucrania por parte de Rusia invalidó las razones justas que sostenían su petición de una neutralidad militar de Ucrania y el reconocimiento de la soberanía sobre Crimea. Se tenía que haber extremado el uso de la diplomacia antes de haber iniciado una invasión cuya justificación era difícil y cuya implementación práctica ha supuesto numerosos errores tácticos y estratégicos.

Lo fundamental ahora sería llegar a un alto el fuego que permitiera unas negociaciones realistas, pero esto es en estos momentos casi imposible porque se ha convencido a Ucrania de que puede ganar y un aire de confrontación ha dominado en todas las capitales occidentales que se han lanzado alegremente a cortar todas sus relaciones con Rusia, cayendo en una sumisión completa a Estados Unidos y comprometiendo el futuro de una Europa segura y en paz, desde Gibraltar hasta los Urales. No solo la OTAN va a ampliarse sino que naciones neutrales como Suecia y Finlandia van a variar su estatuto de neutralidad, y además en el caso de Suecia va a dejar de ser tierra de asilo para los kurdos debido a las presiones turcas  para dar su acuerdo a dicha ampliación. Solo el establecimiento delas relaciones entre Europa occidental y Rusia asegurará a medio plazo la estabilidad y la seguridad en Europa. Aunque se produjera una muy improbable victoria sobre Rusia, eso solo retrasaría unos años una nueva confrontación, porque Rusia necesita unas garantías de seguridad mínimas. Aunque a corto plazo se ha instaurado una rara unanimidad entre todas las naciones occidentales para confrontar directamente con Rusia esa unanimidad no se podrá mantener a largo plazo porque los intereses geo estratégicos de los diferentes actores occidentales divergen. En concreto , la autonomía política de Europa exige una cierta colaboración con Rusia en el marco de un equilibrio mundial multipolar y no es compatible con una subordinación a los intereses norteamericanos en el marco dela OTAN. El predominio mundial de una potencia declinante como es Estados Unidos no se puede mantener a largo plazo. El problema es que los oponentes al mundo occidental, Rusia y China, son países no democráticos y con un capitalismo muy agresivo, más estatalizado el chino y más neoliberal y corrupto el ruso, pero ambos rabiosamente capitalistas y no democráticos. La única posibilidad de una paz y una colaboración entre el conjunto delas naciones dela tierra para hacer frente al desafío del cambio climático que es una amenaza global y sistémica inminente exige una colaboración interestatal y una democratización delas  decisiones para repartir lo más equitativamente posible los costes de este desafío mundial. Precisamente la guerra y la necesidad de redimensionar los flujos energéticos a nivel mundial están teniendo unos efectos retardatarios en la aplicación de las imprescindibles medidas necesarias a nivel mundial para contrarrestar los efectos globales del cambio climático, con la vuelta al carbón, el petróleo y la energía nuclear. Esta parada de las medidas de protección ecológicas junto al desarrollo mastodóntico de la industria armamentística augura muy pocos avances en la lucha contra las consecuencias del cambio climático. Con lo que una vez más se comprueba que la guerra lleva al suicidio dela humanidad y la necesidad de apostar por la vida contra todas las plagas que la amenazan en la forma delos jinetes apocalípticos de la guerra, el hambre, la peste y la muerte.

Las danzas macabras a las que aludimos antes aparecieron en el otoño de la Edad Media, el siglo XV, pero el mismo ambiente se puede ver en el otoño del Renacimiento que dio paso al Barroco y en nuestra época, que podría ser definida también como“el otoño de la modernidad”. En estos otoños que siguen a la primavera y verano de las ilusiones históricas se combinan la guerra, la peste y el hambre para producir mortandades. Esos otoños históricos son épocas apocalípticas pero sin el sentido doble que presenta el Apocalipsis de Juan escrito en Patsmos, es decir la revelación, eso significa apocalipsis, de una época de tribulación a la que sigue la victoria final ligada a la Parusía o segunda venida de Cristo. Contra la visión tradicional que considera lo apocalíptico asociado al desastre el escrito que concluye el Nuevo Testamento es un texto de esperanza. Escrito en una época de persecución para los primeros cristianos, supone la confirmación del éxito de la redención: al final, tras un breve reinado del Anticristo, el mensaje de salvación se impondrá. Ni que decir tiene que hoy es difícil ser apocalíptico en este sentido esperanzado, quizás no nos quede más remedio que soportar el aspecto negativo de la revelación apocalíptica, el calvario y el viernes santo sin domingo de resurrección.

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