Malaka

Para los granadinos de antaño Málaga fue una ciudad extrañamente familiar y, a la vez, alejada. Una ciudad de trabajadores, estibadores, cargadores, pescadores, y con el paso del tiempo, de camareros y quelis, pero no solo eso, Málaga siempre fue mucho más: una ciudad sonriente y marítima, señalada por la Guerra Civil y que supo rehacerse a sí misma. Que levante la mano el granadino que no tiene un primo, o amigo, malagueño; que chifle la granadina que no haya paseado por su costa o quien no se reconozca en un espeto de sardinas. Málaga fue una ciudad a la sombra de Granada la antigua, la venerable señora cultural, la ciudad grande y engreída. Hasta que, primero el turismo, y después la pujanza, convirtieron a Málaga en una metrópoli que ocupa kilómetros y kilómetros, que ha construido una larga acera que va, como quien dice, desde el Rincón hasta Estepona. Por ello figura entre las cincuenta mayores conurbaciones europeas y es la quinta española.

El proyecto malagueño ha crecido al son de su economía, no solamente basada en la industria del turismo y se encuentra, ya, lejos de ser la comparativa de Granada. La superó, por la derecha, pero la superó hace mucho tiempo. Su proyecto cultural –aun sin los grandes recursos que pudiese tener Granada- ha alcanzado un sello innegable, creando una imagen propia, un aprovechamiento de escasos recursos y búsqueda de otros. Huelga hablar de su aeropuerto internacional, de su brioso puerto: Málaga tiene proyecto de ciudad. De eso, aquí, se carece.

Viene la reflexión al hilo de la última producción estrenada por RTVE, ‘Malaka’, una serie de policías y traficantes que transita la Málaga entrevista, esa que no visitan los turistas (si acaso, la tropiezan), y que señala a una ciudadanía europea que vive entre la miseria y la poca esperanza, hacinadas en barrios de pobreza, donde se arrincona la inmigración y donde campa el negocio fácil, el consumo rápido, la vida breve. Pero Málaga, en su proyecto, sabe que aunque una serie (por cierto, interpretada con el auténtico acento de la ciudad, sin concesiones al castellanismo del imperio madrileño) se sitúe en los barrios más desafortunados de la ciudad es una ingente inversión. Con ella no solo enaltece su vocabulario, su forma de vida, sus costumbres, su gastronomía, sus paisajes y sus calles y los coloca en el primer plano del interés de los medios de comunicación y redes sociales, sino que con ‘Malaka’ Málaga se mete en la rueda del boca a boca, se pone de moda, se habla de la propia Málaga cuando se habla de ‘Malaka’ para bien o para mal. Cosas de primero de Publicidad, de segundo de Tautología.

La potencia malagueña lo permite. Ni podemos soñar con una serie de televisión que sucediese en la zona norte, donde se hablase con un ‘foh’ en la boca y policías fornidos pidieran maritoñis para desayunar. Ese tren pasó. Aquí todavía estamos en la pantalla de conseguir un tren a la Costa.

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