Penélope y Hegel

La Humanidad, como Penélope, deshace por las noches lo que teje durante el día. La noche y el día, la luz y la oscuridad, son metáforas que ayudan a entender la Historia y el presente. Se conoce al XVIII como el Siglo de las Luces porque en él tuvo lugar la Ilustración que contribuyó al desarrollo de ideas basadas en la ciencia y la soberanía de la razón, en el racionalismo y el empirismo, como la libertad, la igualdad, la fraternidad, el progreso, la tolerancia, el gobierno constitucional y la separación de la Iglesia y el Estado.

El Siglo de las Luces dio carpetazo parcial a la Edad Media, conocida como la Edad Oscura, marcada por el estancamiento intelectual, el retroceso cultural, la ignorancia, la superstición, el inmovilismo, la guerra, el hambre, las enfermedades y la subyugación de los siervos y de la mujer. Progresismo y conservadurismo, luz y oscuridad, día y noche. Penélope teje y desteje un sudario para mantener a raya a los pretendientes de su trono, su hacienda y su lecho, por encima de su persona, mientras aguarda con esperanza el regreso de Ulises.

España, Europa y el mundo viven el acoso de pretendientes conservadores armados de antorchas cuya finalidad no es la de dar luz, sino la de encender hogueras donde ardan la razón, la ciencia y el progreso hasta su reducción a cenizas sin vida ni futuro. Hegel pareció teorizar el mito al establecer que un concepto (tesis) enfrentado a su opuesto (antítesis) da como resultado un tercero (síntesis); así, cabría interpretar la historia de la humanidad como la historia de la lucha de clases, el motor de todo cambio histórico.

En la realidad política actual, la dialéctica ha dejado de ser el arte de dialogar, argumentar y discutir (DRAE, 3) y dista mucho de ser un método de razonamiento desarrollado a partir de principios (4). Más bien, urgida por la necesidad de mostrar cierta capacidad de afrontar una oposición (5), ha acabado convertida en un continuo enfrentamiento apelando a algún tipo de violencia (6). La política está destruyendo el telar de Penélope con el convencimiento de que es la manera más rápida para hacerse con el trono y la hacienda.

Descartada la razón y ausentes los argumentos, la táctica conservadora es la violencia, por ahora verbal y postural, como medio para mitigar, tal vez apagar, el progreso y asaltar el trono custodiado por Penélope. A las derechas negacionistas les estorba la ciencia y desprecian la libertad, la igualdad, la fraternidad, la tolerancia y la constitución en una época en la que intentan evitar otra vez la separación Iglesia–Estado. En pleno siglo XXI, están a punto de atrasar el reloj del progreso hasta los años oscuros del medievo.

Lo he intentado. Infructuosamente he intentado comprender qué lleva a la derecha a plantear como objetivos que la sociedad no admita la igualdad entre mujeres y hombres, que no se permita a las personas amar en libertad o que se considere inferior a gente de otra raza o religión sin poder adquisitivo. Es fácil colegir que señalar como enemigos a colectivos más débiles es una forma efectiva de manipular a las masas para acceder al poder. Ya lo hicieron antes Hitler, Mussolini y Franco. Se llama fascismo y está aquí, ahora.

El anzuelo está petado de cebos: terrorismo, separatismo, amnistía, bandera, etc. desde que el Gobierno ha sacado al país de una epidemia, un volcán y una guerra sin devastar a trabajadores, empresas, familias y pensionistas como hizo la derecha durante la estafa de las hipotecas subprime de 2007–2010. A cualquier precio, evita el neoliberalismo hablar de eso, de la venta de lo público o de su corrupción: en vez de ideas, diálogo y debate (luz), imponen bulos, fobias, odio, arengas y manipulación, el argumentario de la oscuridad.

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