Que el desastre del Gobierno no oculte nuestra reacción xenófoba

Es imposible hacerlo peor de lo que lo ha hecho el Gobierno, en el asunto del centro de acogida de inmigrantes en terrenos de la base aérea de Armilla.

Parece mentira que un Gobierno que presume de progresista, dialogante y negociador, pensara que podía sacar adelante un proyecto tan complejo como el de un centro de esas características, sin sentarse con los ayuntamientos colindantes, ni con los representantes sociales afectados por esa decisión.

Parece también mentira, que un Gobierno que presume del máximo respeto a la ley, se haya pasado por el arco del triunfo la normativa urbanística que contempla que los terrenos en cuestión, son de naturaleza rústica y por lo tanto, imposibles para levantar allí una infraestructura como la planteada, sin negociar con el ayuntamiento competente la imprescindible modificación urbanística.

Y resulta de todo punto impresentable que un Gobierno, al que se le supone la previsión y la prudencia a la hora de adoptar decisiones, haya tejido semejante chapuza, más propia de una república bananera que de uno de los países más avanzados del mundo.

Cómo no habrá sido la cagada, que el ejecutivo de Pedro Sánchez ha dado marcha atrás en el tiempo record de una semana, dejando de paso a los pies de los caballos a su flamante subdelegado en Granada, José Antonio Montilla, que ha sido quien ha tenido que poner la cara a semejante chaladura gubernativa.

Todo el desastre y la trapacería gubernativa en este asunto, no debe ocultar que esta polémica nos coloca ante el espejo, sobre cual es nuestra actitud como sociedad ante un asunto tan complejo como el de la inmigración y créanme que la imagen que nos devuelve el espejo, es de lo más desalentadora.

Con independencia del desastre de gestión del Gobierno, la “respuesta” de los ayuntamientos implicados y de colectivos ciudadanos, más o menos afectados, ha sido demoledora. Es cierto que la oposición al proyecto se ha enmascarados en razones urbanísticas y administrativas, pero no lo es menos que en el fondo de esa oposición sin fisuras, está un ramalazo de xenofobia más que evidente.

El papelón del PSOE ha sido de los que hacen época. Primero dejando a su alcaldesa de Armilla a la luna de Valencia, sin ningún tipo de información y por lo tanto sin más remedio que sumarse a las protestas, hábilmente orquestadas por el PP y VOX y después, sin ninguna capacidad de reacción, más allá de la “retirar” el proyecto, por aquello de que como la fábula, comprobó que las uvas no estaban maduras.

El alcalde de Alhendín, a su vez presidente del PP y de la Diputación, quiere seguir liderando esta “victoria” sobre el Gobierno y ha solicitado la cesión de los terrenos donde se iba a levantar este centro de acogida para la construcción de un parque metropolitano. Con esa maniobra, Francisco Rodríguez, pretende cerrar, “per sécula seculorum”, la posibilidad de que se pudiera volver sobre el proyecto, con la maravillosa excusa de dotar a la zona de un parque. Se olvida el prócer de que los terrenos de la base, y por lo tanto donde se iba a levantar esa infraestructura, son una cesión de una conocida familia granadina para uso exclusivamente militar, por lo que su utilización para cualquier otro fin, incluido el de un parque, conllevaría la reversión de esos terrenos a la familia propietaria.

Dicho todo lo anterior deberíamos tomarnos mucho más en serio un asunto tan complejo como el de la inmigración, absolutamente necesaria para nuestra economía, nuestra demografía y nuestros cuidados. Dar una solución digna e integradora, pero a la vez segura a quienes llegan a nuestro país, es una tarea de todo punto fundamental y para ello hay que actuar con mucho más rigor de lo que unos y otros lo hemos hecho en este asunto.

Los inmigrantes no muerden, ni contagian enfermedades, ni huelen, ni destiñen, ni son terroristas, ni van a acabar con nuestro estilo de vida. Quienes se han visto en la obligación de salir de sus países, empujados por las guerras o por el hambre, solo pretenden conseguir una vida mejor para ellos y los suyos, exactamente igual de lo que, hasta no hace mucho tiempo, hemos hecho en esta tierra, buscándonos las habichuelas en Cataluña, Suiza, Alemania o Francia y exactamente igual de lo que ahora hacen nuestros hijos, aunque lo disfracemos bajo cualquier eufemismo “cool”, para decir que se tienen que marchar a otras latitudes para labrarse su futuro.

Los granadinos parece que no queremos cerca de nuestros pueblos, de nuestros chalets de lujo y de los maravillosos colegios de nuestros niños, a esos inmigrantes que se han jugado la vida en una travesía inhumana, para conseguir una vida digna en esta tierra de oportunidades que decimos que es Europa… Muy bonita, muy solidaria, muy cristiana y muy decente, no parece semejante actitud.

Actitudes como las que hemos visto estos días, entran perfectamente en la categoría de xenofobia encubierta, tan habitual en nuestra sociedad. “No soy racista… pero este suelo no es el idóneo”. “No soy racista… pero ese centro está al lado de urbanizaciones muy caras”. “No soy racista… pero hay colegios en las proximidades”. “No soy racista… pero un poquito sí que lo soy”, porque si en lugar de para mil inmigrantes pobres, se hubiera proyectado un hotel para mil millonarios de Emiratos Árabes, habría habido hostias para acogerlo

Recuerden, se han jugado la vida para venir a trabajar en los empleos que nosotros no queremos. Cuidan a nuestros padres y a nuestros hijos y no muerden, no huelen y no destiñen.

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